Nueva ética médica a 75 años del Tribunal de Núremberg

En los procesos de Núremberg veintitrés médicos fueron acusados y siete de ellos condenados a muerte

Roberto Cataldi¹

Hace unos días se cumplieron los 75 años del histórico Tribunal de Núremberg y creo oportuno dar paso a una cultura de la memoria. En este proceso se intentó que todos los grupos de poder del Tercer Reich estuvieran representados y enjuiciados. Se  propuso Núremberg porque la ciudad conservaba las instalaciones apropiadas para el proceso (pocos edificios relevantes quedaban en pie en Alemania debido al intenso bombardeo aliado) y, también por la fuerte carga simbólica, pues en Núremberg se dictaron las leyes raciales y fue el lugar de la liturgia nazi, de las grandes escenografías donde se  mostraba al mundo el poder del régimen.

La tarea no fue fácil ya que hubo que sortear serios inconvenientes, como  el principio del derecho penal que determina que no puede haber pena si no existe una ley previa, pero claro, se trataba de crímenes contra la humanidad. En 1944 Rafael Lemkin creó el término «genocidio», sustantivo derivado del griego genos (‘estirpe’) y del sufijo latino cide (de cadere, ‘matar’), que fue punto de partida de un nuevo y necesario Derecho internacional.

Dicen que Churchill deseaba un trámite rápido y que consideraba el proceso más un acto político que jurídico, pues era  necesario  dar por finalizada la conflictiva situación recurriendo a un castigo draconiano para los responsables. Pero primero Stalin y luego Roosevelt se opusieron, exigieron un juicio que fuera ejemplificador en el lugar donde se cometieron los crímenes. Los alemanes argumentaban que estaban siendo enjuiciados por haber sido derrotados, no por sus actos.

Hubo cerca de cinco mil peticiones de procesamientos, y los aliados escogieron a 650 de ellos para juzgar. El juicio principal analizó la culpabilidad de los jerarcas nazis, pero además hubo varios en los que se agrupaba por profesión o área de actividad, como el destinado a los médicos. En efecto, durante el proceso veintitrés médicos fueron acusados, de los cuales dieciséis fueron declarados culpables y siete condenados a muerte.

Todos los experimentos en seres humanos se expusieron con detalle en el mencionado juicio; experimentos que costaron la vida a miles de personas más allá de que permitieron obtener conocimientos científicos, porque ese era su objetivo primordial. Esto dio lugar a diversas interpretaciones, y el  uso de esa información obtenida a través de procedimientos brutales también dio lugar a serios conflictos éticos.

Leo Alexander y Andrew Conway Ivy fueron dos médicos militares del lado de los aliados que estuvieron presentes en el desarrollo del juicio y que elaboraron un código: el Código de Núrember, que es el documento más importante  en la historia de la ética de la investigación médica. En él se basan todas las declaraciones y documentos posteriores que hoy rigen internacionalmente la investigación médica con seres humanos, como sucede en estos momentos con la investigación de vacunas para generar inmunidad contra la COVID-19.

El Juicio de Núremberg (1945-1946) marca un antes y un después en la investigación médica con seres humanos, pero no de la manera que muchos creen. Durante veinticinco años el Código de Núremberg sancionado en 1947 permaneció en el olvido. Prueba de ello es la escasa trascendencia que tuvo en las principales revistas médicas del mundo y esto es algo que no suele mencionarse. De todas maneras este código resultaba distante para los médicos porque surgió de un juicio por actos criminales y, la profesión médica nunca aceptó que por el afán de investigar se cometiesen delitos. En efecto, una cosa es la investigación científica y el resultado que se obtenga de ella para beneficio de los seres humanos, y otra es la ética del investigador. De allí que la bioética nacida en 1970 insista en que el progreso científico no puede resultar moralmente incontrolable.

Al Tribunal de Núremberg se le cuestionó su legitimidad política como su legitimidad jurídica,  porque ese tribunal llamado «internacional» no era otra cosa que un tribunal militar de las fuerzas aliadas de ocupación destinado a imponer la justicia de los vencedores, sin que paralelamente se llevaran adelante juicios por los crímenes de guerra de los aliados. Pese a todo,  no hay duda que constituyó un paso muy importante para que circulara en el mundo la idea de que hay derechos universales del hombre que jamás deben ser violados, y que existen atrocidades que de ninguna manera pueden quedar impunes.

  1. Roberto Miguel Cataldi Amatriain es médico de profesión y ensayista cultivador de humanidades, para cuyo desarrollo creó junto a su familia la Fundación Internacional Cataldi Amatriain (FICA)

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