Siempre que se habla de arte en cualquiera de sus manifestaciones hay una especial preocupación por distinguir cuáles son las obras que merecen ser calificadas como de calidad.
Ya sea por el déficit educativo en la materia o por el temor de no saber diferenciar entre la calidad y el fraude, el aficionado al arte necesita tener unas pautas para saber cuándo una obra tiene verdaderamente calidad.
Un libro del jefe de conservación de pintura flamenca del Museo del Prado, Alejandro Vergara Sharp, se atreve a internarse en dilucidar ese concepto, tan ambiguo y evanescente, en un pequeño ensayo titulado «¿Qué es la calidad en el arte?» (Tres Hermanas).
Para fijar el concepto el autor se centra en la pintura de los siglos quince al dieciocho, una época que aúna presente, pasado y futuro porque en ella el arte representó más que en ningún otro periodo los poderes político, religioso y económico del momento, porque recogía la influencia de la cultura de la Antigüedad y porque además influyó de forma determinante en el arte de los siglos posteriores. Aunque advierte que la sobrerrepresentación de los temas históricos, religiosos y mitológicos revela los prejuicios idealistas y clasistas de la sociedad de ese momento histórico.
El concepto de calidad en el arte se complica cuando se traslada al contexto del mercado, algo que actualmente se puede apreciar con frecuencia. Fue en el Renacimiento cuando surgió la necesidad de distinguir la calidad del arte debido al creciente mercado, cuyos protagonistas no tenían conocimientos sobre el valor de las obras que se vendían y se compraban y muchos artistas creaban obras de mayor o menor calidad según el pago que recibían por ellas o la categoría de quien las había encargado.
Desde la introducción, Vergara Sharp quiere dejar clara la diferencia entre los criterios subjetivos y los objetivos para calificar una obra de arte como de calidad, conceptos como «ser bueno» y «me gusta», señalando que el «me gusta» es una categoría subjetiva, mientras que decir que una obra de arte es buena es reconocerle un valor que trasciende el gusto personal, un valor que otros también reconocen, por lo que se trata de un criterio objetivo.
En este sentido puede ocurrir que una obra tenga calidad pero no sea del gusto de quien la contempla y viceversa. En la apreciación de una obra de arte se mezclan los criterios subjetivos y objetivos, desde el entorno en el que se presenta hasta el marco que la contiene y la influencia de la crítica que la valora.
Y además, el background cultural, la educación, incluso las vivencias personales, afectan al juicio sobre una obra. De ahí que sea necesario distinguir entre la impresión que una obra causa en uno y las virtudes objetivas de esa obra.
Uno de los criterios que utilizan quienes contemplan una obra de arte es el de belleza estética, un criterio más bien subjetivo porque la calidad no depende siempre del contenido estético de la obra sino también del lenguaje que utiliza el artista y de los ideales que persigue.
La calidad técnica no es necesariamente el ingrediente más importante. Otros criterios que tienden a definir la calidad en el arte es el sentimiento emocional cuando se contempla, la novedad que aporta a través de su creatividad, la capacidad de sorprender y asombrar.
Para que una obra tenga calidad es determinante que el artista tenga un estilo propio, un lenguaje y unos ideales.
Para valorar la calidad es también importante entender las reglas del arte, interpretar la importancia del lugar y el tiempo en el que nacieron.
La verosimilitud y el idealismo son otros valores que se aplicaron durante siglos al concepto de calidad en las artes. El idealismo se identifica con la belleza estética, y la verosimilitud con la credibilidad, con la capacidad de crear una ilusión de realidad en los espectadores.
Para conseguirlo era importante que el artista conociera la anatomía de los cuerpos y dominase las técnicas de las perspectivas lineal y atmosférica, el escorzo y la gradación de los colores.
Sin embargo, según el autor de este ensayo, valorar en exceso la calidad técnica puede minusvalorar la importancia de otras cualidades como la expresividad, el sentimiento de amor que una obra puede transmitir y sobre todo, lo más importante, la capacidad de seducir, de hacer creer en algo que está más allá de lo que vemos.
Valorar la calidad
De calidad, de verdadera calidad, son los comentarios a los más de cuarenta cuadros que la historiadora de arte Françoise Barbe-Gall incluye en su obra «Cómo mirar un cuadro» (Lunwerg).
A lo largo de sus descripciones Barbe-Gall proporciona algunas de las claves que permiten interpretar las obras de arte seleccionadas, priorizando las impresiones que las obras trasladan al observador y deteniéndose en los detalles, su contextualización con la época y también en las apariencias que los pintores han venido introduciendo en sus cuadros para superar obstáculos estéticos y morales.
Hay aquí cuadros de todo el mundo y de todas las épocas. Obras de Goya, Rembrandt, Hopper, Dalí, Vermeer, Botticelli, Caravaggio, Picasso, Bacon… sobre los que la autora abre su interpretación más allá de la mera contemplación y de las sugerencias que proporcionan las primeras vistas.
Se parte de esas primeras impresiones que produce un cuadro en el espectador para pasar a otras lecturas más completas relacionadas con la iconografía, el estilo, la composición y otras referencias que sugieren pistas para reflexionar sobre las obras propuestas.
Además este libro es un perfecto complemento y una valiosa herramienta para entender los estilos pictóricos, los movimientos, las revoluciones que ha vivido la historia del arte. Un libro muy recomendable para quienes quieren entender también qué es la calidad en el arte.
Sí, señor. Un libro espléndido. Incluida la reflexión a dos voces en tierra lusa, antes de la inmersión sienesa. Delicatessen.
…cuando te gusta.