Desde el 6 al 30 de septiembre de 2018, con ocasión de la XX edición de la Bienal de Flamenco, Sevilla se convierte en su capital mundial. Más de ochenta espectáculos y cerca de mil artistas llenarán los teatros de la Maestranza, Lope de Vega y Central.
Más un número de espacios emblemáticos al que en esta ocasión se añaden el albero de la plaza de toros de la Maestranza en la gala inaugural con el espectáculo Arena de Israel Galván; el Alcázar de Sevilla para tres espectáculos, Habitat, Bashavel y Romances entre oriente y occidente.
El Puerto de Sevilla para la gala de clausura el 30 de septiembre con el concierto La Roda del viento del pianista lebrijano Dorantes y la Factoría Cultural del Polígono Sur, en las 3000 Viviendas, barrio marginal sevillano de donde procede el guitarrista gitano Raimundo Amador; y además los espacios Café Alameda, San Luis de los Franceses, Hotel Triana y Espacio Turina.
El 6 de septiembre ha sido una jornada inaugural espectacular en espacios abiertos, con particular protagonismo del barrio más flamenco de Sevilla con su Triana en Fiesta, que ha comenzado con el pregón de la Bienal a cargo del cantaor utrerano Tomás de Perrate, al que ha seguido la tradicional Flashmob, este año con coreografía de José Galán delante del Monumento a la Tolerancia, al pie del puente de Isabel II, engalanado con flores por Interflora, a la que se han unido miles de personas de por lo menos tres continentes que han demostrado que el arte jondo es universal. A continuación, el pasacalles No sin mi bata, con más de cuarenta bailaores y bailaoras con batas de cola, que han ido llenando de asombro y júbilo a todos los que esperaban o pasaban a lo largo de su recorrido, desde el Muelle de la Sal hasta la Plaza del Altozano.
A las once de la noche tuvo lugar un doble “encendido” según el programa La Bienal Enciende Sevilla. Cien piraguas de las Federaciones Andaluzas de remo y piragüismo encendieron la ciudad a ritmo flamenco desde el río, mientras en la Plaza de San Francisco, en la otra orilla del Guadalquivir, tenía lugar el “encendido de candiles” y a continuación la puesta en escena del estreno de la obra musical Persecución, un proyecto de la Bienal e Imperdible Artes Escénicas, en homenaje al ya mítico disco de Juan Peña El Lebrijano y el poeta Félix Grande en una fusión de flamenco, danza contemporánea y poesía que narra una historia sobre el sufrimiento secular del pueblo gitano.
Arena sobre el albero de La Maestranza
A lo grande, como todos los espectáculos del bailaor y coreógrafo Israel Galván, tuvo lugar el 7 de septiembre la gala inaugural de esta XX edición de la Bienal sevillana. Galván propone en esta versión renovada de Arena un reto con el espacio y el tiempo, con seis coreografías con nombre de toros matadores de seis toreros célebres.
Arena se estrenó en la gala inaugural de la XIII Bienal 2004 en el Teatro de la Maestranza y significó un antes y un después en la carrera de Israel Galván, es decir, afianzó su trayectoria como bailaor y coreógrafo. Como él mismo dice, en Arena le descubrió el público y además le valió el Giraldillo al mejor intérprete protagonista de baile y poco después el Premio Nacional de Danza. Posteriormente tuvo algunas reposiciones y esta de ahora, que va mucho más allá de una reposición, porque hay muchos cambios además del más obvio, el espacio de representación, ha sido un encargo de la dirección de la Bienal, que quería retomar algunas obras de éxito.
Reto con el tiempo, han pasado catorce años de su estreno. El artista ya no es el mismo, porque esto es como el fluir de un río que nunca es el mismo. Como él mismo ha declarado, ahora hay mucha más consciencia en todo lo que sucede y en su baile, porque ni su cuerpo ni su mente son los mismos de entonces. Hay mucha más más depuración en cada movimiento que su cuerpo ha ido aprendiendo en estos años. En la Arena 2018 no hay un solo movimiento gratuito. Estar en el espacio de la tragedia lo cambia todo. “No soy un torero” –dice el artista-, pero la soledad en el ruedo impregna al bailaor, tanto como al torero.
En cuanto al reto del espacio…Nada tiene que ver un teatro, que es un espacio cómodo, con la arena de la Maestranza. Una plaza de toros es un espacio de tensión, en un círculo de 360 grados para moverse. No puede haber audiovisuales como en un teatro, ni la distancia entre el artista y el público se parece en nada. Excepto la banda Los Sones y la guitarra de Alfredo Lagos, todos los artistas son diferentes y no son pocos.
En la versión de 2004 el cantaor de los poemas taurinos de José Bergamín al principio de cada coreografía era Enrique Morente. Ahora su hijo Kiki Morente los ha cantado desde los tendidos, desde el público; ha tratado de “impersonar” a su padre y en los altos y agudos lo ha conseguido bastante bien; en los bajos y graves no tanto; aún es muy joven y le queda mucho recorrido a su voz y estilo.
En 2004 apenas empezaba la polémica entre taurinos y antitaurinos. Se hablaba más de rivalidades entre toreros. Ahora la polémica está centrada entre antitaurinos contra taurinos. No es casualidad que al Diego Carrasco de la versión original le haya sustituido El Niño de Elche, antitaurino radical confeso, que aquí canta textos de otro antitaurino profundo conocedor de los toros, Eugenio Noel, contemporáneo de Joselito y Belmonte. Y El Niño dejó constancia de su sentir, no solo con las palabras del escritor, también con gestos faciales, corporales y sonoros no musicales.
No hay escenario, solo el enorme espacio circular por donde se mueven los artistas, acercándose y alejándose del público. Los cantaores Jesús Méndez, quien desplegó todo su poderío en las Bulerías de Jerez; David Lagos, como siempre un excepcional transmisor de sentimientos; Antonio Moreno de Proyecto Lorca y el Grupo de Percusiones de la Joven Orquesta de Andalucía; Juan Jiménez con el saxofón y la muy peculiar gaita del Gástor para en ocasiones de tensión producir sonidos metálicos desafinados impactantes; los mejores palmeros, Los Mellis, que deberían cantar más porque lo hacen muy bien; Sylvie Courvoisier al piano en la quinta coreografía; y la charanga Los Sones para despedir la noche con el pasodoble Paquito el Chocolatero.
Las coreografías
Son los dramas de seis cogidas mortales, (curiosamente no está la de Manolete en Linares en 1947). La primera dedicada a Bailaor, el toro que acabó con Joselito en 1920 en Talavera de la Reina. El baile de Galván, con sonido grave en sus pies, en el centro del ruedo, alejado del público, marca el ritmo –ha confesado que lo hace todo el tiempo- a su cantaor y guitarrista, los hermanos Lagos, por rondeña y caña. Es como para ir entrando en ese ambiente de tensiones, soledades y muerte sin muerto. Y sirve para darse cuenta, desde el primer minuto, que la misma obra, en tiempo y espacios diferentes, no es la misma obra.
¡Ay el llanto por Ignacio Sánchez Mejías, muerto a las cinco de la tarde por Granaíno en Manzanares, 1934!. El drama crece en intensidad, el sufrimiento tiene sonidos metálicos y las percusiones de la Joven Orquesta de Andalucía y las de Antonio Moreno acompañan a las de los pies del bailaor. En toda tragedia hay matices no trágicos y estos los pone la percusión suave posterior de la Joven Orquesta..
Uno de los hitos de la noche llega con la coreografía dedicada a Pocapena, el toro que acabó con la existencia de Manuel Granero en Madrid en 1922. Por alegrías, David Lagos pone el cante al excelente baile de Galván. Y esa gaita castoreña da paso a Burlero, el vengativo toro moribundo que fulminó al joven Yiyo en Colmenar Viejo en 1985. La muerte de Yiyo por bulerías con Jesús Méndez y Los Mellis y el baile inconmensurable de Israel escenificando la tragedia. Grandioso.
La quinta coreografía rememora la muerte de Manuel Montaño en 1905, aquí mismo, en Sevilla, por Playero. El piano de Sylvie Courvoisier la anuncia y el Niño de Elche literalmente brama de dolor, no se sabe si por el toro o por el torero. Quien si lo sabrá será el director de la obra, Pedro G. Romero y el propio Galván. El último de la noche narra la muerte más antigua del lote, la de Pepete en 1899 a cargo de Cantinero. ¿Porqué aparece Galván con cuchillos en los pies? Alguna simbología debe haber por ahí, pero eso, como en todo el arte moderno queda a la interpretación de cada uno. La Banda Los Sones despide el funeral por sevillanas y remata con el pasodoble Paquito el Chocolatero.
Como en otras ocasiones la genialidad de Israel Galván, tanto como creador, compositor, coreógrafo y bailaor, más todo lo que compone el espectáculo no es accesible a todos. ¡No apto para “puristas”! A Galván, como todo el arte moderno, hay que aprender a conocerle, penetrar en su compleja conceptualidad, para deducir lo que y cómo quiere transmitir.
Pero se llegue a esto o no, hay algo que entiende todo el mundo. Arena está llena de belleza, de drama de la vida, del amor, del dolor y de la muerte. Por eso, aunque estemos en La Maestranza, aquí no hay capotes, ni muletas, ni banderillas, ni varas visibles. No hacen falta.