La villana de Amadeo Vives es uno de los hitos más significativos del Teatro de la Zarzuela a lo largo del siglo XX, si bien la pieza en cuestión del maestro Vives no siempre fue bien acogida por la crítica y alguno llegó a decir que ojalá nunca se hubiera representado.
El motivo, su extrema originalidad al trasladar las claves del barroco al siglo XX y su inmensa dificultad en cuanto a la creación musical, que combina la tradición popular con las más sofisticadas composiciones, así como la endiablada dificultad técnica (Vives utiliza 7 bemoles nada menos, según el Maestro Gómez Martínez, que son los máximos existentes); también se ha hecho famosa por su ambición, al abarcar nada menos que cinco siglos, desde el XV, en que Lope de Vega sitúa su Peribáñez y el Comendador de Ocaña, hasta el siglo XX, pasando por el barroco en que Lope escribía y llegando en este nueva versión al siglo XXI, con los abusos del poder sobre las mujeres y violencia sexual, temas de desgraciada actualidad.
Y todo se logra a través del vestuario, la escenografía y demás recursos teatrales, como quedó patente en la reposición de esta obra en el Teatro de la Zarzuela de Madrid el viernes 27 de enero de 2017, cuando se cumplían 90 años de su estreno absoluto en este mismo teatro, el 1 de octubre de 1927, y más de 30 años después de su última representación en este mismo escenario, motivo por el cual La Zarzuela vivió esa noche una velada doblemente emotiva.
La Villana es, según su directora Natalia Menéndez, una “tragicomedia que trata del abuso de poder, un poder que produce dolor y deshonra, algo de total repugnancia cuando se da además, como es el caso, al lado del amor más puro (el Comendador empieza amando a un ángel que se le aparece en sueños, Casilda vestida de novia, hasta que, exasperado y rabioso a saberse rechazado, cae en lo peor), el amor que lleva al abuso de poder (y sexual). Por eso su directora ve la obra como «un desafío contra la injusticia, donde el vicio, la violencia y la tiranía son castigados, y la virtud, la honradez y la dignidad obtienen su recompensa”. Esto creo que se llama épica (Lope de Vega era épico-lírico) y va desde Omero hasta los más modernos westerns en los que tan regocijante resulta ver cómo el malo siempre acaba pagando. No así en la vida, por todo lo cual esta justicia poética es algo muy edificante de ver en un escenario.
La villana se así convierte en un claro homenaje a Lope de Vega, al poner de relieve lo más llamativo de la obra de arte de Lope y su ingenio al hacer que un villano, alguien que vive de su trabajo y de sus tierras, lo cual ya era mucho, tener tierras propias en el siglo XV, pueda equipararse a un noble mediante la concesión de títulos de nobleza por parte de los reyes, y así desafiarlo sin merecer por ello la horca. Lope hace de esta manera un símbolo del lugareño Peribáñez. Y Casilda, la enamorada de Peribáñez, prototipo de mujer fiel que no sucumbe a los halagos del poder ni siquiera en su noche de bodas, sería sobre todo célebre por ser fiel a sí misma por encima de toda otra consideración, algo que resulta muy moderno. Fiel a Peribáñez, sí, pero sobre todo fiel a sí misma hasta el fin.
Éstas serían las dos notas destacables en cuanto al argumento. Hay sin embargo una nota que prevalece en toda la composición musical, y es la alegría, ya que Amadeo Vives apuesta por el amor y triunfa el amor: “cuando la escuché, salí cantando», concluye Natalia Menéndez.
El montaje es una nueva producción del teatro de la Zarzuela, y en esta labor de justa reparación histórica cuenta con un elenco repleto de grandes nombres de nuestra lírica, coro y orquesta titulares y bailarines, directora escénica y director musical. Todos ellos desarrollan el drama que por culpa del abuso del comendador se les viene encima a los recién casados Casilda y Peribáñez, y lo cantarán entre trigales y cielos de Castilla.
- Dirección de escena: Natalia Menéndez
Dirección musical: Maestro Gómez Martínez al frente de Orquesta y Coro titurales de la Zarzuela.
Elenco: la soprano Nicola Beller Carbone, el tenor Jorge de León y el barítono Ángel Ódena, la soprano Mayte Alberola, el tenor Andeka Gorrotxategi, el barítono César San Martín, la soprano Milagros Martín y la mezzosoprano Sandra Ferrández, así como el bajo Rubén Amoretti, el barítono Manuel, los tenores Javier Tomé y Ricardo Muñiz, y el actor Carlos Lorenzo. Actúan además 11 bailarines cuya coreografía ha ideado Mónica Runde
scenografía: Nicolás Boni
Vestuario: María Araujo
Iluminación: Juan Gómez-Cornejo (AAI)
Función comentada: 27 de enero de 2017