La guerra, su lógica y su discurso

Roberto Cataldi¹

La mención de la guerra rápidamente nos remite a la lógica que anida en el ámbito militar, eludiendo a menudo el trasfondo político, social y cultural. La prueba es que los que suelen iniciar las guerras son los políticos.

Desde San Agustín, si no antes, los que promueven una guerra manifiestan que la suya es absolutamente justa y, es difícil aceptar que una guerra sea justa cuando la mayor cantidad de bajas sistemáticamente se produce en la población civil. Claro, los responsables dicen que se trata de «daños colaterales»,  precio que habría que pagar en aras de esa supuesta justicia.

Por otra parte, vemos gobernantes que se autoproclaman defensores acérrimos de la vida, al extremo de no aceptar el aborto ni la eutanasia bajo ninguna condición, pero están a favor de la pena de muerte y no tienen mayor dificultad en declarar una guerra.

En fin, además de estas contradicciones, recordemos que el complejo militar-industrial de las grandes potencias no se compatibiliza precisamente con las tendencias pacifistas. Y no deja de ser curioso el hecho que las armas que empuñan incluso los terroristas sean fabricadas por estas potencias.

Las guerras son decididas por unos pocos que saben muy bien cómo manipular las masas (para Voltaire los manipuladores solo tienen víctimas), y crean un escenario maniqueo,  con argumentos que alimentan el fuego del odio visceral, cuando en realidad solo persiguen sus intereses y ambiciones.

Lo cierto es que la guerra saca lo abyecto del ser humano y lo proyecta en el otro. Sin embargo no deja de ser sorprendente como personajes muy nocivos han tenido una particular sensibilidad para el arte, como Hitler con la pintura o Stalin, quien escribió poesía en su juventud.

Estas actitudes  hacen dudar sobre lo que decía Gustav Klimt, «el artista del escándalo austríaco» y protagonista del movimiento vanguardista de la Secesión de Viena: «Quien sabe ver las cosas bellas es porque tiene la belleza dentro de sí». 

De todas maneras,  cuando alguien tiene educación intelectual, puede detectar la manipulación de estos canallas, mientras los ignorantes permanecen indefensos, por eso el conocimiento de la historia es muy importante  ya que nos enseña a reaccionar.

Arturo Pérez-Reverte fue reportero en varias guerras y sostiene que en estos conflictos no suele haber buenos y malos, solo hay matices, pues toda guerra es compleja. Dice que  a los veinticinco años, siendo reportero y padeciendo disentería era cuidado por jóvenes soldados, quienes por las noches cometían crímenes y violaban mujeres. Piensa que nuestro mundo está desapareciendo al final de tres mil años, y nos anima a que disfrutemos todo lo que podamos.

Al igual que otros autores, compara la pandemia con la caída de Roma o la caída de Bizancio, y cree que será el final del mundo occidental tal como lo conocemos, en su lugar  surgirá otro mundo donde las culturas de Oriente tendrán preeminencia. Ya no será el «individuo» el centro, como acontece en Europa y en toda América sino la «colectividad»,  que es lo central para Asia.

Durante los años de la Guerra Fría la propaganda de este lado del mundo procuraba exaltar los valores de Occidente, asentados históricamente en la moral judeo – cristiana, la filosofía griega, el derecho romano y, posteriormente el Renacimiento (el hombre centrum del universo) y la Ilustración.

El marketing occidental siempre remarcó la libertad, la democracia representativa, la propiedad privada y los derechos humanos, en consecuencia muchos nos sentíamos felices de que el destino nos ubicase en el sitio correcto. Del otro lado estaban las regiones y países con tradiciones culturales diferentes, como el Hinduismo, el Islam, el Confucionismo, y otras corrientes de pensamiento.

Lo interesante es que ese mundo, con otras lenguas,  sistemas y creencias distintas, nucleaba como en la actualidad el mayor número de habitantes del planeta a quienes el destino les había asignado vivir en el peor lugar, situación  injusta. Pues bien, esa fue, ha sido y es la percepción desde un cierto provincianismo occidental.

Un amigo dice que no debemos discutir sobre religión, política o fútbol si queremos conservar la amistad. Entiendo su mensaje. Hoy más allá del exitoso desarrollo de China, no creo que su modelo nos inspire. El partido comunista chino, que es el único partido, sería una supuesta meritocracia pero en verdad es una burocracia cuyo autoritarismo apunta a objetivos claramente macroeconómicos y geoestratégicos, donde el ser humano es olímpicamente ignorado. Tampoco pienso que el modelo a seguir sea el de los estados teocráticos musulmanes, ya que entre otras cosas, me opongo a la falta de libertad y a la sumisión de la mujer.

Los conflictos bélicos tradicionales se mantienen, surgen nuevos escenarios de violencia, la fabricación y venta de armamentos sigue creciendo, y son fenómenos costeados con los dineros de los contribuyentes, a quienes no se les pregunta si están de acuerdo con esas asignaciones.

Pero lo curioso es que para resolver los problemas que son mucho más importantes, los gobiernos dicen no tener los recursos suficientes. Bástenos un  ejemplo concreto: el flagelo del hambre. Ya en el Siglo sexto antes de Cristo Lao Tsé decía: «El pueblo pasa hambre porque sus superiores consumen en exceso sobre lo que recaudan».

Actualmente hay cientos de millones de seres humanos que pasan hambre. Según Save the  Children uno de cada tres niños en el mundo está desnutrido y cada quince minutos uno de ellos muere como consecuencia de la desnutrición…

Con la pandemia todo está empeorando, y en materia de desnutrición existen más poblaciones vulnerables y se ha acelerado la fragilidad de las ya vulneradas. La inseguridad alimentaria aumenta y cada vez hay más áreas del mundo en «emergencia de hambre».

Pero no hay duda que éste tema como otros temas fundamentales que hacen a la vida de las personas y su dignidad, no constituyen  una prioridad para los que manejan una  agenda regida por  intereses inconfesables.

Quizá por eso Charles Chaplin nos advertía  que no había que cerrar los ojos ante la suciedad del mundo. La guerra es la madre de todas las desgracias humanas y tiene una relación íntima con el hambre. La guerra produce hambre y éste exacerba la violencia. Lo llamativo es que la marcha del progreso no haya logrado solucionar ninguno de los dos problemas, en consecuencia el progreso termina siendo increpado.

  1. Roberto Miguel Cataldi Amatriain es médico de profesión y ensayista cultivador de humanidades, para cuyo desarrollo creó junto a su familia la Fundación Internacional Cataldi Amatriain (FICA)

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