Traviata, sobrenombre de Violeta, personaje principal de la ópera homónima de Verdi, está basada en La dama de las camelias, de Alejandre Dumas, uno de los novelistas más famosos del siglo XIX al que no importó asociar su nombre para siempre a una heroína que excedía en todo la moral de la época. Los nombres camelia y violeta dan idea de la extrema fragilidad que ambos autores consideraban en su personaje.
Basada en hechos reales y autobiográficos del propio Dumas (Violette era una cortesana que murió de tuberculosi a los 23 años y cuya tumba humilde se puede contemplar en el cementerio de Montparnasse),Traviata se nos presenta como una mujer multifacética, metáfora de tantas mujeres independientes traicionadas por la moral de la época y por una sociedad paternalista cuyos valores -sólo hay que ver la función que comento y mirar alrededor- aún perduran.
Ahora, la francesa Catherine Habasque, con su danza de delfín fuera del agua (o de lobito de mar a punto de ser tragado por una orca), mima apenas los movimientos de puro sometimiento al varón de la heroína trágica, no importa que el hombre que la somete tenga una preciosa voz de soprano, ligera o no, pero severa en sus juicios sobre el futuro de los dos e inhabilinante en sus conclusiones.
Contratenor habría que decir mejor, me dicen, pero yo oigo lo que oigo. ¿Una voz robada «también» a ella? Una voz preciosa que canta entregada las arias de Violetta de Verdi, pero una voz que entregada solo al arte, se vuelve implacable como un veredicto fatal para ella.
Hay dos hallazgos importantes en la puesta en escena: el primero es que se mudan, intercambiándolos, los vestidos, sin salir nunca de escena, sin que nada falte ni sobre: toda de negro ella hasta hace un segundo, se viste ahora la camisola blanca que le pasa él, pero lo que en él era camisa de libertino colgando por medio fuera del pantalón, es en ella traje talar de monaguillo; y él, ahora de negro riguroso hasta los pies, la encierra bajo la estola que, si bien es una estola desestructurada y reinterpretada (pongamos por Adolfo Domínguez y Jean Paul Gaultier), se ha convertido en símbolo fálico de dominación y custodia perpetua. Cárcel de oscuridad y ostracismo. Muerte. El otro hallazgo son los sombreros masculinos que ella se cuelga (o la vida le ha colgado) a los pechos.
Una carga demasiado pesada, más vale que les dé un puntapié («¡Alle Hop!») pero es evidente que su mal la puede. Su mal es el amor incondicional por Alfredo y la renuncia de sí misma. Muy bien visto el traje de monaguillo con el que él aprovecha para encerrarla bajo la estola carcelaria, ya puede recitar la condenada textos de Simone de Beauvoir, de ahí el título Violetta, Simone et moi. Unos textos que, por cierto, debieron servir de base a Jacques Brel para aquello de «déjame ser la sombra de tu sombra, la sombra de ton chien«. Sorprendentes viniendo de dónde vienen, pero ahí están.
Claro que esto no ocurre por nada: antes, casi al principio, han bailado los dos el vals del brindis («Bebamos, bebamos, amemos, amemos mientras seamos jóvenes, bellos y felices, etc.»), pero la alegría dura poco en la buhardilla de ella, sólo hasta que se entera el padre de él. Hay imágenes muy claras proyectadas en blanco y negro que retratan el mundo tan diverso de donde proceden ambos: las casas de acogida, los orfanatos y penurias, Violetta; los cafés y las finanzas, las altas instancias gubernamentales, Alfredo.
Hasta cuando salió a saludar lo hizo a saltitos ella, como no queriendo estorbar: «sombra de tu sombra». Ni hollar el suelo.
- Reparto: Catherine Habasque, Thomas Lichtenecker
Concepto, puesta en escena y coreografía Catherine Habasque
Música Giuseppe Verdi, Didier Puntos
Iluminación Nicolas Fischtel
Decorado Michael David
Vestuario Nicholas&Atienza
Textos “Cartas a Nelson Agren” Simone de Beauvoir
Imágenes “La vérité” Henri Georges Clouzot