Alejo Carpentier y la música, por Blas Matamoro

El escritor Blas Matamoro, periodista, traductor, colaborador en diversos medios como crítico literario y musical, ha presentado en Madrid su nuevo libro Alejo Carpentier y la música, de la mano de Fórcola Ediciones. 

Carpentier-musica-Forcola-portada Alejo Carpentier y la música, por Blas MatamoroEl acto, que tuvo lugar en La Quinta de Mahler el jueves 15 de febrero de 2018, contó también, acompañando al autor, con Antonio José Ponte, ensayista, narrador y poeta, Eduardo Becerra, ensayista e investigado, y Javier Jiménez, director de Fórcola.

Entre todos ellos mostraron el aspecto más musical de Alejo Carpentier con una charla que fue precedida por los primeros compases de La primavera de Stravinsky, dirigida por Gustavo Dudamel.

Estamos ante el bucle, tantas veces repetido, de que un escritor musical, en este caso Blas Matamoro, escriba sobre otro escritor musical, Alejo Carpentier, quien fue, sin duda, un gran compositor frustrado y un arquitecto igualmente frustrado, lo que da como consecuencia el que sus novelas se puedan leer, y en esto coinciden todos los críticos, como una gran sinfonía. “Porque en Carpentier la música no es mera afición, entretenimiento o erudición, sino elemento estructurante de sus narraciones. Su prosa se produce, a menudo, con cadencias y ritmos de raigambre musical, y la incitación musical es explícita en algunos títulos de sus libros: Concierto barrocoLa consagración de la primaveraEl arpa y la sombra. Y no faltan en sus libros personajes que son músicos, como el protagonista de Los pasos perdidos.”

Pero hay además en Carpentier, un gran escritor barroco para cuya lectura, igual que nos ocurre con Góngora, es aconsejable usar el diccionario. Tal es el preciosismo y el cultismo de su estilo incomparable.

Fue también Carpentier un excelente cronista para diarios de Cuba y de Venezuela, e igualmente un gran olfateador de ambientes, como lo prueban las crónicas compiladas bajo el título El ocaso de Europa que envió a la Revista Carteles. Tales crónicas han formado un libro que también edita Fórcola y ello ha sido posible gracias a los actuales –y trabajosísimos- envíos por mail de los responsables de esta revista desde Cuba.

Carpentier se volvió desde París en 1939, lo que dio muestras de su gran olfato para lo que se estaba cociendo en Europa, pero a partir de entonces, en los años sucesivos, se dedicó a rastrear la llegada de intelectuales europeos a América (EEUU) para ver qué músicos y qué instrumentos llegaban con ellos, igual que había hecho con la llegada de los primeros europeos a América en 1492. Es así como en un auténtico trabajo antropológico, llegó a componer el catálogo de las músicas e instrumentos llegados en la conquista y con posterioridad. Le fascinaba la idea de que pudiera haber una música genuinamente americana, afrocubana o mestiza pero sin influencias europeas, si bien esta idea lo decepcionó por diversas causas hasta abandonarla.

Estaba fascinado, eso sí, con el choque de los dos mundos, lo que debió de ser “la flor del quilombo”, la pelotera más fabulosa a la que nadie nunca hubiera podido asistir. Curiosamente el tango argentino llegó a París en 1913, el mismo año del estreno de La primavera de Stravinsky, este último en el teatro de los Campos Elíseos, donde se hallaba la “crema más batida de la intelectualidad mundial”. Dos testigos de América presentes en dicho teatro, José de Vasconcelos y Victoria Ocampo, mexicano y argentina que nunca se conocieron, escribirían más tarde comentando el suceso prácticamente lo mismo: la absoluta fascinación de privilegio por hallarse ante un logro musical de lo más alto, ellos, venidos precisamente de lo más primitivo de las músicas.



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Nunci de León
Doctor en Filología por la Complutense, me licencié en la Universidad de Oviedo, donde profesores como Alarcos, Clavería, Caso o Cachero me marcaron más de lo que entonces pensé. Inolvidables fueron los que antes tuve en el antiguo Instituto Femenino "Juan del Enzina" de León: siempre que cruzo la Plaza de Santo Martino me vuelven los recuerdos. Pero sobre todos ellos está Angelines Herrero, mi maestra de primaria, que se fijó en mí con devoción. Tengo buen oído para los idiomas y para la música, también para la escritura, de ahí que a veces me guíe más por el sonido que por el significado de las palabras. Mi director de tesis fue Álvaro Porto Dapena, a quien debo el sentido del orden que yo pueda tener al estructurar un texto. Escribir me cuesta y me pone en forma, en tanto que leer a los maestros me incita a afilar mi estilo. Me van los clásicos, los románticos y los barrocos. Y de la Edad Media, hasta la Inquisición.

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