Palabra de Antígona
Hace muchos años mi maestra Adelina Zendejas me contaba cómo las mujeres mexicanas habían comenzado a identificar sus derechos, entre ellos, los políticos. Fue ella quien durante muchos años sostuvo que las primeras en demandar su participación fueron mujeres de Zacatecas, entre 1825 y 1826. Algunas historiadoras siguen dudando.
Encontramos entre las publicaciones de mujeres editadas en Zacatecas en el siglo XIX, una revista llamada el Abanico en 1826, en efecto, eso parece confirmar que ahí había mujeres levantadas por sus derechos específicos. Ahora tenemos el dato exacto.
Pero más allá de las exactitudes, porque cada quien inventa o difunde errores, en todo caso esa fecha nos sirve para saber que las mexicanas no se han mantenido inertes. Pero lo más importante es qué cosa incluyeron en sus demandas, movilizaciones, congresos y organizaciones. Las mujeres mexicanas no solamente pelearon por el voto y la participación política, ellas, a lo largo de la historia han sido críticas de su momento histórico.
Como dice Elias Canetti, el gran pensador y escritor alemán, es imposible separar la ansiedad por el poder, estar en el poder, de las condiciones socioeconómicas de cada época. El Premio Nobel retó a los y las pensadoras a mostrar siempre una actitud crítica, de sabueso de cada tiempo, para que las generaciones posteriores comprendan el contexto donde suceden las cosas o los avances históricos.
Todo esto viene a colación porque podríamos festejar que en 2015 las mujeres por primera vez, por ley y con un lente gigante de observaciones, fuimos a las elecciones en listas de candidaturas paritarias. Aplausos.
La pregunta es cómo esa demanda, organizada y plural, desde muy diversas iniciativas e intervenciones, puede existir a tal distancia de la realidad de las mujeres de carne y hueso y obviar el contexto de la pobreza y la desigualdad; del día a día de indígenas, trabajadoras sin derechos, campesinas sin cultivos, maestras confundidas, trabajadoras de cuello blanco con salarios críticos y miles y miles de mujeres en riesgo cotidiano frente a la violencia machista, receptoras de la discriminación.
Si otra fuera la historia este 13 de septiembre todas hubiéramos festejado con altavoces y marchas festivas, el ascenso de la séptima gobernadora en la historia de México, Claudia Pavlovich en Sonora; ella hubiera hablado de las mujeres, cosa que no hizo, no obstante ser la mitad de la población, la mitad de las pobres y marginadas y la mitad de las mujeres de negocios, la mitad de la fuerza laboral y la mitad de quienes deambulan en Sonora como migrantes.
Pero no. Los aplausos no pueden ocultar la realidad. Mientras que las mujeres en la política no vean a las mujeres y las activistas aplaudidoras tampoco, el hecho, que podría ser histórico, resulta irrelevante, sin conexión, porque mientras un inmenso estadio con más de 10 mil almas aplaudía el perfil “firme” de la nueva gobernadora que anuncia que con la fuerza del Estado perseguirá a Guillermo Padrés y a su grupo de cómplices, no pudo exculparse porque en Sonora sigue sin justicia la muerte de las niñas y niños en la Guardería ABC, porque no nombró con claridad el tráfico de infantes ni se comprometió a parar la infausta y tremenda violencia contra las mujeres.
En Sonora, 333.560 mujeres mayores de 15 años trabajan con bajos salarios; en Sonora el 8.2 por ciento de las mujeres sufre ataques sexuales; 15 de cada 100 ha vivido violencia emocional y 14.9 por ciento de esas mayores de 15 años afirmaron que reciben violencia física y que 492 mil casadas han sufrido en pareja algún tipo de violencia.
¿No era el momento para que una gobernadora que reconoce que las mujeres abrieron el camino, entre ellas su propia madre, dijera algo al respecto? Doña Alicia Arellano, su madre, fue una de las dos primeras senadoras de la República, junto con María Lavalle Urbina. Doña Alicia podría ser su faro. En Sonora en agosto de 2015, según las últimas cifras de INEGI, 11 mil mujeres andan en busca de empleo.
Las políticas o algunas de ellas, porque no todas, son insensibles a la condición social de las mujeres. En Sonora se tipificó el feminicidio en 2014, pero eso no tiene sentido si esa tipificación ha servido para disminuir cifras, porque mientras los grupos civiles hablan de 36 asesinadas en el primer semestre de este año, la autoridad sólo reconoce 11, alegando la camisa de fuerza de la tipificación. En 2004 en Sonora fue claro que el 80 por ciento de las mujeres que fueron asesinadas, habían recurrido a la autoridad, sin ser escuchadas. No era el Partido Acción Nacional quien gobernaba.
Eso sucede porque la autoridad no tiene lentes violeta. No reconoce el problema. La gobernadora que emociona a las mujeres que quieren que muchas más mujeres lleguen a posiciones de poder, fue hostigada y ofendida por ser mujer, pero no se ha dado cuenta de ello. No tiene la piel sensible, ni un programa, ni un anuncio.
Recuerdo que cuando Rosario Robles, ahora representante del presidente de la República en la multitudinaria, apabullante ceremonia donde pronunció su primer mensaje Claudia Pavlovich, digo, cuando ella fue ungida como Jefa de Gobierno, anunció en su primer mensaje medidas para la igualdad, claramente con un tinte comprometido, feminista. Después creó una red de promotoras de la salud y resolvió el mecanismo para acceder al aborto legal, el que en esos momentos se permitía en la ley, por violación, peligro de vida de la madre, por imprudencia de la mujer –así se llamaba- y alguna otra causal. Se llamó Ley Robles y eso es historia, ni quien la dispute. Estaba comprometida, era evidente.
Nadie sabe ahora qué significan para la vida real de las mujeres, que más y más diputadas vayan a empezar a cobrar este 30 de septiembre; los partidos hicieron caso omiso de realmente capacitarlas en género. Ahí se trabaja para llegar al poder, no importa el sexo. Ahí se han generado acciones tremendas de violencia política.
Algunas luchadoras por la paridad, que aplauden, caminan en la ruta del poder de los hombres, con una distancia de las mujeres, que al menos ofende y ofende porque ellas si están enteradas del significado de la desigualdad y la discriminación, pero no se cimbran. Ojalá y me equivocara, pero escucho un discurso similar al de muchas mujeres que han llegado muy alto y no han visto a las mujeres. No hay mujeres como Griselda Álvarez pionera de los centros de atención a la violencia de género, que bien comprendía qué significaba la doble jornada. Hizo lo que le tocó en su tiempo, hablaba con la “A”, como ella muy pocas. Así que decirle a las sonorenses que la revolución vino del norte y del sur, que esperen. Y entre ellas reconocer las que hay maravillosas, de María Félix a Susana Vidales, Patricia Mercado, Elena Tapia y Cecilia Soto, Patricia Patiño y mucha más. Esa es otra historia.