–President McKinley made our country very rich through tariffs and talent. He was born businessman, providing funds for many great deeds he accomplished.
Es decir, «el presidente McKinley hizo muy rico a nuestro país mediante aranceles y talento. Era un hombre de negocios nato que obtuvo [así] fondos para muchas acciones grandes que logró». Donald Trump incluyó esa frase en su discurso inaugural.
Como siempre, Trump pretende describir una época, que él considera dorada, pero la distorsiona. Sin embargo, ilustra bien una de sus principales obsesiones y resulta clave para entender su política actual. También su admiración por la presidencia de su lejano predecesor, William McKinley (1897-1901), quien no pudo terminar su mandato porque fue asesinado por un anarquista llamado Leon Czolgosz.
McKinley no murió en el acto sino varios días después.Tras ser juzgado en breve tiempo, Czolgosz fue ejecutado en la silla eléctrica siete semanas después del magnicidio.
Con cuidado, Trump se refiere de vez en cuando a McKinley como si siguiera sus pasos uno a uno, pero elude detalles menos cómodos sobre su ideal. Por ejemplo, Trump evitó que lo alistaran en el ejército para ir a Vietnam fabricando informes médicos falsos y alegando una deformación ósea (bone spur, osteofito) que nadie debió comprobar.
Por el contrario, McKinley era antiesclavista y formó parte del ejército de la Unión en la guerra civil estadounidense, donde combatió de manera voluntaria. Terminó recibiendo algunos honores militares y –hasta el final de sus días– se sentía halagado si le llamaban major (comandante).
Ambos, Trump y McKinley, han recibido el apelativo de Tariffs King (el rey de los aranceles). Desde su época de congresista, McKinley defendió la imposición de duros aranceles a determinadas importaciones para revitalizar la producción de manufacturas en su país.
Años después, al ser asesinado, McKinley no pudo terminar su presidencia. Antes había declarado la guerra a España, en 1898, que le sirvió para convertir a Cuba en una especie de país súbdito de Washington, lo mismo que Puerto Rico (aún hoy Estado ‘asociado’ a los EEUU), las Filipinas y la isla de Guam.
Luego amplió esas adquisiciones anexionándose Hawái (el estado número 51 actualmente).
De modo que cuando Trump expresa sus deseos de dominar Groenlandia y Canadá, así como amenaza con recuperar el Canal de Panamá, un proyecto de finales del siglo XIX, está pretendiendo mostrar que sigue la estela heredada del lejano presidente McKinley.
En lo que se refiere a Cuba, McKinley tuvo al lado –como hoy Trump– a sus propios príncipes de las falsas noticias y de la propaganda (al modo Elon Musk de hoy). Fue de la mano de magnates de los periódicos de la época, especialmente de dos: William R. Hearst y Joseph Pulitzer.
Ambos grandes empresarios, promovieron y premiaron crónicas inventadas por sus enviados especiales y aceptaron titulares falsos, sensacionalistas, violentos o muy sesgados.
Como en la actualidad, crearon polarización social. Se les considera creadores del llamado periodismo amarillo.
En aquel tiempo, insuflaron canciones a favor de la guerra e incluso pagaron imágenes de cine en las que se veían escenas de fusilamientos de patriotas cubanos que –en verdad– no habían tenido lugar en Cuba, sino que habían sido filmadas en territorio estadounidense.
El cine –nueva tecnología de aquel tiempo– había sido inventado apenas unos años antes.
Trump retuerce la figura de McKinley al describirlo como «hombre de negocios» como él, pero éste fue abogado y defendió a trabajadores de las minas de carbón que se habían enfrentado a esquiroles y provocadores antihuelga. Fue precisamente en ese entorno donde terminó siendo amigo de Marcus Hanna, poseedor de minas y futuro congresista republicano. Hanna también jugó un papel esencial a favor de McKinley modificando los hábitos de sus campañas electorales.
La guerra de Cuba también le llevó a reforzar su inclinación hacia grandes ambiciones geopolíticas, como su impulso hacia la creación y posesión del Canal de Panamá por parte de Estados Unidos, un proyecto que sería concluido tras la presidencia y el fallecimiento de McKinley.
Aunque fuera conocido como el Napoleón del proteccionismo, William McKinley terminó renegando de su política favorable a los aranceles. Había decretado una subida del 50 por ciento para proteger la industria y los intereses estadounidenses, especialmente en lo que se refiere a productos y sectores como el azúcar, la lana y diversos artículos de lujo.
De modo que cuando Donald Trump explica algo sobre William McKinley lo hace de manera selectiva. Retuerce hechos, distorsiona y esconde el mismo fracaso final del proteccionismo económico que impulsó en su día McKinley.
Trump miente de nuevo e inventa otra leyenda para relacionarla con su propia trayectoria. Se diría que más que recrear el pasado, vive en el pasado. Y quiere forzar al porvenir para que éste sea apenas una mala copia de lo que ya no es ni será.
Por eso no menciona que días antes de su muerte William McKinley había cambiado de opinión de manera radical. «Las guerras comerciales son estériles», declaró.