Roberto Cataldi[1]
Las revoluciones no suelen surgir espontáneamente, ya que son precedidas de un largo período de fermentación social que a veces dura varias décadas, como sucedió con la Revolución Francesa, concretada por jóvenes que rondaba los veinte años y que cambiaron la historia.
Claro que en esa época la vida era más corta, la adolescencia breve, y la situación obligaba a madurar rápidamente. Desde entonces la gran mayoría de las revoluciones tuvieron entre sus filas a cuadros intelectuales, siguieron el pensamiento de un ideólogo, o el catecismo de algún pensador radicalizado, pues, se necesita de un discurso convincente que se convierta en símbolo del poder.
En toda época hubo grupos de “iluminados” que creyeron estar predestinados para un fin supremo, incluso convencidos de haber sido escogidos por Dios. En realidad, se trata de círculos o think thanks de políticos, religiosos, militares, grandes empresarios, que creen poseer la fórmula para transformar de manera inmediata y esencial la sociedad.
Lo decepcionante es que cuando alcanzan el poder y gobiernan según sus teorías, estrategias y tácticas, terminan convirtiéndose en dictadores y, hasta emplean la tortura o crean campos de concentración. Cuando el gobierno se tambalea, denuncia complots e implementa el terror, porque sabe que el miedo facilita la sumisión y la hegemonía.
Estos gobernantes no están dispuestos a aceptar las críticas de opositores por más fundadas que estén, no toleran a quienes disienten con sus decisiones y, dividen a la sociedad de manera binaria en amigos y enemigos, estos últimos integran las temibles listas negras.
Estuve en El Cairo unos meses después de ser derrocado Mubarak. El movimiento de los revolucionarios tenía por epicentro la Plaza Tahrir y el país parecía encaminarse por la vía democrática, lo que auguraba un futuro promisorio. Sin embargo percibíamos un clima de malestar social, más allá de que las revoluciones siempre son proseguidas de cierto desencanto.
Cuando regresé a Buenos Aires comprobé, al igual que Casandra, que la profecía se cumplía y que aparentemente nada podía hacerse para evitar la tragedia que luego se desencadenó y hoy continúa.
Ese mismo año hablé con indignados de la Plaza Sintagma en Atenas, quienes decían sentirse traicionados por sus políticos y, llegué a ver gente buscando comida entre la basura. Luego pasé a Beirut y el panorama social me pareció plácido, a pesar de la expectativa armada que ya es normal en la región. No llegué a detectar el hervidero social en ciernes y que actualmente explotó.
Hace una década irrumpió el fenómeno mundial de los indignados. Indignez vous!, el librito que escribió Stéphane Hessel, fue el manifiesto de los movimientos de indignados. Héssel fue un intelectual de izquierdas, profundamente europeísta, que participó en la elaboración de la Declaración de los Derechos Humanos en 1948. Era judío alemán, nacionalizado francés y, en París se hizo activista siguiendo los cursos de Merleau-Ponty y leyendo a Sartre. Participó de la Resistencia contra los nazis, fue diplomático, y dicen que pasaba de una batalla a otra, como los derechos de los inmigrantes sin papeles, el ecologismo, la pobreza, la causa palestina que le granjeó el enojo de las asociaciones judías. Stéphane se convirtió en el referente de los indignados.
Ignacio Ramonet recuerda que desde el 2008, año en que estalló la crisis, ha sido imposible poner en vereda a los banqueros y otros actores financieros que a través del engaño han provocado la crisis económica que se siente en casi todo el planeta, y estos banqueros tramposos se habrían convertido en los nuevos ”amos de mundo”. Por su parte, Toni Negri, a quien hace varios años pude escuchar en una conferencia, sostiene que resulta insoportable cuando toman el dinero del trabajo de uno y se lo meten en su bolsillo, mientras uno se convierte en un miserable. A Islandia la alcanzó la dura crisis, pero la gente salió a la calle y, ningún banco fue rescatado, cerca de setenta gerentes y administradores de fondos de inversiones fueron enjuiciados y, los culpables encarcelados en un lugar lejano de la sociedad. Esto no sucedió en los Estados Unidos, tampoco en algún otro país europeo.
En casi todas partes hoy vemos manifestaciones, muchas pacíficas que deliberadamente se intenta criminalizar. La protesta social es legítima, incluso la desobediencia civil que puede ser individual o colectiva, pero nunca institucional, y de ninguna manera puede aceptarse el vandalismo. Los movimientos son muy heterogéneos en sus demandas, reclaman desde libertad, calidad democrática y autodeterminación hasta reducción de la contaminación ambiental, igualdad de oportunidades, redistribución del ingreso, mejores condiciones de vida, sin privilegios de cuna, familia, clase social o amiguismo, factores que obstaculizan el ascenso social.
Protestas todas que parten de la “necesidad”. Y justamente estas necesidades no son contempladas por los que detentan el poder. La insensibilidad social es patética y, luego dicen no entender el mal humor de los que se manifiestan… Los contrapoderes, que son absolutamente necesarios, no funcionan. Los desencantados cada vez son más y, muchos ya vislumbran el borde del abismo.
En tanto la clase política sigue en lo suyo, que no es lo que le interesa y necesita la población. Algunos articulan un discurso que promueve el culto al pobre como fuente de toda virtud y el odio al rico como esencia del pecado.
Por su parte los mandarines del neoliberalismo entienden que la libertad existe si nadie interfiere con sus negocios, porque el mercado es bueno y el Estado es malo. Pero los empresarios cuando quiebran (o hacen quebrar a sus empresas) adoptan una posición socialista, pues reclaman solidaridad social, en buen romance, que los rescaten con los dineros públicos…
Para Paul Valery la política era el arte de evitar que el pueblo se entere de lo que le atañe. Y con pan y circo, según Juvenal, los emperadores romanos lograban entretener al pueblo. En nuestros días la distracción pasa fundamentalmente por los medios, algunos cómplices con este sistema perverso, otros inmersos en la irresponsable banalización de la realidad, y por lo visto solo nos quedaría el espectáculo.
Martín Ravallion, quien fuera economista del Banco Mundial, dice que existe consenso en que la pobreza es negativa y debe combatirse, eso no pasa con la desigualdad, porque para muchos ella opera como un incentivo para el crecimiento. Él propone pobreza cero y desigualdad aceptable, que no se perpetúe, y aclara que reducir la desigualdad no significa ser comunista.
En efecto, una sociedad donde todos tienen cubiertas sus necesidades no es necesariamente una sociedad comunista. La pretensión actual de los gobernantes y tecnócratas pasa por los índices y las tasas, mediciones que no nos hablan de lo que sucede con vastos sectores de la población en materia de educación, sanidad, trabajo, vivienda, seguridad, entre otros problemas acuciantes.
La identidad en política pretende sustituir a la igualdad, pero los tres poderes del Estado están obligados moralmente y por Ley a tomar decisiones considerando esta última. La igualdad es a la vida pública como la identidad lo es a la vida privada. Todos somos iguales en derechos, más allá de la identidad que tengamos, pero la realidad es otra, ya que muchas desigualdades se han perpetuado al calor del poder político.
No puede ser que los derechos de los ciudadanos dependan de la identidad. La posibilidad de que cualquier individuo pueda acceder a la escuela pública, o tener una asistencia médica digna, o presentarse a un concurso no amañado para obtener un puesto en el Estado, o recibir de la Ley el mismo trato que se le ofrece a un miembro del establishment político o económico, nos habla de la “igualdad”, que no debería ser solo una aspiración, mucho menos un resentimiento como podemos comprobar en las movilizaciones que dan la vuelta al planeta. Hoy se ha entronizado el dinero y, el precio ha sustituido al valor
Walter Benjamín estudió el proceso de dominación y enajenación del régimen nazi y cómo estimuló mediante la propaganda la participación de las masas en sus fines. Esto tiene que ver con la relación íntima entre la política, la estética, la tecnología y los procesos de individuación (Carl Jung). Benjamín emplea el término “estetización de la política” para referirse a la doble intención de organizar al proletariado y a su vez mantener por medio de dispositivos estético-políticos el statu quo de producción y propiedad heredada, lo que culminaría en el goce de la autoaniquilación, que logra impedir que se produzca la revolución.
Para Alexis de Tocqueville las revoluciones sirven para consagrar o destruir la desigualdad. Ya sea que los pobres quieren despojar a los ricos de sus bienes o éstos someter a los pobres. No existe un equilibrio sensato.
Si observamos los estallidos sociales en lo que va de 2019, veremos que se han producido en diferentes regiones del planeta: Bolivia, Ecuador, Chile, Francia, Haití, Venezuela, Puerto Rico, Etiopía, Hong Kong, España, Irak, Líbano, Filipinas, República Checa, Argelia, Rusia, Paquistán… Sin contabilizar las regiones donde hay guerra con el terrible sufrimiento que soporta la población civil, ni tampoco las migraciones forzadas, que no solo obedecen a motivos bélicos.
La clase dirigente no está a la altura de las circunstancias históricas, en realidad no sé si alguna vez lo estuvo. La irresponsabilidad de los políticos no tiene parangón y, el silencio de la población no siempre es salud. Ya no es el tercer estado alzándose contra la opresión del rey y la nobleza, ni el proletariado enfrentando la explotación capitalista, ahora son los ciudadanos hastiados de tanta ignominia que se rebelan.
Todo tiene un límite y, el silencio puede significar conformidad, pero también miedo, y a veces pura rebeldía interior. Cuando los silencios hablan debemos prestar oídos. No advertir el agotamiento y la frustración de amplios sectores de la sociedad resulta peligroso.
Como decía Saramago, creo que no nos quedamos ciegos, estamos ciegos.
- Roberto Miguel Cataldi Amatriain es médico de profesión y ensayista cultivador de humanidades, para cuyo desarrollo creó junto a su familia la Fundación Internacional Cataldi Amatriain (FICA)