Cuando visites las tierras de La Perla de Falcón, hoy conocido como Puerto Cumarebo, Venezuela, podrás dejarte convencer por la solemnidad de mi espíritu libertario. Soy un africano congolés traído esclavizado para la isla de Curazao. De allí huí y me vine surcando el Mar de las Antillas hasta desembarcar en las tierras del gran cacique Cumarebo.
Soy de los primeros pobladores no indígenas de la Provincia de Coro. Como a muchos y muchas de nuestro pueblo loango, una familia jirajara, indígenas que compartían el territorio con los caquetíos, me recibió en su hogar y allí conocí sus artes ancestrales para la medicina. Recorría las montañas hasta los afluentes de los manantiales Taica y Quiragua recolectando plantas, frutos y miel de abejas. Usando tintura de sábila y árnica curaba las heridas que los amos provocaban a las personas esclavizadas.
En varias oportunidades pude ir a República Dominicana y allí tener contacto con los ideales de la Revolución Francesa. Fui educado y aprendí, además de mi idioma africano, el patuá de Curazao, el español y el francés.
Posteriormente, fui a España como apoderado de los loangos para gestionar ante el Rey el otorgamiento de los títulos de propiedad de las tierras de Macuquita, en la serranía de Coro, obteniendo una Real Orden para que el gobernador oyera nuestras demandas. Por eso me reconocen como el primer embajador enviado por la población afrodescendiente desde la Capitanía General de Venezuela al Reino de España.
Estando en España pude indagar sobre la Real Cédula de Carlos IV llamada Código Negro (1789) en la que se daba un trato humanitario a la población esclavizada y manumisa: se obligaba a los españoles dar alimento, vestido, cama, ratos de ocio, enfermería y entierro. También regulaba las condiciones de trabajo según las condiciones de fuerza, edad, sexo y salud. Estas prescripciones eran ignoradas en el territorio americano. Únicamente se aplicaba el texto contenido en los capítulos referentes al sistema disciplinario que permitía los azotes, prisión, cepo e, incluso la mutilación y la muerte.
Al volver a la Provincia de Coro, el 10 de mayo de 1795, organicé junto a José Leonardo Chirino la insurrección del cumbe La Guinea donde habitábamos la población cimarrona. En esa oportunidad nos alzamos en armas desde la hacienda Macanillas. Queríamos el establecimiento de la República y la abolición de la esclavitud, tal como yo había aprendido en mis viajes. En esa acción fui privado de libertad en el Cuartel de Armas de la ciudad de Coro junto a otros veintiún compañeros y los militares mataron mi cuerpo.
Mi espíritu permanece luchando para que el cumbe, palabra proveniente de África cuyo significado es espacio de libertad, se propague y la gente en Venezuela pueda vivir en paz, trabajar, amarse y bailar lejos de cualquier dominación extranjera.