Un siglo de las Elegías de Duino

El mes de junio de hace cien años se publicaron en Leipzig las «Elegías de Duino», de Rainer María Rilke, el poemario más perfecto de la literatura europea

Se cuenta que muchos soldados jóvenes enviados a los frentes de la Primera Guerra Mundial llevaban en sus mochilas un ejemplar de «Canción de amor y de muerte del alférez Christoph Rilke», una hermosa obra poética que narra la angustia de la guerra, la melancolía por el hogar familiar y el encuentro amoroso en vísperas del combate, experiencias vividas durante los últimos días por un joven enfrentado a una muerte temprana.

El alférez era un personaje histórico que había participado en un ataque de la caballería contra los turcos en 1663, y era antepasado del poeta Rainer María Rilke, autor del poemario. Rilke manifestó ya entonces su malestar por el uso propagandístico que se hizo de este libro.

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Rainer Maria Rilke, foto de archivo

Un esplendor irrepetible

Es difícil que se repita un ambiente cultural como el que registraron algunas capitales europeas del imperio austrohúngaro durante los últimos años del siglo diecinueve y primeros del veinte. Viena y Praga concentraban entonces con París lo más selecto del arte, la literatura, la filosofía y la poesía que se hacía en Europa.

El 4 de diciembre de 1875 nació en Praga Rainer María Rilke, unos años antes que Franz Kafka. Estudió en Munich y en Viena, donde conoció a Schnitzler y a Stephan George. Comenzó siendo un poeta impresionista que fue evolucionando hacia el simbolismo a través de un romanticismo tardío, antes de llegar a su fase más personal.

Sus primeras obras se inspiraron en Rusia, donde el poeta dijo haber descubierto el carácter misterioso de la vida, y tuvieron como musa a Lou Andrea Salomé, la mujer más importante en su vida, quien le presentó a Freud y a Nietzsche. La había conocido en Munich en 1897 y con ella viajó a Rusia en dos ocasiones, en una de ellas conoció a Lev Tolstoi. En esta etapa Rilke compuso el «Libro de las horas», un poemario en el que refleja su obsesión por descubrir la dimensión divina de todo, escrito bajo sus experiencias con Andrea Salomé y los efectos de su posterior distanciamiento.

Su nueva etapa comienza en París, donde fue secretario del escultor Auguste Rodin, quien influyó poderosamente en su obra al enseñarle a ver la realidad a través de una nueva mirada, la mirada del arte, que Rilke reflejó en «Libro de imágenes».

El poema pasa a ser como un cuadro o como una escultura. Así lo refleja en los títulos de algunos: «Estudiando el piano», «El lector», «Dama ante un espejo». En París alcanzó su madurez con la publicación de «Nuevos Poemas» en 1907.

Una tercera etapa de la obra de Rilke se concentra en «Los cuadernos de Malte Laurids Brigge» (1911), su única novela, basada en las notas que sobre París tomó este joven danés de familia noble mientras pasaba unos días en la ciudad del Sena (en realidad una evocación del noruego Sigbjörn Obstfelder).

Las imágenes coincidían exactamente con la visión que Rilke tenía de la ciudad y con el momento de su crisis poética y existencial. Aquí, rompiendo con los cánones y las estructuras tradicionales de la novela contemporánea, proyectaba nuevas visiones de episodios de la vida urbana y hacía un viaje memorialista a la infancia.

Antes de publicar las «Elegías de Duino» escribió «Para una amiga», una serie de poemas personales publicados tras la muerte de la pintora Paula Becker, que es una de las más tempranas y contundentes defensas del feminismo. Paula era la esposa del pintor Otto Modersohn, quien la obligó a alejarse de la pintura y a poner su condición de esposa y madre por encima de su extraordinario talento. La había conocido en la colonia de artistas de Worpswede al mismo tiempo que a su esposa, la escultora Clara Westhoff, con quien Rilke apenas tuvo vida familiar.

Las elegías

rilke-elegias-de-duino-lumen-cubierta Un siglo de las Elegías de Duino

Rilke nunca tuvo una residencia fija. Vivía allí donde las circunstancias le habían situado y sobre todo en las moradas de sus mecenas, entre ellos la condesa Marie von Thurn und Taxis en cuyo castillo de Duino comenzó a componer en 1912 las Elegías que ahora cumplen cien años desde su primera publicación.

Las completó en París, Munich y en el castillo de su amigo Werner Reinher, en Muzot, Suiza, donde se instaló durante los últimos cinco años de su vida después de viajar por toda Europa (en España fue importante su estancia en 1912 en Toledo, en Sevilla y sobre todo en Ronda), hasta su muerte de leucemia en 1926 en el sanatorio de Valmont. Rilke siempre consideró las elegías como la gran obra de su vida.

En España se han publicado numerosas ediciones de las Elegías (una de las primeras a cargo de Torrente Ballester en 1946). La editorial Lumen acaba de publicar una bilingüe acompañada de cartas y de algunos poemas inéditos, con un excelente prólogo de Andreu Jaume.

Desde su publicación en 1923 se han escrito numerosos ensayos con interpretaciones diversas a cargo de importantes autores y críticos, entre ellos filósofos como Heidegger. Pero por encima de su significado la obra posee imágenes de una belleza extraordinaria. El escritor Robert Musil dijo que, con las Elegías, Rilke había alcanzado la perfección.

El ángel es la figura central de estas elegías, pero no con el significado que le atribuye la tradición judeocristiana. No es un intermediario con Dios ni un ser que protege al hombre sino que amenaza con destruirlo.

Desde el primer verso del primer poema, el ángel es la figura central: «¿Quién, si yo gritara, llegaría a oírme desde los coros/de los ángeles?». También intenta Rilke recuperar la celebración de la vida y reflexionar sobre la transitoriedad y la evidencia de la muerte, concebida como un componente de la grandeza de la vida: debemos gozar tanto la luz y la claridad como aceptar la noche, la ausencia y la muerte.

Significativamente, las elegías terminan en el Valle de los Muertos del antiguo Egipto, donde la muerte se identifica con la alegría y es la poesía la que lleva a cabo la función salvadora.

Las «Elegías de Duino» son como un monólogo interior en forma dramatizada, con numerosos símbolos y figuras que es necesario interpretar para llegar al fondo de su significado, una simbología que se repite en su última obra, los 55 poemas de los «Sonetos a Orfeo», compuestos en pocos días, una obra en la que además Rilke experimentó con nuevas estructuras del soneto.

Francisco R. Pastoriza
Profesor de la Universidad Complutense de Madrid. Periodista cultural Asignaturas: Información Cultural, Comunicación e Información Audiovisual y Fotografía informativa. Autor de "Qué es la fotografía" (Lunwerg), Periodismo Cultural (Síntesis. Madrid 2006), Cultura y TV. Una relación de conflicto (Gedisa. Barcelona, 2003) La mirada en el cristal. La información en TV (Fragua. Madrid, 2003) Perversiones televisivas (IORTV. Madrid, 1997). Investigación “La presencia de la cultura en los telediarios de la televisión pública de ámbito nacional durante el año 2006” (revista Sistema, enero 2008).

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