Tras la invasión de Ucrania, el aislamiento internacional de Rusia salta a la vista. Pero su soledad no es completa, contra lo que se da a entender en distintos medios.
Otro asunto, que no tiene por qué ser totalmente simétrico, es el nivel de retraimiento personal de Vladimir Putin. Probable, dadas las circunstancias, aunque tampoco hay que asumir como artículo de fe los titulares que lo tachan de loco solitario.
En el contexto actual, seguramente escucha poco a su entorno de asesores, como cualquier dirigente autoritario y poderoso. Desde hace años, su perfil ya apuntaba a que se trata de alguien propenso a la desconfianza generalizada hacia todos los demás. Y quizá ahora apenas oiga otra cosa que lo que quiere oir.
Casi con seguridad, en su círculo más cercano, sus asesores se lo pensarán dos veces antes de contrariar su estrategia. Difícil saberlo con certeza.
Nuestra colega periodista Anna Bosch (excorresponsal de TVE en Moscú) se lo preguntaba hace poco a sí misma refiriéndose a Serguei Lavrov, ministro de Asuntos Exteriores de Rusia, a quien entrevistó en el pasado. Lavrov acaba de cumplir 18 años en el cargo.
Fue nombrado por Putin en 2004, sucediendo a Igor Ivanov. Desde entonces se ha mantenido a la cabeza de la diplomacia rusa, tanto durante los periodos en los que Putin ha sido formalmente presidente como en la fase intermedia, cuando éste ejercía como hombre fuerte desde el puesto de primer ministro. Sucedió mientras Dmitri Medvédev prestaba su figura (más que ejercía) como presidente de la Federación Rusa.
En cualquier caso, Lavrov sí es alguien pegado –¿hasta qué punto, apegado?- a Vladimir Putin desde hace mucho tiempo. Hacia el exterior, la cercanía de ambos parece sólida.
La ONU, el aislamiento simbólico
Entre los espacios internacionales en los que podemos medir el aislamiento de la Federación Rusa, no debemos olvidar el de mayor simbolismo: las Naciones Unidas. El día 1 de marzo (diario suizo Le Matin) Lavrov no pudo intervenir presencialmente ante la Conferencia del Desarme ni ante el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, con sede en Ginebra. Optó por no viajar a la sede suiza de Naciones Unidas. O sencillamente se lo impidió el cierre del espacio aéreo europeo a los aviones rusos. La inmensa mayoría de los representantes de otros países abandonó la sala cuando su rostro apareció en la tribuna-pantalla de los oradores por teleconferencia.
En las fotos del boicoteo y salida masiva de diplomáticos se puede apreciar –ausencia significativa- el vacío de la silla de Serbia. Las autoridades de ese país están hoy poco interesadas en alejarse de la Unión Europea, a pesar de sus fuertes lazos históricos con Moscú. Y no cabe duda de lo significativo de ese gesto. Pero debemos señalar que –mientras tanto- los dirigentes de la República Srpska han vuelto a expresar con vehemencia su descontento por su acomodo forzoso en Bosnia-Herzegovina, que ellos siguen sintiendo como resultado de una imposición surgida de los acuerdos de Dayton.
Como representante serbobosnio en el trio que forma la presidencia colegiada de su país, Milorad Dodik protestó esta semana porque Bosnia-Herzegovina decidiera sumarse a las sanciones contra Rusia. El 2 de marzo, Dodik abandonó en Sarajevo la reunión en la que Bosnia decidió apoyarlas sólo con el voto favorable de los copresidentes croata y bosnio-musulmán.
Horas más tarde, en Nueva York, una mayoría aplastante, 141 países, votó en la Asamblea General de la ONU una resolución de condena contra Rusia en la que se pidió el cese de sus operaciones militares en Ucrania. Sólo apoyaron a Moscú, Bielorrusia, Corea del Norte, Eritrea y Siria.
Pero más de cuarenta países se abstuvieron o se ausentaron de la Asamblea General. No son pocos. Y entre ellos se cuentan potencias nucleares como China y la India. Tampoco es un detalle menor.
Asimismo, se abstuvieron una quincena de estados africanos, como Argelia, Sudáfrica o Malí, país este último donde operan desde hace poco mercenarios rusos de la compañía Wagner, brazo armado de Putin en varios conflictos.
También se abstuvieron países de Oriente Medio y asiáticos como Irán, Pakistán, Irak y Vietnam. No son un conjunto uniforme, pero sí hay entre ellos algunas potencias medias. Han optado por no apoyar expresamente a los invasores rusos, pero seguramente, ni quieren ni pueden separarse demasiado de Moscú.
Un ejemplo chocante de eso es el de los Emiratos Árabes Unidos (EAU) que apoyaron la resolución de la Asamblea General de la ONU (2 de marzo), condenando la invasión de Ucrania, cuando previamente se habían abstenido ante un texto similar presentado en el Consejo de Seguridad unos días antes (25 de febrero). Los EAU son un miembro no permanente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, del que acaban de asumir la presidencia durante el mes de marzo.
Le Monde (7 de marzo) se refiere a la «delicada neutralidad de los países del Golfo». El diario recuerda que Arabia Saudí y los EAU se sienten cercanos a Estados Unidos, pero «se distinguen por su voluntad de conservar una posición neutra, incluso ambigua, con relación a Moscú».
Entre los latinoamericanos, Cuba, Nicaragua, El Salvador y Bolivia se abstuvieron como los anteriores.
Marruecos (una sorpresa) y Venezuela no participaron en el voto.
Sobre la abstención de la India
Las razones de la abstención de la India en la ONU son menos conocidas que las de China. Primero, tuvo lugar en el Consejo de Seguridad; después en la Asamblea General. En ambos casos, aunque hoy con gobierno nacionalista hindú, Nueva Delhi sigue la línea de la vieja diplomacia de Jawaharlal Nehru con los no alineados. Ilustra también sus esfuerzos por mantener un cierto equilibrio entre la Casa Blanca y el Kremlin.
Hay que recordar que la India ya se abstuvo en marzo de 2014 ante una resolución similar sobre Crimea, cuando un portavoz del Consejo de Seguridad indio, Shivshankar Menon, señaló que había que «tener en cuenta intereses legítimos de los rusos».
Las fuerzas armadas indias, hay que recordarlo, siguen siendo un cliente mayor del armamento ruso, mientras la administración Biden sigue pesando si sanciona de algún modo la reciente adquisición a Rusia de 400 misiles S-400 por parte del gobierno de Narendra Modi.
Su política ecléctica es «no distanciarse demasiado de un socio estratégico bajo la presión del otro», ha declarado otro dirigente indio (The Hindu, 2 de marzo). Según voces de Delhi, se trata de mantener el contacto con todos, a la espera de que fructifique alguno de los gérmenes y foros de diálogo aún abiertos.
India necesita aliados en sus tensiones permanentes con China y Pakistán, donde no faltan disputas fronterizas y territoriales, así como periódicos estallidos bélicos de los que hay escaso reflejo mediático. Esos choques tienen lugar preferentemente en la Línea de Control de la ONU en Cachemira, territorio dividido desde 1947 entre India y Pakistán.
Para Moscú, la actual ambigüedad india resulta suficiente. En la sede neoyorkina de Naciones Unidas, el embajador de Rusia ha expresado su agradecimiento porque la India se abstuviera cuando Washington quiso «retorcerles el brazo» [sic] por su equidistancia ante el conflicto de Ucrania.
Los dilemas de China
Oficialmente, Pekín se ha abstenido porque también mantiene su línea tradicional de defensa de la integridad territorial de todos los países y, además, condena las sanciones occidentales contra Rusia. Y ante terceros, sobre todo ante los países excolonizados de África, las autoridades de China no quieren figurar demasiado ostensiblemente junto a la potencia agresora.
Además, sus relaciones comerciales con Ucrania son de alto nivel y el presidente Volodymyr Zelenski ha pedido expresamente a la diplomacia china que se convierta en mediadora. Pekín evitó en un primer momento hablar de «invasión», después de «guerra». Pero esa ambigüedad no es fácil de mantener mucho tiempo.
China está dispuesta a sacar algún beneficio político, también económico. Pero no puede sustituir los intercambios comerciales que Rusia acaba de perder con Europa. Además, hace poco recordábamos aquí la larga historia https://periodistas-es.com/rusia-china-oscilaciones-asimetricas-intereses-y-viejos-rencores-157159 de los conflictos Moscú-Pekín, nunca bien resueltos. De modo que al cabo de menos de una semana, «China ha terminado llamando guerra (zhànski), no conflicto, a la invasión rusa de Ucrania », dice Ana Fuentes (El País, 4 de marzo).
Para el presidente Xi Jinping entender las preocupaciones legítimas de Rusia sobre su seguridad puede ser útil. Asumirlas al pie de la letra puede resultar contraproducente.
Entre las reivindicaciones territoriales de Rusia y las de China hay diferencias notables. Y tampoco Pekín desea un deterioro excesivo de sus relaciones globales con Estados Unidos y la Unión Europea, hasta ahora económicamente mucho más rentables que las que tiene con la Federación Rusa.
Según Tanguy Struye, profesor de geopolítica en la Universidad Católica de Lovaina (La Libre Belgique, 4 de marzo), «Rusia está mucho menos aislada de lo que se cree». Struye considera que Putin ha cometido «un error» de cálculo, pero eso no excluye que pueda alcanzar sus principales objetivos en Ucrania dentro de pocas semanas.
Por ahora, el líder del Kremlin no tiene más remedio que asumir que la ambigüedad y la cautela de China y la India son comprensibles. Al menos, le sirven para relativizar su aislamiento internacional.