Las noticias no ocurren, y los locutores no son narradores

El artículo de la semana pasada, contentivo de lo que a mi juicio son las frases y palabras preferidas de la mayoría de los redactores de sucesos en Venezuela y quizás en otros países de habla hispana, generó comentarios positivos y por demás elogiosos.

Eso es altamente satisfactorio, pues es una evidencia de que este trabajo de divulgación periodística no ha sido en vano. Muchos diaristas admiten que son vicios que conviene erradicar o por lo menos intentarlo, en función de hacer un mejor uso del lenguaje escrito y oral, aunque hay otros que simplemente siguen y seguirán tropezando con la misma piedra. Eso es lamentable.

Me agradó el comentario del poeta venezolano Yorman Tovar, para quien mi artículo fue una cátedra de lo que se debe y no se debe hacer en la redacción periodística. Sé cuan sincera es la apreciación de este compañero en el quehacer de la palabra, con quien suelo compartir impresiones acerca de las impropiedades lingüísticas más frecuente en los medios de comunicación social, con especial énfasis en las redes sociales, que aparte de lo útiles que son, también contribuyen a la deformación en muchos aspectos, por lo que no deben usarse de manera muy libérrima, pues el efecto podría ser igualmente provechoso que dañino.

No me propuse dictar cátedra, sino aportar algo que pudiera serle útil a todo aquel cuya ocupación habitual sea la redacción de textos. Son situaciones sencillas que permitirán adquirir madurez y solidez en la redacción, siempre y cuando se les preste la debida atención. Para que un periodista escriba bien, no es necesario que se convierta en catedrático de la lengua española, y si no, que lo diga el poeta Yorman Tovar.

No solamente en las redes sociales e impresos hay impropiedades, y para comprobarlo, basta con ver televisión u oir radio, medios en los que, con contadas y honrosas excepciones que se distinguen muy fácilmente, hay una considerable cantidad de disparates y disparateros. Ello se debe a la deficiente formación que recibieron en la educación básica, y a su despreocupación por aprender algo más de lo que recibieron en la universidad.

Es frecuente que en los noticieros de televisión los presentadores, al anunciar los títulos de las informaciones que leerán, digan, por ejemplo: «Estas son las noticias más importantes de Venezuela y el mundo, ocurridas en las últimas horas». Cualquier lector descuidado podría decir que en el ejemplo citado no hay nada impropio; pero si revisa con atención, podrá notar que hay algo inadecuado que debería evitarse en función de llamar las cosas por su nombre.

Los productores de espacios informativos televisivos y los que tienen la responsabilidad de leer las notas, deberían saber que la noticia no ocurre; ocurren los hechos que pudieran generar noticia.

Cabe acotar que desde el punto de vista semántico, información y noticia no son lo mismo. Según William Maxwell Aitken, «si un perro muerde a un hombre, no es noticia; pero si un hombre muerde a un perro, eso sí es noticia». La mala costumbre de decir «las noticias que han ocurrido» y de llamar noticia a cualquier boletín informativo, no es exclusiva de Venezuela, pues en otros países de América Latina, por lo poco que he podido saber, también es frecuente, y lamentablemente se ha arraigado, sin que nadie, más allá de los que escriben sobre temas lingüísticos, haya mostrado inquietud.

En cuanto a que los locutores no son narradores, no es una apreciación descabellada; es algo a lo que me he referido en muchas ocasiones, y hoy reitero mi criterio. Si de narrar se trata, no podrá llamársele narrador al que lee una información, sino al que la elaboró, con base en un hecho real o ficticio, acorde con la definición que del referido verbo registra el DLE: Narradores son aquellos que describen una acción que ocurre en el momento, como el caso del deporte.

Esos a los que modernamente se les llama presentadores o anclas, en el caso de la televisión, pudieran ser periodistas y locutores; pero no narradores, pues en todo caso lo que hacen es leer lo que otro u otros escribieron, describieron, narraron.

Igual ocurre en la radio con los espacios informativos, sobre todo en aquellos en los que aún se conserva la modalidad de las dos voces y la marimba. Aunque sean locutores y periodistas, al momento de su actuación, simplemente leen, no narran. Se da el caso de que no son ni locutores ni periodistas, sino personas que se han atrevido a hacer algo para lo que no están facultados; pero eso es harina de otro costal.

David Figueroa Díaz
David Figueroa Díaz (Araure, Venezuela, 1964) se inició en el periodismo de opinión a los 17 años de edad, y más tarde se convirtió en un estudioso del lenguaje oral y escrito. Mantuvo una publicación semanal por más de veinte años en el diario Última Hora de Acarigua-Araure, estado Portuguesa, y a partir de 2018 en El Impulso de Barquisimeto, dedicada al análisis y corrección de los errores más frecuentes en los medios de comunicación y en el habla cotidiana. Es licenciado en Comunicación Social (Cum Laude) por la Universidad Católica Cecilio Acosta (Unica) de Maracaibo; docente universitario, director de Comunicación e Información de la Alcaldía del municipio Guanarito. Es corredactor del Manual de Estilo de los Periodistas de la Dirección de Medios Públicos del Gobierno de Portuguesa; facilitador de talleres de ortografía y redacción periodística para medios impresos y digitales; miembro del Colegio Nacional de Periodistas seccional Portuguesa (CNP) y de la Asociación de Locutores y Operadores de Radio (Aloer).

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