Argelia, elecciones 2017: ficción electoral y agotamiento político

Argelia, elecciones legislativas otra vez. Una participación (oficial) de sólo un 38,25 por ciento,  a pesar de las machaconas campañas institucionales previas para intentar convencer a los inscritos en el censo electoral. Ausencia aún mayor de los votantes potenciales en las ciudades y entre una juventud que ha difundido y reenviado millones de mensajes en las redes sociales (principalmente en Youtube) para desafiar al gobierno y para reclamar la protesta en forma de abstención.

En los resultados oficiales anunciados el viernes, el FLN (Frente de Liberación Nacional) y el también oficialista Rassemblement National Démocratique (RND), han obtenido 164 diputados el primero (tenía 221) y 97 el RND (contaba con 60) en una Asamblea Nacional Popular (ANP, cámara baja) de 462 escaños.

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Bouteflika vota desde su silla de ruedas

A la mayoría, le importa demasiado poco el reparto de ese bloque mayoritario y de la oposición islamista legalizada (Movimiento de la Sociedad por la Paz), del mayoritariamente beréber Frente de Fuerzas Socialistas (FFS) o del (trotskista) Partido de los Trabajadores, de la histórica Louïsa Hanoune. Como es tradicional, no faltan las denuncias de fraudes múltiples en todo el país.

También hay que recordar que incluyendo aquel proceso electoral -iniciado en diciembre de 1991- que terminó interrumpido por los militares, antes de que el Frente Islámico de Salvación (FIS) confirmara su victoria en la segunda vuelta (prevista en enero de 1992), los argelinos han sido convocados a las urnas decenas de veces. En seis elecciones legislativas, en cinco elecciones presidenciales, en un número similar de elecciones locales y en varios referendos.

Tras la independencia (1962), el primer proceso de elecciones verdaderamente pluralista fue el de junio de 1990, cuando el FIS obtuvo un 54 por ciento de los votos emitidos contra un 28 % del viejo Frente de Liberación Nacional (FLN), convertido en una máquina de poder burocrático.

En las elecciones actuales (4 de mayo), la oferta política aparente era también múltiple y muy plural: unos 12 000 candidatos de 63 partidos y listas independientes que optaban a un total de 462 escaños de la Asamblea Nacional Popular (ANP, la cámara baja del sistema argelino). Pero los más de 23 millones de convocados a las urnas tienen una experiencia amarga: muy pocas veces el voto de los argelinos modificó las estructuras del “régimen”, “del poder”, como se repite habitualmente en las calles de Orán o de Argel.

En vísperas del voto, y aún más que otras veces, la abstención era la opción preferida por la mayoría. El heroico pueblo que luchó duramente por su independencia, el Estado que lideró las luchas tercermundistas, el país que admiró el mundo árabe y la izquierda occidental, está agotado. Tras la anulación de las elecciones de 1991, se desencadenó un proceso de guerra civil, represión, insurgencia islamista y terrorismo, que se prolongó durante demasiados años. Subsisten los restos del desamparo de las víctimas, de la guerra sucia y del terror islamista.

Todo eso está en la psique de los argelinos. Profundamente.  Y aunque el proceso de paz llegó a principios del siglo XXI, acompañado de una cierta recuperación económica amparada en los precios del gas y el petróleo, los argelinos creen haber vuelto al fondo del pozo. Un destino que les parece inamovible, como las columnas de la corrupción política y “del poder”.

Ese “poder” es un cruce de estructuras administrativas ya históricas, que rige una clase política en la que los militares ya no ejercen de pantalla principal. Siguen al fondo del escenario, pero lo que podríamos llamar el guion de la obra mayor se ha actualizado (que no modernizado).

La preocupación mayor de la juventud argelina es su falta de futuro, la ausencia de perspectivas, de empleo y trabajo. La carestía de la vida ha aumentado con la bajada de los precios del gas, que representa el 96 por ciento de las exportaciones. Los hidrocarburos suman el 60 % de los ingresos del Estado argelino. Desde 2014, esos ingresos se redujeron a menos de la mitad de lo que eran entonces. “Por ello, hoy es aún más difícil reformar el país. No hay red social posible. Y se sabe bien a qué conduciría intentarlo. Tendrían que adelgazar las grandes empresas públicas e impulsar una economía coherente. Ahora, Argelia no fabrica ni cucharillas”, dice Kader Abderrahim, investigador del Institut des rélations internationales et stratégiques (IRIS) de París. Argelia importa muchos productos de primera necesidad que podría producir fácilmente y por sí misma. De algún modo, Argelia se parece a Venezuela, otro país en el que las rentas por una gran producción de hidrocarburos caminan paralelas al pesimismo político y al hundimiento social.

Oficialmente, el desempleo es del 26 por ciento entre loss jóvenes, algo más del 10 % entre la población activa. ¿Son creíbles esas estadísticas oficiales? No para la mayoría, que constata la paralización de la vida diaria.

No han cesado todos los conflictos sociales, ni tampoco los enfrentamientos entre los diversos componentes étnicos y culturales de Argelia. En Cabilia o Kabilia, de cultura beréber, y contraria a la arabofilia preferente de la dirigencia argelina, el Movimiento por la Autonomía de Kabilia (MAK) parece haber evolucionado hacia el independentismo. Algunos de sus dirigentes coquetean con la extrema derecha europea, lo que ha provocado la ruptura del MAK y la aparición de una facción (RMK, Rassemblement pour la Kabylie) partidaria de mantener las tesis tradicionales de autonomía radical amazighe (la lengua de los kabiles) dentro de una nueva Argelia que habría que refundar. Tanto el MAK como el RMK surgieron de la desconfianza creciente ante el FFS y el RCD (Rassemblement pour la culture et la démocratie), tradicionales partidos amazighes en los que se refugió el movimiento de los habitantes de quienes se consideran habitantes originarios, es decir, no descendientes de la colonización árabe del territorio.   Asimismo, persisten unos grupos islámicos menores, que practican el terrorismo y obedecen al Daesh o son aún fieles a Al Qaeda. En el sur, en la Argelia sahariana, sobre todo en Gardaia (Ghardaïa), seguimos lejos de la convivencia perfecta entre árabes y bereberes sureños.

Y en las ciudades de Argelia, no desaparece une cierta tensión social latente, aunque no estalle como en el pasado. Todo ello pasa por el tamiz de una memoria histórica martirizada. De una sucesión de conflictos y guerras que siempre parecieron interminables. “En el mundo entero, ya se sabe, cuando un pueblo se hunde termina por llegar al fondo; después vuelve a subir. Nosotros, tras llegar al fondo, empezamos a cavar”, decía en una de sus obras el gran Fellag, el Darío Fo argelino.

Ayer, el historiador pied-noir Benjamin Stora lo ha definido así:  “De manera visible, hay una gran distancia –muy bien establecida-  entre el poder actual, entre el Estado y la sociedad civil en sentido amplio. Eso se expresa en la ausencia (de los argelinos) frente a la cita de las urnas”.

En “Argelia en la encrucijada: condicionantes, tendencias y escenarios” (publicado por Fundación Alternativas), los profesores Aurelia Mañé, Laurence Thieux y Miguel Hernando de Larramendi, apuntan a un triple escenario posible de la interminable crisis de Argelia: una ruptura de la paz social difícil de manejar y que podría conducir a un realce del islamismo radical y/o yihadista; un segundo escenario, que esos autores llaman “continuidad deteriorada”, donde se abriría espacio para algún tipo de nueva liberalización -desde luego también económica- a cambio de la aceptación por parte de los aliados exteriores de Argelia del mantenimiento del poder de sus servicios secretos, si el régimen ofreciera a la vez bazas de apaciguamiento social; el tercer escenario contemplado, es una reforma pactada del sistema actual.

La imagen del presidente Abdelaziz Bouteflika yendo a depositar su voto en silencio y en una silla de ruedas, tras un período –también interminable  de silencio y ausencia de imágenes- no es la mejor ante este posible tercer escenario, que precisaría de una cierta ayuda europea (de Francia, España, etcétera) para que Argelia pudiera vender mejor sus hidrocarburos y para una mejora de su economía en otros ámbitos.

Pero la fotografía de Bouteflika ayer quizá significa precisamente que los candados de esos escenarios –sólo un poco más abiertos y optimistas- siguen pendientes de apertura. Y quizá las llaves siguen en manos de los mismos clanes de poder de siempre, con lentas y ligerísimas variaciones.

Paco Audije
Periodista. Fue colaborador del diario Hoy (Extremadura, España) en 1975/76. Trabajó en el Departamento Extranjero del Banco Hispano Americano (1972-1980). Hasta 1984, colaboró en varias publicaciones de información general. En Televisión Española (1984-2008), siete años como corresponsal en Francia. Cubrió la actualidad en diversos países europeos, así como varios conflictos internacionales (Argelia, Albania, Kosovo, India e Irlanda del Norte, sobre todo). En la Federación Internacional de Periodistas ha sido miembro del Presidium del Congreso de la FIP/IFJ (Moscú, 2007); Secretario General Adjunto (Bruselas, 2008-2010); consejero del Comité Director de la Federación Europea de Periodistas FEP/EFJ (2013-2016); y del Comité Ejecutivo de la FIP/IFJ (2010-2013 y 2016-2022). Doce años corresponsal del diario francófono belga "La Libre Belgique" (2010-2022).

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