«Pero, entonces, dime Alicia, si el mundo no tiene absolutamente ningún sentido, ¿quién nos impide inventar uno?»
LEWIS CARROLL, Alicia en el País de las Maravillas.
El historiador no se limita a reseñar cuanto hacemos y gozamos o sufrimos los seres humanos, ni siquiera se detiene en establecer un relato, en escribir una narración que cuente lo ocurrido; lo que hace el historiador es afianzar esa narración en el interior de un proyecto, de tal manera que interpreta lo acontecido en relación con ese proyecto, con ese propósito que envuelve su relato. Se define, se interpreta, se explica, se analiza cada acontecimiento, o el acontecimiento, para correlacionarlo con otros hechos y dejarlo así ensamblado a esa realidad que debió ser el pasado. Incluso, muchos historiadores han intentado así, con ese método, no sólo descubrir aquellas leyes que creíamos que regían la Historia, sino incluso entender el futuro. Particularmente, yo soy de los que considera que entender ese pasado es más que suficiente para nosotros que luego tenemos, eso sí, que explicar a nuestros congéneres. Comprendemos para explicar. De momento, hasta ahí creo que está claro, y que es más que suficiente como labor.
Y sí, hemos llegado a Edward H(allett) Carr, al historiador británico todavía campeón del mundo en esto de escribir libros sobre quéeslaHistoria?, quien contrapone las dos versiones extremas del oficio del que vengo hablando: si de un lado se ha llegado al extremo de escribir una Historia fundida a un gran relato que atraviesa cuanto ha acontecido, a la que Carr llama mística, del otro, del contrario, de su némesis, muchos historiadores se han liado la manta a la cabeza y han concluido que, dado que no existe ese relato sideral, gigantesco, absoluto, entonces ni el pasado ni por tanto la Historia tienen sentido, y son los que defienden, según el pragmático intelectual fallecido en 1982, la llamada versión cínica. Y yo digo: ni tanto ni tan calvo.
El historiador español Enrique Moradiellos reproduce en su libro Las caras de Clío lo que el historiador británico David Cannadine ha dicho de nosotros los historiadores y de nuestro oficio de mediadores:
“Los historiadores son los mediadores entre el pasado y el presente”.
Considera Cannadine que los historiadores comprendemos “a los hombres y a los acontecimientos en el tiempo” para comunicar eso que comprendemos “a una audiencia más amplia”, a la sociedad civil toda, añado yo. Nos limitan las pruebas disponibles y nuestra imaginación, pero también nos limitan “aquellas preocupaciones contemporáneas que, de un modo u otro, nos afectan inevitablemente a todos” hasta el punto de influir en el tipo de Historia que escribimos.
Hablando de audiencia: estoy con el filósofo de la Historia holandés Chris Lorenz cuando reconoce que los historiadores no reconstruyen el pasado desde el vacío, sino que lo hacen “con una audiencia particular en mente”, están limitados, en lo que el propio Lorenz denomina horizonte de expectativas, por la llamada regla de audiencia tanto como por la regla de realidad. Y eso mismo pienso yo, a diferencia de lo que mantuvo Pierre Vilar, cuando dijo que la Historia no es un producto de un tiempo, sino el tiempo producto de la Historia. Tengo para mí que, aunque el tiempo sea un producto del oficio de los historiadores, este oficio nuestro sí acaba por ser un producto del paso del tiempo, no sólo del mero paso del tiempo sino del mismísimo paso del tiempo a través de la disciplina histórica.
Conocer, explicar, comprender. Johann Gustav Droysen, historiador alemán del siglo XIX, historicista él, consideraba que existen tres métodos para acceder al saber: de un lado, el filosófico, que tiene como finalidad conocer; en segundo lugar, el método científico, cuyo propósito es explicar; y, por último, pero no menos importante, el método histórico, la disciplina histórica, cuyo objetivo es comprender, es decir, entender las intenciones y las motivaciones que tienen los comportamientos de los seres humanos.
Por su parte, la historiadora canadiense Margaret MacMillan nos habla de la comprensión y su oficio (un oficio del que dice que “nos ayuda a definirnos y a identificarnos”):
“Usamos la Historia para comprendernos a nosotros mismos, y debemos usarla para comprender a los demás”.
Viene a decir MacMillan que cuando sabemos de alguien que ha sufrido una desgracia, “ese conocimiento nos ayuda a evitar hacer daño […] Sin conocer la historia de la esclavitud y la frecuente violencia que sufrían los negros, no podemos empezar a captar siquiera la complejidad de la relación entre las razas en Estados Unidos”. De hecho, a la pregunta ¿estaríamos peor en el presente si no conociéramos nada de la historia? la historiadora canadiense responde: sí. Sí, estaríamos peor, creo yo también.
Hablando de sufrimiento, por cierto, para el historiador alemán Karl-Georg Faber, fallecido en 1982, el objeto de la Historia está compuesto por “actividades humanas y sufrimientos en el pasado”. No parece que los historiadores vayamos a eliminar el sufrimiento presente ni futuro pero creo que sí podemos colaborar a reducirlo.
Tengo listo el libro donde enseñaré cómo hacemos por ello. Pero antes hay que publicarlo.