Cuatro corazones con freno y marcha atrás: para pensar el verano

Música de los años 70. Sobre el escenario, doce actores interpretan atrevidas coreografías con música de la época (Boney M, dúo Baccara, Village people…), temas que aún resuenan con fuerza en nuestros oídos y que traidoramente subrayan los cambios de humor en el tratamiento de un tema gravísimo, la eternidad, siendo la música un protagonista más.

cuatro-corazones-cartel Cuatro corazones con freno y marcha atrás: para pensar el veranoDan ganas de bailar, de ponerse en pie y acompañar a los actores en el ritmo mientras se ríe y se piensa. Porque reír, se ríe pero pensar, hace pensar un rato. Algunos -la mayoría-, además, cenan veraniegamente croquetas, nuggets de pollo, cosas de poco momento, mientras otros más cautos se conforman con beber.

Es la terraza del teatro Galileo, donde el público, distribuido en mesas, ocupa todo el patio y la intendencia se ha apoderado del resto, no hay función en la sala interior, todo está subordinado a este montaje.

Esta función a la vez hilarante y grave, equidistante entre la tragedia y la farsa bufa, en la que Jardiel Poncela expresó de la única forma posible, con todo el humor de que fue capaz, que era mucho, esa angustia del «saber que un día pasaremos» que tanto atormenta al hombre desde siempre y que ha impulsado en él la búsqueda eterna de la eterna juventud:

¿y si pudiéramos vivir siempre? Mejor aún: ¿y si ello fuera posible sólo a unos cuantos elegidos que nos partiríamos de risa viendo a los demás «pasar»?

Tal es el tema de Cu4tro corazones con freno y marcha atrás escrita por Enrique Jardiel Poncela y estrenada por primera vez en 1936. Compuesta en tonos risueños por alguien que le dio muchas vueltas en su fértil cabeza al tema de la eternidad, esta comedia adquiere a la luz de la música todo su significado, a la vez que se hace precursora, con su solución más imaginativa aún, de otras muchas comedias que ha tratado también el cine, como El curioso caso de Benjamin Button (2008), con lo que uno acaba su noche exclamando: verdaderamente Jardiel era un precursor, un genio.

He aquí el argumento:

“Dos parejas de enamorados y un cartero en apuros deciden tomar la pócima de la eterna juventud para solucionar todos sus problemas. Creen que van a alcanzar la felicidad absoluta, pero su existencia se va a convertir en un infierno. ¿Hay solución?”

La hay, y también el antídoto a la misma.

Jardiel plantea aquí con su estilo humorístico y profundo, algo que no se puede plantear de otra manera: el deseo de inmortalidad en el hombre y la tragedia de conseguirla, con toda la enseñanza que se desprende de ella: hay que vivir cada día como si fuera el último, como si nos fuéramos a morir mañana, ¡hay que vivir!

Porque es en esa tragedia, como también dijo otro clásico, «donde reside todo nuestro arte».

  • Autor: Enrique Jardiel Poncela
  • Compañia: TeatroLab Madrid
  • Director: Gabriel Olivares
  • Intérpretes: César Camino, Álex Cueva, David García Palencia, Patrick Martino, Silvia Acosta, Eduard Alejandre, Esperanza de la Vega, Pedro Farera, Asier Iturriaga, Guillermo Sanjuán y Mateo Rubinstein
  • Escenografía y vestuario: Marta Guedán y Claudia Pérez
  • Iluminación de Carlos Alzueta
  • Duración: 1 h 30 min
  • Espacio: Teatro Galileo (Galileo 79, Madrid).
  • Función comentada: 8 de julio de 2017
Nunci de León
Doctor en Filología por la Complutense, me licencié en la Universidad de Oviedo, donde profesores como Alarcos, Clavería, Caso o Cachero me marcaron más de lo que entonces pensé. Inolvidables fueron los que antes tuve en el antiguo Instituto Femenino "Juan del Enzina" de León: siempre que cruzo la Plaza de Santo Martino me vuelven los recuerdos. Pero sobre todos ellos está Angelines Herrero, mi maestra de primaria, que se fijó en mí con devoción. Tengo buen oído para los idiomas y para la música, también para la escritura, de ahí que a veces me guíe más por el sonido que por el significado de las palabras. Mi director de tesis fue Álvaro Porto Dapena, a quien debo el sentido del orden que yo pueda tener al estructurar un texto. Escribir me cuesta y me pone en forma, en tanto que leer a los maestros me incita a afilar mi estilo. Me van los clásicos, los románticos y los barrocos. Y de la Edad Media, hasta la Inquisición.

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