Las protestas de la semana pasada, los dos años de Primavera Árabe y el intenso malestar socioeconómico en el sur de Europa parecen estar derramándose sobre Turquía, que hasta ahora había permanecido sin problemas.
«Paz en casa, paz en el mundo», es el lema oficial de la República de Turquía. Acuñado en 1931 por su fundador, Mustafa Kemal Atatürk, implica una relación causal, pero los hechos de esta semana en Estambul y otras ciudades del país sugieren que la causalidad también puede funcionar en orden inverso, escribe Jacques N. Couvas (IPS) desde Ankara.
De todos modos, la economía es fuerte, aunque no tanto como lo fue, en términos generales, en la década pasada. A consecuencia, las similitudes que Turquía comparte con países del norte y el sur del Mediterráneo que también atraviesan una crisis tienen más que ver con un mal liderazgo.
El éxito financiero, alimentado por las inversiones extranjeras directas en lujosas propiedades inmobiliarias en Estambul y a lo largo de la costa turca del mar Egeo, y por la privatización masiva de empresas estatales, ha conferido una popularidad inédita al gobernante Partido Justicia y Desarrollo (AKP), además de una mayor sensación de ser invencible.
Desde la victoria electoral del AKP en 2011, esta sensación se tradujo en una menor transparencia y responsabilidad por parte de figuras clave del gobierno. Recep Tayyip Erdogan, líder del AKP y primer ministro turco, así como un puñado de colaboradores cercanos, han desestimado ostentosamente los consejos de asesores confiables de considerar las preocupaciones del ciudadano promedio y de ser más inclusivos del 50 por ciento de la población que no votó al AKP.
La falta de transparencia gubernamental, como en el sur de Europa, y la arrogancia hacia los ciudadanos y sus libertades fundamentales, como en Medio Oriente, han cimentado el camino hacia una manifestación explosiva de la sensación de que ya basta, que ha dejado tres muertos, 1.000 heridos y 1.700 arrestados.
Algunos observadores sostienen que la crisis empezó con un beso, refiriéndose a una prohibición emitida en mayo por las autoridades en Ankara para las demostraciones de afecto de las parejas en áreas públicas, que desató protestas juveniles en la capital. Otros señalan síntomas anteriores de descontento.
En mayo de 2012 y en el otoño boreal siguiente, Erdogan desafío los derechos de las mujeres a abortar y a practicarse cesáreas para dar a luz, proclamando reiteradamente que las mujeres debían tener como mínimo tres hijos. Las asociaciones feministas salieron a las calles.
Más recientemente, el parlamento turco, donde el AKP ocupa 326 de los 550 escaños, aprobó legislación que restringe severamente la promoción y el consumo de alcohol, y Erdogan prometió altos impuestos a las bebidas alcohólicas.
Los turcos secularistas, algunos de los cuales votaron al AKP en elecciones pasadas a causa del desempeño económico del gobierno, han empezado a quejarse de que Erdogan interfiere de un modo inaceptable con el estilo de vida de la gente.
Al mismo tiempo, los ciudadanos están cansados de una economía excesivamente liberal que ha aumentado la brecha de ingresos entre la burguesía y la clase trabajadora.
La decisión de convertir el único espacio verde del centro de Estambul en un centro comercial y un lujoso complejo de apartamentos, fue el disparador, más que la causa, de la llamada revuelta de Gezi, por el nombre del lugar.
Los edificios sobre la avenida Cumhuriyet, adyacente al parque, ya se demolieron para dejar espacio a un gran complejo de costosos comercios, residencias y centros comerciales, mientras que la plaza Taksim, emblemática de Estambul, será convertida en una gran mezquita.
Una investigación independiente publicada en 2012 por una organización no gubernamental mostró que Turquía, con 75 millones de habitantes, posee 85.000 mezquitas, 17.000 de las cuales se construyeron en los últimos 10 años.
En comparación, el país tiene 67.000 escuelas, 1.220 hospitales, otros 6.300 centros de salud y 1.435 bibliotecas públicas. El presupuesto anual del Ministerio de Cultura y Turismo es de menos de la mitad que el de la Dirección General de Asuntos Religiosos, que representa a los musulmanes sunitas del país (80 por ciento de la población).
Las inversiones extranjeras directas que ingresaron a Turquía desde 2002, principalmente de Qatar, Arabia Saudita y de fondos de pensión de Estados Unidos y Holanda, se han concentrado en especulativos proyectos de bienes raíces de alta gama. La cantidad de centros comerciales aumentó de 46 en el año 2000 a 300 en 2012. Solo Estambul tiene actualmente en construcción dos millones de metros cuadrados de esos emprendimientos, según la consultora internacional CBRE.
Una serie de privatizaciones anunciadas este año –un sistema ferroviario, la aerolínea nacional, las grandes empresas energéticas del Estado, la red de autopistas y puentes- proveerán fondos para asumir imponentes proyectos de construcción: un tercer puente sobre el Bósforo, un tercer aeropuerto en Estambul, un segundo Bósforo artificial que facilitará más desarrollos inmobiliarios lujosos, y la mezquita más grande de Medio Oriente, que se construirá en Estambul.
Las manifestaciones que empezaron hace 10 días fueron espontáneas y pacíficas, y parecieron reflejar la frustración ciudadana con un gobierno distante, pero la actitud de tolerancia cero adoptada por la policía y la declaraciones incendiarias de Erdogan y de algunos de sus ministros han transformado esto en una inesperada crisis política con implicaciones inciertas para la democracia turca.
IPS dialogó con personalidades políticas y conocidos periodistas que se mostraron reticentes a debatir la situación mientras esta se desarrolla.
La secretaría personal de Fetullah Gulen, teólogo musulmán turco y líder de un movimiento mundial que promueve el Islam moderado y el diálogo interreligioso, dijo a IPS que Gulen emitirá una declaración esta semana.
Actualmente vive autoexiliado en el estado estadounidense de Pennsylvania, y lo siguen millones de musulmanes.
El presidente de Turquía, Abdullah Gül, y el vice primer ministro, Bulent Arinc, ambos conocidos por su madurez política y su moderación, han intentado ofrecer limitadas excusas por los abusos policiales contra las manifestaciones.
La verdadera prueba de fuego para la evolución del clima político del país tendrá lugar cuando Erdogan regrese del norte de África, pero es improbable que la paz social se restaure con declaraciones similares a las que el mandatario formuló antes de su partida. «Presionaré con el proyecto Gezi: si ustedes no quieren un centro comercial, construiré una mezquita», dijo, para luego agregar que los manifestantes son «maleantes».
Para los expertos en política turca, el actual malestar tiene reminiscencias del estilo hegemónico del liderazgo del Partido Democrático de los años 50.
«En 1957, el primer ministro Adnan Menderes y el presidente Celâl Bayar estaban bastante confiados porque habían obtenido 47 por ciento de los votos en las elecciones», dijo Huseyn Ergun, veterano político y actual presidente del Partido Social Demócrata.
«Habían empezado a imponer sanciones al partido opositor y a sus representantes. También tenían en el parlamento una comisión investigadora contra la oposición y destruyeron sitios emblemáticos de Estambul. Usted sabe cómo terminó todo esto», agregó.
De hecho, estuvieron en el poder hasta 1960, cuando fueron derrocados en un golpe militar, historia que los turcos no quieren ver que se repita mientras vivan.