El tema de George Dandin es el clásico del hombre rico que se casa con una joven pobre, y se halla en obras como «El casamiento engañoso» y «El viejo celoso», ambas de Cervantes y complementarias entre sí, pero Molière le añade caracteres que retratan a la sociedad de su época. Una sociedad cuyos defectos él padeció en sus carnes y de los que era gran conocedor y detractor.
El principal de todos ellos, la primacía de las apariencias por encima de la realidad. Una sociedad hipócrita, pacata, autocomplaciente y finalmente muy peligrosa para los ingenuos que creían que con su dinero podían ascender de clase social. El argumento es el que sigue:
«George Dandin, un nuevo rico pueblerino y simplón, se ha casado, para su desgracia, con la hija de los nobles de Sotenville. Ella, lejos de aceptar sumisamente el matrimonio y sus exigencias, encuentra rápidamente otro pretendiente más acorde con sus expectativas. Sin embargo, Dandin no tarda en descubrir el engaño de su esposa. Pero cada vez que él exige la disolución del contrato matrimonial, para lo cual ha de acudir a los padres de ella, éstos consigue envolverlos con sus artimañas y salir indemne del asunto.»
Es una mirada de advertencia -y hasta cierto punto tierna- la que arroja el genio de Molière hacia esta burguesía crédula, esta clase que ha emergido gracias a un dinero muy bien ganado con su trabajo y del que puede verse despojada sin piedad por una aristocracia ociosa que se quiere endogámica pero que no desdeña entroncar con los nuevos ricos para perpetuar sus privilegios. Lo vemos en «El burgués gentilhombre», donde un padre de familia curtido en el trabajo pierde la cabeza por alternar con nobles, aparentando lo que no es.
Pero si bien en Cervantes vemos cómo el engaño se va urdiendo a fuego lento y él es el último en enterarse, este George Dandin de Molière sabe y proclama desde el principio de la obra que es engañado. Este burgués bonachón no ha perdido la cabeza. Es decir, la perdió cuando se casó, pero eso no se ve y ahora lo lamenta. Ha recuperado la cordura cuando lo conocemos, pero de nada le va a servir. Resulta así mucho más patético y sorprende su absoluta falta de pudor , pues, desde el inicio, sólo le preocupa la honra de su casa y de su persona, que da por perdida. Es como si, en La Celestina, el llanto de Pleberio nos lo soltaran al principio y luego nos contaran la historia de Melibea con Calixto.
Tampoco se dice que este rico sea viejo como en Cervantes, si bien es posible que con 40 años en su época ya fuera considerado así, pero, por su credulidad, está condenado de antemano a la burla y al expolio. Ha caído en un nido de avispas que, rodeándole, harán que acabe confesándose un tirano, con lo cual, además de cornudo, apaleado. Para eso está la oscuridad, «que siempre asiste a los buenos».
La urdimbre de toda esta maraña que le sorbe la energía, la honra y los dineros al buen hombre, está formada, como en la Comedia del Arte, por los dos amantes (la esposa y el joven que la visita a escondidas) y sus respectivos criados, mucho más activos que sus dueños y que se complementan entre sí. Vemos así cómo él, con sus torpezas de rebobo y ella con sus argucias de relista, tienen un papel preponderante en el inicio y en el desenlace respectivos de la acción. La avaricia los mueve y unas monedas les engrasan hasta hacerlos inagotables. Pero nadie gana en astucia a la esposa que, arropada por sus padres, los suegros del infeliz, no dudará en hacerle ponerse de rodillas a pesar de que saben que tiene razón, haciéndole ver lo negro blanco y lo claro turbio. Un total de siete personajes entre los que, como acabamos de ver, no hay confusión alguna: todos contra el burgués, su honra y su cordura.
Para colmo, la música, traída por los mismos actores en directo, no hace más que subrayar los momentos de engaño y de confusión (hoy lo llamaríamos desestabilización) a que es sometida la víctima, y su mismo nombre, Dandin, que en francés suena DAM-DAM al ser cantado, con las dos sílabas iguales, suena como el badajo de una campana. O como el cencerro de una vaca sin cencerro, que así acaba el hombre.
Los efectos y música se producen en directo y ensalzan aún más la originalidad de esta adaptación teatral contemporánea de un clásico poco representado en España, pero con unos valores dramáticos únicos que la acertada dirección de Hernán Gené acierta a destacar.
Los actores dan la impresión de sentirse totalmente libres, incluso se podría decir que sus gestos y sus palabras son frívolos, pero bajo esta aparente ligereza se hallan los rasgos principales de unos personajes que la Comedia del Arte consagró y que la hipocresía de los poderosos elevó a iconos y referentes culturales, dando como resultado una tragicomedia muy saludable de ver y de apreciar por todos.
Muy original y tendente -supongo- a hacerle ver al espectador airado (la burguesía, que era quien pagaba los teatros) que ya no había remedio y que para luego sería tarde. Y esta era la advertencia de Molière en esta su comedia más amarga.
- Título: George Dandin
Autor: Molière escribió George Dandin en el año 1668.
Los siete actores son: Juan Miguel Alcarria, Víctor Antona, Luis del Coto, Elia García, Laura Garmo, Encarna Gómez y Juan Paños
Dirección: Hernán Gené
Sesión de la reseña: viernes de abril a las 22’30
Espacio: El umbral de la primavera (C/ Primavera, Madrid)