Alicia Población Brel[1]
El pasado viernes, (8 de diciembre de 2017) tuve el placer de escuchar a la maravillosa solista Patricia Kopatchinskaja acompañada por la Rotterdam Philharmonic en el auditorio Doelen de Rotterdam. El concierto se presentó con una folklórica primera parte que contenía el Concierto Rumano de Ligeti y el Concierto para violín de Stravinsky.
A menos que seas un entendido, nadie diría que la primera obra era de Ligeti. Compuesta en 1951 el compositor húngaro la alumbró guiado por la añoranza a su patria, Rumanía, y siguiendo los estilos de sus modelos, Bartok y Kodáli. Una muy buena interpretación de la orquesta sacó algunas sonrisas ante las armonías folklóricas que parecían mantener un diálogo en el escenario. Él último movimiento basado en la alternancia de solos y coros presentaba giros y ritmos que recordaban a las danzas rumanas de Bartok. Gustavo Gimeno, el director, supo llevar con decisión la orquesta trasladando al oyente a la Rumanía profunda.
Tras los aplausos correspondientes a la primera obra, dio comienzo el concierto de violín. Se trata de un concierto compuesto casi para cámara en vez de para solista. Los diálogos constantes entre el violín y los instrumentos de la orquesta demuestran el poco interés que tenía Stravinsky en resaltar el virtuosismo del interprete. “Los virtuosos, para tener éxito, están obligados a buscar triunfos inmediatos y prestarse a los deseos del público que, en su mayoría, pide efectos sensacionales por parte del intérprete. Esta preocupación influye en el gusto de este”, decía el compositor ruso. De hecho no compuso cadencia para el concierto ya que: “mi interés no reside en explotar lo virtuoso del violín sino en el violín en combinación”.
El neoclasicismo que Stravinsky exploró entre 1920 y 1950 puede encontrarse claramente en la estructura general del concierto. El compositor decidió combinar la alternancia disonancia – consonancia, rasgo característico en sus composiciones, con un contrapunto barroco o un empleadísimo círculo de quintas. Patricia Kopatchinskaja salió al escenario descalza y con esa mirada viva que parecía escrutar cada rincón de la sala. El primer acorde de undécima sonó claro y conciso llenando el auditorio. La energía de la solista parecía contagiar al público, casi podía sentirse la excitación de los oyentes con cada nota llevada al extremo. Una pena que la orquesta no respondiera de la misma manera: con corrección y tempo, pero no con suficiente energía.
La solista, de ascendencia moldava – austriaca, nos regaló dos bises. Comenzó con el tercer movimiento de la Suite para clarinete, violín y piano, de Milhaud. Tocó con una excelente complicidad con el clarinete solista de la orquesta, Julien Hervé, que no decepcionó. Tras los aplausos incansables, sonó el segundo movimiento de la Sonata para violín y cello de Ravel. Un delicado papel para el líder de la sección de cellos, que tampoco defraudó a la audiencia. La artista nos dejó claro su gusto por compartir esa energía que la caracteriza con otros músicos y ofrecérsela a raudales al público.
Después de la excepcional primera parte del concierto, en la segunda se interpretó la Suite Romeo y Julieta de Prokofiev. Ante una orquesta que no supo transmitir la energía que ya le faltaba acompañando a Kopatchinskaja, el auditorio se sumió en una atomósfera tediosa, muy diferente a la que había inundado la sala durante la primera parte. El director tampoco supo encontrar ni el carácter ni el empuje que hubieran llevado a una interpretación menos intrascendente.
Fue una auténtica lástima despedirse con ese insípido sabor de boca. Quizá con ello debamos plantearnos si realmente no compensaría hacer conciertos más cortos cuando van a alcanzar la intensidad a la que llegan con solistas como Kopatchinskaja.
- Alicia Población Brel (Salamanca, 1995) cursa estudios superiores de violín y composición en en la Hogeschool voor de Kunsten de Rótterdam (Holanda). Autora del blog Plasmando Detalles, es colaboradora de varias publicaciones musicales.