Día Internacional de los Pueblos Indígenas
La creación comenzó así:
El dios Quetzalcóatl (Serpiente Emplumada),
creó al hombre cuatro veces. En cada prueba fue superando
sus creaciones anteriores, pero ninguna lo satisfacía completamente.
Finalmente, tomó los miembros de los imperfectos hombres,
los mezcló con tierra y con sangre de los dioses y consiguió
crear al hombre que había ambicionado desde el principio.
(Mito azteca)
Yolisbeth Ruiz García
Se considera pueblo indígena a aquella comunidad con usos y costumbres propias que poseen una forma particular de ver el mundo y de interactuar con él, además de que visten y se alimentan según los elementos que encuentran en su entorno, y conviven bajo normas emitidas por lo que ellos consideran una autoridad de respeto dentro de su cosmovisión.
Si esta definición nos parece algo ambigua y podría describir a cualquier “grupo minoritario”, es porque es así.
Por ello, dentro de las precisiones que se hacen para distinguir a un indígena cobra importancia el aspecto de la lengua. Mientras unos consideran indígena a todo aquel individuo mayor de cinco años que domina su lengua materna, otros dicen que es cualquier individuo que viva en la casa de un patriarca hablante.
En lo que los teóricos se ponen de acuerdo en quién lo es o no, pensaremos que en América indígena es aquel individuo guardián de la sabiduría heredada por los pueblos prehispánicos, y que han sobrevivido como han podido a las guerras intestinas por despojarlos de sus usos y costumbres, de su lengua, y de la tierra donde enterraron el ombligo1: “Si es mujer su ombligo (sic) debe ser enterrado en el tlecuile o fogón de la cocina de la casa; y si es varón debe ser enterrado en el campo de cultivo o traspatio, si el padre se dedica a la labranza, pero si era hijo de un guerrero, esto debía hacerse en el campo de batalla».
México es uno de los países del mundo con más variedad de comunidades autóctonas. Así está considerado por la misma ONU al reconocer la existencia de 68 lenguas con 364 variantes, lo que coloca a México en el quinto lugar de los países con más lenguas originarias, después de la India con 196, Estados Unidos con 192; Brasil con 190 e Indonesia con 147.
Según el censo 2010 del Inegi (Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática) en México, 6 de cada 100 habitantes de más de 5 años hablan alguna lengua indígena, y en total suman 6.695.228 en todo el país. Las más habladas son: náhuatl, maya y las mixtecas.
Indígenas desplazados desde su origen
Cuenta la leyenda que la fundación de México (antiguamente denominado Tenochtitlán) se deriva de una peregrinación de norte a sur de un pueblo sin tierra. Ellos, los aztecas, buscaban la señal que les había prometido su dios Hutzilopochtli (águila devorando una serpiente sobre un nopal, escudo de la bandera nacional) y cuando lo encontraron, resultó ser un territorio pantanoso, dominado por otras tribus, agreste y plagado de alimañas venenosas. Ellos tuvieron que adaptarse a las condiciones de su nuevo hogar, y lo lograron. Allí fue fundado el Imperio Azteca.
Pareciera que la suerte de los pueblos originarios no ha cambiado mucho. Durante siglos han sufrido despojos y desplazamientos. Lo que antes fuera México-Tenochtitlan después fue la ciudad que albergara los palacios de la Nueva España, luego las construcciones progresistas del porfiriato y ahora, los indígenas solo suelen ser parte del “atractivo turístico” en algunos lugares destinadas a que ellos vendan sus productos y artesanías. Los aborígenes fueron empujados a los límites de la ciudad, otros de ellos emigraron y los menos afortunados, simplemente desaparecieron.
En la antigüedad, pueblos enteros sufrieron exterminio, esclavitud, despojo y genocidio. Conforme pasaron las épocas, unos fueron posesión de algún terrateniente dueño de una hacienda henequenera o esclavos en una mina, o simplemente vivían recluidos en alguna serranía.
No fue hasta después de la Guerra de Independencia de 1810 que se abolió la esclavitud y posteriormente en la Revolución Mexicana de 1910 cuando algunos lograron poseer una porción de tierra que garantizara el alimento de sus familias. Sin embargo, las condiciones de estos pueblos aun no son deprimentes.
Durante siglos, pero en especial en los últimos cien años, sus pocos derechos humanos alcanzados entre tantas guerras se han visto amenazados.
Las cifras no mienten. Algunas poblaciones han duplicado su población en los últimos 50 años, nahuas, tarahumaras (rarámuris) y mayas. Mientras, otros, los menos afortunados, soltecos y papabucos de Oaxaca, los ópatas de Sonora y los ayapanecos de Tabasco, han vivido un exterminio brutal. De éstos últimos grupos quedan menos de cinco hablantes (censo 2010, Inegi).
¿Condenados a desaparecer en nombre del progreso?
Últimamente, las denuncias ante la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) y otros organismos internacionales dejan en evidencia la vulnerabilidad en la que se encuentran los derechos de los grupos indígenas de todo el país.
Los triquis de Oaxaca llevan años denunciando que las autoridades del Estado los desplazaron de sus tierras, y les han negado la oportunidad de vender sus artesanías en la plaza de la capital oaxaqueña. Y por si fuera poco, constantemente han sido objeto de desalojos violentos de distintos lugares del país en donde han buscado refugio y oportunidades. Sin embargo, los triquis no se ven perdidos en estas políticas de escritorio. Muchos de ellos, principalmente las mujeres, han decidido buscar oportunidades en otros lugares, y la Fundación Tinunjei, formada por los mismos triquis que han logrado desarrollo académico y profesional, capacitan a su comunidad en actividades que benefician su cohesión social y familiar, su alfabetización y su economía.
En otro caso, los nahuas y totonacos que cubren un territorio amplio entre los estados de Puebla y Veracruz han sobrevivido a amenazas de expropiación de su territorio para la construcción de minas a cielo abierto, o hidroeléctricas y en un caso más documentado, los indígenas de Cuetzalan se han enfrentado a las autoridades para impedir que se introduzca un gasoducto que atravesaría sus ejidos. Pero su visión no es la de perder. Uno de sus logros más importantes ha sido la suspensión de la construcción del gasoducto que iría desde el Estado de Veracruz hasta el centro del país, atravesando su comunidad. Actualmente se mantienen organizados, ya que la amenaza de minas y presas pone en riesgo su patrimonio cultural y territorial. Esta resistencia ha costado vidas y algunos indígenas se encuentran en la cárcel.
Los nahuas de los Estados Jalisco y Colima temen ser despojados de sus tierras consideradas Reserva de la Biósfera de Minatitlán, donde trabaja el Consorcio Minero Benito Juárez. Ahora mismo se lleva un juicio para liberar a su abogado Eduardo Mosqueda, quien ha sido acusado de delitos graves, por defender indígenas. Ahora mismo se mantienen en estado de alerta ya que el consorcio minero no ha cubierto los pagos correspondientes a la renta de esas tierras y ha devastado hectáreas completas de bosques.
Así encontramos casos a lo largo y ancho de México: la amenaza constante hacia el pueblo huichol (wirrarika) quienes temen ser desplazados de sus tierras, lugar que consideran sagrado. Los tarahumaras (rarámuris) del estado de Chihuahua piden apoyo porque empresas mineras pretenden introducir maquinaria en las Barrancas del Cobre. Los indígenas de San Francisco Xochicuautla en Estado de México han sido desplazados de su centro ceremonial y de sus tierras de cultivo para trazar una carretera además de que esta cadena montañosa ha sufrido un grave daño ecológico.
En un caso no tan especial, encontramos los sucesos en Ayotla, Michoacán, en donde los pueblos indígenas libran una guerra que no les corresponde, ya que grupos de narcotraficantes han querido dominar sus territorios y el Ejército y Policía Federal han tenido que intevenir en esta región.
Los indígenas de México no lo tienen fácil. Pareciera que el progreso y la historia se ensaña una vez tras otra sobre las minorías desprotegidas, mas no débiles.
La historia reciente demuestra que la unidad en los usos y costumbres de esas comunidades son el mecanismo que garantiza su supervivencia y crecimiento. Tenemos a los zapatistas de Chiapas, quienes mantienen sus comunidades autónomas en franco crecimiento, o a los mayas de Yucatán, quienes lograron expulsar de sus campos el uso de semillas transgénicas.
Estos casos demuestran que el apego al sentido colectivo es la mejor arma en contra de los embates del progreso que destruye a la “Madre Tierra” y la economía rapaz que, piensa, los tiene sumidos en la pobreza.
Otros son los que los consideran pobres porque sus casas no tienen piso de concreto, o porque no tienen servicios, o porque andan descalzos. Sin embargo, deberíamos preguntarnos si ellos se sienten así. El apego a sus tierras en estas condiciones pareciera superior a cualquier servicio o carretera pavimentada que los despoje de lo que la misma naturaleza les provee.
Tal vez lo único que reclaman es el respeto a sus costumbres y a tener las mismas libertades y derechos que cualquier otro ciudadano.
Se convoca a resistir
El pasado 21 de julio, el Consejo de Mayores de la Sierra de Minatitlán convocaron a todos los grupos adheridos al “Congreso Nacional Indígena” para que no se permitiera que unos pocos se hicieran dueños de la naturaleza.
En este llamamiento se propone la unión de las comunidades para conservar la tierra, el impulso de mecanismos sustentables para la conservación de la vida, desarrollar alternativas económicas, crear redes de difusión, fortalecer la cohesión de la familia y la comunidad, y mantener la medicina alternativa como fuente de salud.
Dice el Consejo de Mayores en su comunicado: “Luchamos contra el despojo defendiendo la Madre Tierra, por esto la cuidamos para poder heredarla a la humanidad y así evitar que unos cuantos se la apropien. Las comunidades y organizaciones que trabajamos la tierra, la protegemos mediante el rechazo a las semillas contaminadas y los venenos agroquímicos que destruyen su fertilidad…”
- Miguel León Portilla, prehispanista mexicano, describe que los aztecas enterraban el cordón umbilical de los recién nacidos en el lugar donde habían visto la luz para que no olvidaran su origen.