– ¿Cuál ha sido para ti el mejor momento del día, Amy? Pregunta su novio, ya marido, cuando acaban de casarse por fin. Ha luchado tanto por él Amy, le ha hecho volver con ella a fuerza de súplicas, renunciar a antiguos amores queriéndose matar por él ante todo el mundo si no volvía… Es evidente que a Amy no se le puede negar nada a riesgo de desatar una catástrofe, por lo que se diría que él espera de ella algo más cuando le pregunta por lo mejor del día.
Pero la respuesta de ella es tan breve y lacónica como ésta:
– Cuando vayamos los dos solos a la habitación y… (Silencio. Ella hace un gesto de vergüenza y, como una niña medrosa, se refugia en el cuello de él). No hacen falta más palabras, aunque en la cara de él se pinta por unos instantes breves la decepción. Sabe de qué habla Amy.
Porque no es la respuesta romántica que sería de esperar de una novia, ni siquiera la impúdica de querer yacer juntos, como podrían suponer algunos novios, que en alguien tan lanzado como Amy a hablar de lo que le pasa, alguien con tan pocos filtros a la expresión libre de su amor, de su pensamiento, no sería de extrañar, pero no: Amy se refiere a algo que la tiene mucho más enganchada y que comparten los dos. Algo de lo que tal vez él sea administrador y dispensador. De hecho, tiempo después, es detenido bajo sospecha de fomentar sus dependencias y lucrarse con ellas, de ser un vividor a la sombra del ídolo, pero aunque todo esto se insinúa en el documental, nada queda probado al respecto, y una vez en la cárcel, él se separa y pide el divorcio por celos.
Amy está enganchada a las drogas y al alcohol, y cuando se desengancha de las unas, se agarra con más fuerza a la botella, y cuando lleva una semana «limpia» y acaba de proclamarse ganadora de los Grammy, sólo se le ocurre sincerarse así con sus amigas de infancia: ¡qué rollo la vida sin drogas!
Amy Jade Winehouse, de familia judía, nació en Londres el 14 de septiembre de 1983 y murió a los 27 años en su domicilio londinense del barrio de Camden, por una intoxicación accidental con alcohol el 23 de julio de 2011.
Su último concierto en Belgrado fue caótico, vergonzoso, el público pedía a gritos la devolución de su dinero. Por eso resulta enternecedora la imagen de alguien joven que se encamina a la autodestrucción y que, ante la admiración idiota de su público, les lanza a la cara en pleno concierto el vaso de plástico que sostenía en la mano con el combinado de turno, el que no debía volver a catar, como diciendo: «¡Tomad!, ¿no es esto lo que queréis ver?»
Los titulares de los diarios y la televisión se habían llenado mucho antes con su imagen vacilante y desencajada de chica alcohólica y bulímica. Los chistes de los humoristas a costa de su imagen eran despiadados: «Me he encontrado con Amy y la confundí con un caballo famélico». Este estado de cosas que a otro le hubiera servido de revulsivo y aviso para navegantes, a ella no parecía afectarle, al contrario, vivía muy bien de ello, si bien el peso de la fama y la invasión de su vida privada se le hacían insoportables. Pero iban lo uno con lo otro, Amy era así o así era su personaje, y no hay duda de que éste la aplastó.
¿Pero qué le pasó a Amy para comportarse así? ¿Cuáles son las causas y cómo empezó la autodestrucción desde su misma infancia? Es lo que intenta desentrañar el documental titulado «Amy» que se estrenó el día 3 de julio en Londres y ha arrasado en las taquillas.
Lo cierto es que este comportamiento autodestructivo va unido desde siempre, como en tantos casos, a su creación artística. A su facilidad para componer canciones, a su voz prodigiosa propia de una estrella del jazz y del soul, que revolucionó también el ska y el R&B. La comparan con Ella Fitgerald y con Billie Holyday, cantó Duets II hacia el final de su vida, cuando ya apenas se controlaba, con el legendario Tony Bennet. El trato con este cantante, todo un señor, parece calmarla, la forma en que hablaba a Amy es conmovedora, una imagen paternal que tal vez pudiera encauzar con acierto y perseverancia su búsqueda de algo que sólo encontraba en las drogas y el alcohol. Es una escena de calma y seguridad la que transmite como no la tiene nunca con su propio padre, que muestra ser un inmaduro. Amy, ya en sus primeras canciones, tenía una madurez dolorosa.
Solo publicó Amy dos discos en vida, Frank y Back to Black, pero su poderosa voz de contralto y la mezcla de sonoridades diversas le permitió marcar un estilo diferente. El album Lionss: Hidden Treasures fue lanzado póstumamente el 5 de diciembre de 2011, como una especie de homenaje a las varias veces ganadora en los Premios Grammy.
Todo en el documental son imágenes auténticas del archivo de la artista, que ya desde niña parece que tenía la costumbre de grabarse con sus hermanos, con sus amigas, fumando marihuana en su habitación. Deseaba independizarse cuanto antes -lo que hizo con su primer dinero- para poder fumar marihuana sin parar, al mismo tiempo que culpa a su madre de haberle consentido tanto. Todos le consentían, más cuando se volvió una mina de oro. ¿Era Amy alguien que pedía límites a gritos y nadie se los puso a tiempo?
Su padre Mitch Winehouse estaba con otra mujer desde que Amy era un bebé, era la madre quien hacía de padre, pero él se une al equipo de ella para dirigir su carrera. Cada uno puede extraer sus conclusiones a partir de lo que describe la historia de Winehouse, sus propias palabras, su característica voz. El documental empieza con una imagen de la niña dulce y termina con la Amy pintarrajeada, tatuada, flaquísima por la bulimia y a punto siempre de caer, como si se columpiara al borde de un abismo.
Es una biografía autorizada por la familia, sin embargo el padre señala que se centra sólo en los momentos más oscuros y omite los años luminosos y alegres cuando había dejado las drogas y trataba de reducir su consumo de alcohol. No es eso lo que se ve en el documental y no sale muy bien parado el padre: ni por su abandono en la infancia de Amy ni por sus intervenciones como director de sus giras, más preocupado siempre por cumplir compromisos y contratos que por favorecer el internamiento de su hija, si bien es cierto que no se puede obligar a nadie mayor de edad a ponerse en tratamiento. Pero la bulimia venía de la infancia y nadie la advirtió. Sus managers, en cambio, parecen más responsables y serios que el propio padre, y son ellos los que le hacen firmar a Amy que no lo va a volver catar, ni las drogas ni el alcohol.
Ella unas veces respeta el contrato y otras no. Uno de estos noes le costó la vida a Amy. Sus ventas se multiplicaron y su casa de Londres, en venta, es objeto de culto.
El director del documental Amy es Asif Kapadia.