El próximo 8 de febrero cumplirá 64 años. Su regreso al gobierno de Brasil ha resonado en el mundo casi tanto como el del propio presidente Luiz Inácio Lula da Silva. Y si Lula necesita desbolsonarizar Brasil, los habitantes del planeta Tierra necesitamos –seguramente, en la misma medida– que alguien desbolsonarice la Amazonia.
Esa es la tarea (de nuevo) de la ministra brasileña del Medio Ambiente, Marina Silva.
En Periodistas en español, su biografía se resumió así en agosto de 2014:
–De imagen y salud frágiles, por años de enfermedades de la selva, Marina Silva tiene una historia tenaz de luchas y empeño. Nacida en una comunidad de colectores de caucho, una entre once hermanos en el interior del amazónico estado de Acre (norte), Silva, profundamente religiosa y evangélica, fue analfabeta hasta los 16 años. Madre de cuatro hijos, trabajó como empleada doméstica mientras aprendía a leer y escribir, y se formó en historia, antes de volver a sus orígenes, al lado del mítico líder amazónico Chico Mendes, asesinado.
Chico Mendes fue acribillado a balazos por parte de dos ganaderos y terratenientes que le dispararon a quemarropa en 1988.
De niña, Marina Silva, era analfabeta. No aprendió a leer y escribir hasta la adolescencia. Trabajaba con su familia seringueira (recolectores de caucho). Aprendió a leer más tarde, también sindicalismo y activismo medioambiental por la vía de la resistencia social y familiar contra las muy depredadoras empresas de la industria de la madera. Ya como adulta, lideró diversas acciones conocidas como empates: grupos de personas con sus manos entrelazadas rodean los terrenos en los que van a arrancar el matorral o los árboles. Mediante esos actos de resistencia pasiva tratan de bloquear los desmontes que van a llevar a cabo los desforestadores y sus máquinas.
En la Universidad de Acre (estado amazónico limítrofe con Perú y Bolivia), Marina Silva se formó como historiadora. También acumuló experiencia como militante política de un partido marxista escindido del Partido Comunista de Brasil.
Ha sido candidata tres veces a la presidencia de Brasil, después de tener sonoras diferencias con Dilma Roussef y con el mismo Lula da Silva, a quienes reprochó ceder ante el cabildeo de determinados sectores empresariales, algunos mineros y otros vinculados al negocio de la madera. Asimismo, los criticó por no firmar acuerdos internacionales precisos relativos a la lucha contra la desforestación en la Amazonía.
Se salió del Partido de los Trabajadores dando un portazo cuando el gobierno autorizó en su región de origen la construcción de un enorme embalse destinado a la producción hidroeléctrica.
Pasó por otras siglas de la izquierda y terminó fundando un partido llamado Rede Sustantibilidade (Red de Sostenibilidad, REDE), que se define como «humanista, progresista y ambientalista». En las últimas elecciones, fue elegida diputada federal con el apoyo de REDE y del Partido Socialismo e Liberdade, donde concurren corrientes socialdemócratas, feministas y ecosocialistas.
A pesar de sus choques anteriores, ha regresado al mismo ministerio del que ya fue responsable (2003-2008) bajo la anterior presidencia de Lula. Bajo aquel gobierno, la desforestación fue reducida con vigor: se crearon varias reservas naturales y otras amparando a pueblos y grupos indígenas.
En su recuerdo vital queda la miseria que sufriera en su infancia con su familia, muy pobre y muy numerosa (once hermanos y hermanas). De ahí heredó su obstinación para luchar contra las desigualdades y una salud frágil.
En 1997, abandonó la Iglesia Católica, que la había acogido a los 16 años en uno de sus orfanatos, y se unió al evangelismo pentecostal, al que sigue fiel. Considera la religión y sus creencias religiosas como algo esencial en su vida.
Se ha declarado contraria al derecho al aborto, pero defiende la realización de un referéndum en el que los brasileños se pronuncien tras un gran debate nacional. En Brasil, hay una ley que lo permite sólo en un número limitado de casos.
Los grupos desforestadores y los de la minería extractivista han seguido actuando legal e ilegalmente durante demasiado tiempo. Marina Silva tiene ante sí –una vez más– un desafío titánico. No le será fácil impulsar un nuevo modelo más igualitario y de desarrollo alternativo.
En 1996 recibió el Premio Goldman para defensores del medio ambiente, considerado una especie de Premio Nobel verde.
«Fue víctima de una de las primeras campañas de noticias falsas que se recuerdan en Brasil, una caza de brujas impulsada por su antiguo partido [el PT] a cuenta de su fe. De repente era homófoba, iba a acabar con el Estado laico, a introducir el creacionismo en las escuelas», según ha escrito Natalia Galarraga Gortázar (La protectora de la Amazonía, suplemento Ideas de El País, domingo 8 de enero de 2023).
Marina Silva logró que disminuyera un 82 por ciento la desforestación de la región amazónica, entre 2004 y 2012.
Durante aquellos años, resumió así su pensamiento político y ecologista:
–La discusión entre desarrollo y conservación del medio ambiente es un falso dilema. Es algo que tiene que ser superado en términos prácticos, porque no es posible impulsar el desarrollo sin promover la conservación ambiental. Esas dos cuestiones conforman una misma ecuación.
Su lucha contra las desigualdades se comprende por su dura trayectoria. Sus partidarios defienden que habrá «tolerancia cero» con la desforestación salvaje. Pero la movilización de los «vándalos fascistas», según los definió el presidente Lula, y los últimos ataques contra las instituciones democráticas de Brasil no anuncian ningún recorrido fácil. Ni para la presidencia de Lula, ni para Marina Silva.