Carlos Marx llegó a la tierra de gracia latinoamericana aferrado a una idea. Se vino en combo con los demás marxistas y de inmediato se dio a la tarea de evangelizar con opción por los pobres. De la mano de los “curas obreros”, de los centros culturales, de la teología de la liberación descubrió que el 14 de marzo no era buena fecha para morirse y decidió tomarse un atajo utópico porque en un mundo construido dialécticamente hay que tener cuidado: en el Caribe la gente se enamora de lo que piensa y conversa trabajando.
Tal vez si Carlos y Federico no hubieran redactado el Manifiesto del Partido Comunista en Londres sino frente al Mar Caribe, este documento no hubiese sido una pléyade dogmática sino una comunidad de afectos y, en lugar de aseveraciones cerradas, estaría constituido por preguntas sentipensantes.
¿Se puede vivir soñando siempre, creyéndonos seres alados que recorren el pluriverso, inventando motivos para ser felices a diario, decidiendo enloquecer a fuego lento, planteándonos la autonomía cultural como pecado a cometer aunque nos merezca el infierno de la incomprensión y hostigamiento mediático finamente orquestado?
¿Se puede vivir amando apasionadamente en cualquier momento, con escalofrío y sobresalto, recibiendo acusaciones de ser culpable de comunismo por nuestras manifestaciones de afecto, objetando la condena triplicada, el encarcelamiento sin límite de tiempo, la imputación viciosa al desestimar las pretensiones de quien nos quiere someter a desaparición forzada por temor a escuchar nuestro alegato?
¿Se puede vivir resistiendo, ignorando las señales que nos envía la muerte pese a que nos desalojen de nuestros emplazamientos de lucha o prohíban nuestra voz; demandando la aplicación de la ley del sentido común, exigiendo respeto a la causa justa, liberación de nuestro pueblo de las cadenas oprobiosas que le son impuestas por la represión?
¿Se puede vivir convenciendo, argumentando la felicidad a fuerza de emprender un ayuno indefinido, sacrificando todo menos los principios, entregando la salud de ser preciso; eternamente solidarizándose con el dolor y las luchas que, al pertenecer a la humanidad, jamás son ajenas; dejando la piel y el espíritu en el terreno de la patria; responsablemente asumiendo el acompañamiento y soporte de lo amado?
¿Se puede vivir diferenciando las clases de lucha distinguiendo las políticas de las personales, las económicas de las presupuestarias, las ideológicas de las banales?
¿To be or not to be? Ser o ser. ¿Qué es ser socialista utópico en este tiempo? ¿O comunista? There’s the point, aunque suene capitalista.
Nosotros y nosotras, quienes escuchamos el llamado “Proletarios del mundo, uníos”, seguimos buscando las sinrespuestas a lo que no nos están preguntando.