Las novelas de Rosa Montero protagonizadas por su personaje Bruna Husky, una replicante tecnohumana convertida en la primera detective no humana, hacen de ellas una interesante lectura por la novedad del personaje, por las intrigas que se plantean en un mundo ultratecnificado, ultra contaminado, donde emergen los problemas morales que marcan las relaciones sociales y biológicas entre humanos y replicantes.
Estas novelas son un claro homenaje a Blade Runner, la película de Ridley Scott.
A pesar de ser seres desarrollados a partir de células madre cultivadas en laboratorio y especializadas cada uno de ellos para su cometido, replicantes de combate, deportistas, luchadores, sexuales, domésticos y domóticos, a pesar de tener una vida media de diez años, y vivir con unos recuerdos implantados en los que su memoria recreará toda su vida interior, falsa pero vívida, son plenamente conscientes de sí mismos y esa conciencia resultará definitiva para su existencia, porque quién puede asumir vivir con una fecha de caducidad establecida previamente. Nadie, ni siquiera los androides, que se rebelarán.
Las tres novelas de la serie, hasta ahora Lágrimas en la lluvia, El peso del corazón y Los tiempos del odio, desarrollan casos que tendrá que resolver nuestra detective Husky, son novelas sobre política, ética, moralidad, empatía, sobre la búsqueda del otro, sobre el amor, sobre el tiempo que se escapa, en fin, desde mi punto de vista muy recomendables. Tanto que espero que la última de la serie aparezca pronto.
Pero no quería hablarles de estas novelas, que sin duda merecen un Cuaderno, más bien de uno de los problemas que tienen en esta serie, y que también tuvimos nosotros en nuestros viajes por el espacio, y es la teletransportación cuando se está a miles de años luz de la Tierra y tienes que volver a ella.
Al principio los teletransportadores fueron muy rudimentarios y un fracaso que costó algunas vidas y, como decían en las novelas de Husky, un riesgo de acabar al otro lado del viaje con los brazos sobre la cabeza, las orejas en el culo, o con el corazón y el cerebro intercambiados.
La descomposición molecular se producía correctamente en origen, pero al reunificarse en la cápsula de acogida en destino podía ocurrir cualquier cosa y podías salir mirando al frente y andando para atrás con los brazos en vez de con las piernas. Tanto fue así que durante varias centenas de años estuvieron prohibidos. Pero ahora se ha dado con la clave y ya nos podemos teletransportar sin problemas, o eso creemos.
Nos hemos transportado a la Tierra, a una provincia de lo que era España, Cuenca. No hemos visitado la ciudad, sólo nos hemos asomado por el Arco de Bezudo para pisar la Muralla y contemplar sus vistas sobre la Hoz del Júcar, a la izquierda del arco se encuentra el edificio que alberga el Archivo Histórico Provincial de Cuenca, toda la calle del Trabuco y de San Pedro lucían hermosas con sus construcciones de sillares de piedra dorados por el sol de la mañana, ya se podía apreciar los ríos de gente que inundaban la ciudad, por eso una nueva visita al centro queda pendiente.
Hemos venido con dos objetivos. El primero, aprovechando la espectacular mañana otoñal que se nos estaba regalando, para pasear por la ribera del río Júcar en la hoz del mismo nombre. La ciudad se encuentra arriba y el barranco por donde discurre el río abajo, serpenteando el paisaje que a lo largo de miles de años ha ido excavando el agua.
En Cuenca confluyen dos hoces, la del Júcar y la del Huécar, esta última no la hemos visitado por abajo, la hemos contemplado desde las alturas y miradores de la ciudad.
Sin embargo, sí hemos paseado por la Hoz del Júcar, por la orilla del río, entre los barrancos de roca caliza, donde podremos contemplar los esfuerzos de los escaladores intentando vencer la verticalidad de los muros. Por el cauce del río se desplazan las piraguas de los deportistas que luchan contra la corriente y la resistencia del agua.
Ambas actividades, subir por las paredes o desplazarse por el agua, ofrecen al paseante un entretenimiento añadido a la contemplación del paisaje otoñal con los verdes árboles transmutando en todas las gamas posibles de amarillos y ocres. El sosiego nos invade y la calma hace que bajen nuestras pulsaciones, y que el estrés de la gran ciudad quede oculto por la belleza del lugar.
Parada para comer platos típicos de la zona, morteruelo, migas, estofado con carne de caza, pisto con huevos,…
Y visita al otro lugar objetivo del viaje, la Villa Romana de Noheda, muy cerca de Cuenca, el yacimiento fue construido y ocupado entre los siglos primero antes de Cristo y sexto después de Cristo. Es muy interesante ya que alberga uno de los mosaicos figurativos más grandes y espectaculares de todo el imperio.
Al margen de las construcciones, o cimientos que se están descubriendo o están por descubrir y que aún no se sabe bien sus usos y destinos, la joya del enclave está en la gran vivienda de los sucesivos propietarios de la villa, y en la que destaca la Sala Triabsiada con planta rectangular, donde se encuentra un excepcional mosaico figurativo con 232 metros cuadrados conservados de los 290 originales. Este mosaico representa un cortejo nupcial con diversas escenas y personajes realizados con una calidad y colorido sorprendentes.
Nos gusta mucho visitar las villas romanas que se encuentran esparcidas por toda la Península Ibérica, nos gusta conocer su historia para conocernos a nosotros mismos, pero que conozcamos la historia no quiere decir que no estemos condenados a repetirla, sobre todo en sus aspectos más negativos como, desgraciadamente, estamos viendo en estos días.