Cada día es mayor la frecuencia con que se usan palabras y expresiones innecesarias que provienen de otras lenguas, quizás por colonialismo lingüístico, por imitación servil u otra razón de índole social, que no voy a analizar en este escrito, pues no es esa la intención.
Lo cierto del caso es que, por lo menos en el idioma español, abundan los extranjerismos, lo cual no tiene ni tendría nada de cuestionable, siempre que se los emplee cuando haya necesidad. Sobre este tema he hablado en muchas ocasiones en conversaciones informales, y lo he reiterado en artículos de opinión, siempre con el criterio de que nadie puede prohibir su uso, pues a veces son necesarios. Veamos por qué.
El problema está cuando se los usa por mera frivolidad y porque algunos piensan que decir palabras en un idioma diferente del materno, es más elegante, suena más bonito o simplemente dan más caché, como se dice corrientemente.
La necesidad expresiva del hablante impone el uso de voces extranjeras, cuando en la lengua materna no existan las que correspondan con la acción, lo que legitima su empleo; pero de allí a introducir expresiones foráneas sin más allá y sin más acá, hay un abismo.
A mediados de los años ochenta, en Venezuela se puso de moda el fax, que era un sistema de transmisión de copias a distancia, a través del hilo telefónico. Inmediatamente surgió el verbo faxear, que en principio estuvo considerado como extraño; pero más temprano que tarde entró a formar parte del registro lexical.
Al igual que lo que ocurrió con faxear, tuvo lugar con chatear, tuitear y guasapear, que derivan de chat, tuit y WhatsApp, y que hoy son verbos que pueden utilizarse sin restricciones de ninguna índole, toda vez que fueron acogidos por Real Academia de la Lengua. No me gusta usar guasapear; pero eso no es motivo para cuestionarlo ni condenarlo. Baste con que haya entrado triunfal al DLE (Diccionario de Lengua Española). Aclaro que no es que dichos verbos hayan sido aceptados por la docta institución, pues esta no está facultada para admitir o rechazar el uso de tal o cual palabra, dado que su función es meramente de registro. En materia de palabras, la autoridad única e irreprochable la ejerce el pueblo hablante.
No tiene sentido, y me parece una gran ridiculez hablar de openning, weekend, sprint training, midterm, en lugar de apertura, fin de semana, entrenamientos primaverales y mitad del mandato, como corresponde legítimamente en español. En el lenguaje deportivo es en donde –a mi juicio-, más se utilizan palabras extrajeras innecesarias, pues existe una suerte de competencia por demostrar cuál narrador o comentarista es más culto e instruido, y terminan cayendo en impropiedades que denuncian su escaso conocimiento.
En Venezuela existe el “Diccionario de galicismos” de Rafael María Baralt, de vocablos y expresiones provenientes del francés, que a decir del ilustre humanista y filólogo venezolano Andrés Bello, se excedió en cuestionarlos. Bello, según el académico ya fallecido, Alexis Márquez Rodríguez, además de mostrar los errores de Baralt, creó tres condiciones para el uso de extranjerismos, a saber: necesidad, utilidad y la inexistencia de la palabra o expresión para lo que se quiera decir.
Si no existen estos elementos, formulados como doctrina por el insigne caraqueño, no tiene sentido usarlo, pues lejos de demostrar sabiduría y buen gusto, delata la ignorancia, la fanfarronería y el colonialismo lingüístico de quienes piensan que en un idioma diferente del español es mejor y se está a la vanguardia de las innovaciones en lenguaje y comunicación.
Sobre el uso indiscriminado de extranjerismos, la Fundación de Español Urgente (Fundéu) mantiene una sólida campaña que muchos redactores han acogido y asimilado en función de usar más los giros y expresiones propias de este idioma, antes de remplazarlos por foráneos, como muestra de sensatez.
Los estudiosos del tema, pues yo apenas soy un aficionado del buen decir, aseguran que las razones por las que se recurre a un vocablo extranjero son la desidia, la flojera, el descuido o el desprecio por la propia lengua, que esto último sería el aspecto más cuestionable, dado que entraña un irrespeto a la cultura del país, del que muchos dirían sentirse orgullosos.
Ahora: ¿es cierto que los extranjerismos dan más caché? ¡No lo creo!