Ni siquiera guardan las formas, escribe escandalizado Rémi Novon en el digital francés de izquierda Rue 89. Está cargado de razones para decirlo. En Azerbayán, la elección presidencial sigue desde hace veinte años un ritual muy preciso: se amordaza a la oposición, se invalidan sus candidaturas, se reprimen las manifestaciones, se chantajea con su vida privada a los periodistas que pretenden dar voz a los candidatos no oficiales (en 2012, la periodista Khadija Ismayilova recibió un vídeo en el que aparecía haciendo el amor, acompañado de la frase “Guarra, ten cuidado o te humillaremos”), se cantan loas al presidente en todos los medios de comunicación y se convoca la votación “instando a todos los ciudadanos a ir a votar a la persona justa”.
Justo después de cumplir todos estos requisitos, la televisión –la única y la oficial, y de eso sabemos aquí un rato- anuncia que, “oh, sorpresa”, Ilham Aliyev acaba de salir elegido para un tercer mandato y “podrá continuar la obra iniciada por su padre”, quien tomó el poder en 1993 y, gravemente enfermo, justo antes de morir hizo que los azeríes “eligieran” a su hijo, en octubre de 2003.
Lo chocante es que esta vez los resultados se han anunciado antes de que abrieran los colegios electorales el 9 de octubre de 2013. La víspera de la jornada electoral, la aplicación para smartphone creada por la comisión electoral anunciaba la victoria de Aliyev, con el 72,76% de los votos según publicaba, también escandalizado, el diario estadounidense cercano al centro-derecha Washington Post en su edición del 10 de octubre.
La explicación oficial es de una ingenuidad pasmosa (los regímenes autoritarios siempre juegan con la hipótesis de que sus ciudadanos, y el resto del mundo, son imbéciles): se enviaron los resultados de 2008 para verificar si todo funcionaba como estaba previsto. Lo que no han sabido explicar es por qué en esos “resultados de 2008” figuraban los nombres de los candidatos de 2013. “Tranquilícense, escribe Novon, finalmente Aliyev ha sido reelegido con casi el 85% de las papeletas”, como ocurrió también las dos veces anteriores. Curiosamente, resultados tan unánimes solo se consiguen en las dictaduras. No es infrecuente que cosas de esta índole ocurran en las antiguas repúblicas soviéticas, muchas de ellas sometidas a regímenes totalitarios y represivos que conservan toda la inercia de los antiguos métodos expeditivos copiados de las peores formas de la extinta URSS.
En vísperas de esta última elección en Azerbayán, Amnistía Internacional (AI) publicaba un informe denunciando “una espiral de violencia creciente” a medida que se acercaba la fecha: acosos, maniobras de intimidación, malos tratos, detenciones arbitrarias, inculpaciones que son montajes de principio a fin y procesos injustos han formado parte del infernal arsenal que utilizan las autoridades para oprimir al pueblo, a medida que se acercaba la fecha. “Mientras que casi todos los días oímos hablar de detención de militantes de la sociedad civil y persecución de disidentes, resulta muy difícil conocer el número exacto de personas afectadas por la represión”, ha dicho John Dalhuisen, director del programa Europa y Asia central de AI. “Las persecuciones están tan extendidas, y son tan frecuentes, que es difícil estimar el estado exacto de la situación”.
En el informe, titulado Downward spiral: Continuing crackdown on freedoms in Azerbaijan, la organización humanitaria explica la manera en que el gobierno azerí viene reduciendo al silencio a la oposición desde abril de 2011, cuando se produjeron grandes movimientos de protesta en el país, todos ellos sofocados brutalmente: las ONG, los medios de comunicación, los movimientos críticos y a favor de la democracia… todos han sido objeto de ataques sistemáticos y aniquilación progresiva.
A los medios independientes les han negado las licencias para publicar o emitir, les han ahogado con multas por difamación y han acosado a sus periodistas (a algunos, incluso, les han pegado palizas). A las organizaciones no gubernamentales las estrangulan con una cantidad innumerable de reglamentos administrativos y exigencias que las autoridades esgrimen para impedir que se registren, lo que les deja sin posibilidad de conseguir fondos para subsistir. A los militantes de la sociedad civil y opositores les amenazan con detenerles y procesarles en base a denuncias que son auténticos montajes. “Con esta represión generalizada –sigue el informe de AI- lo que está en tela de juicio es el propio sentido de la elección. El gobierno de Azerbayán debe poner en libertad, inmediatamente y sin condiciones, a todos los presos de opinión”.
Por increíble que parezca, el estado de Azerbayán –un país caucásico que ni yo, ni muchas otras personas, seríamos capaces de localizar en el mapa de Eurasia-, ha suscrito los principales tratados internacionales que protegen la libertad de expresión y el resto de los derechos fundamentales. Es miembro del Consejo de Europa, miembro no permanente del Consejo de Seguridad de la ONU y cuenta con el apoyo diplomático y comercial de Estados Unidos, Israel y Turquía, que compran sus recursos energéticos.
República presidencialista, Azerbayán está situado en la línea divisoria de los dos continentes, tiene fronteras con Armenia, Turquía, Georgia, Rusia e Irán, y su capital en Bakú. Carece de acceso al mar abierto pero dispone de un litoral de más de 700 kilómetros de costa en el Mar Caspio.