La obra de Josep Conangla i Fontanilles (Montblanc 1875-La Habana 1964) en Cuba fue notable en los campos del periodismo, el ensayo, la poesía, y lo historia. Pero su producción está directamente marcada por un acontecimiento que lo acompañó toda su vida, escribe Joaquín Roy[1] para IPS.
Fue su inicial experiencia como soldado del ejército español, obligado a ir a luchar en Cuba por la guerra del 1895-1898. Conangla reflejó esta experiencia en sus poemas y en unas memorias inéditas hasta el 1998. Devuelto a Cuba voluntariamente después de su repatriación, nunca olvidó su Cataluña natal.
El resultado de la derrota del 98 fue la causa de la inserción de los Estados Unidos en un conflicto que debía de haber sido exclusivo de Cuba y España.
Pero la conversión de la «guerra de la independencia» de Cuba en el que en Estados Unidos se conocía como «the Spanish American War» tuvo consecuencias graves.
El final del «desastre» no solamente produjo la caída de España a la escena internacional, sino también la hipoteca impuesta en Cuba (desde la ocupación inicial y el marco de la enmienda Platt hasta el enfrentamiento debido a la Revolución Cubana del 1959).
Josep Conangla llegó por primera vez a Cuba a finales del 1895. El acontecimiento que convirtió en obligatorio este viaje sucedió el 24 de febrero de 1895, fecha del comienzo de la definitiva guerra de la independencia cubana.
El gobierno español envió a luchar en este conflicto miles de soldados inexpertos, mal equipados, desmoralizados y mal dirigidos. Todos serían víctimas de la ceguera colonial española que no supo aceptar el irremisible final del imperio.
Este desastre había sido frenado desde 1824 por el espejismo de la imposible conservación indefinida del vínculo político con Cuba, Puerto Rico y las Filipinas.
Las cifras globales de las tropas españolas en Cuba resultan incluso hoy inexactas. El historiador cubano Manuel Moreno Fraginals calcula que entre 1895 y 1898 fueron trasladados a la isla 220.285 soldados, además de las tropas que se movilizaron dentro de la propia Cuba.
Moreno califica esta magnitud de hombres como el más grande ejército que cruzó el océano Atlántico en toda la historia. Solamente fue superado casi medio siglo después por la movilización de los Estados Unidos con su intervención a la Segunda Guerra Mundial.
Conangla fue uno de los últimos 112 921 soldados y oficiales trasladados a Cuba solamente el 1895. El 1896 llegaron más de 80 000, y entre 1887 y 1899, 345 698. Pero solo hay constancia del regreso de 146 683 soldados.
El historiador cubano interpreta que la diferencia (una muy elevada cifra de 200.000 que no dejaron ningún rastro, explicación o registro) no puede corresponder a la de muertos, desaparecidos o desertores.
Según los documentos oficiales, solamente 782 soldados murieron en combate y 8627 fueron bajas por heridas. Más de 40 000 sufrieron varias enfermedades entre ellas la fiebre amarilla que afligió 14 000.
Comprensiblemente, estas cifras fueron interpretadas desde una perspectiva patriótica en Cuba como peyorativas, resaltando el impacto de la tarea de las tropas independentistas.
Por lo tanto, las causas del desastre español quedarían reducidas exclusivamente a las enfermedades producidas por la climatología cubana y la intervención final de los norteamericanos. La explicación más aceptable, sin embargo, es que miles de soldados se escondieron para no ser repatriados. Prefirieron quedarse a residir en un país que no veían cómo hostil.
Moreno Fraginals, además, señala el panorama global de la «asimilación» no solamente de los soldados españoles en Cuba. En los tres decenios desde 1868 a 1898 (una nueva «guerra de los treinta años») llegaron a Cuba casi medio millón de civiles y más de medio millón de soldados.
Al sumar las repatriaciones y los muertos, se puede llegar a la conclusión de que Cuba recibió 700.000 inmigrantes españoles, precisamente en el periodo más cruento de las guerras independentistas.
En el aspecto económico, del 4 de mayo de 1895 hasta el 30 de junio de 1898, una empobrecida España se gastó casi dos mil millones de pesetas. Se cumplía de este modo la promesa de Cánovas de permanecer en Cuba «hasta el último hombre y la última peseta». Los independentistas cubanos y, después, los Estados Unidos le darían la razón.
Durante mucho tiempo, el seguimiento con detalle de este primero (y fundamental) capítulo de la experiencia cubana de Conangla fue muy difícil.
Su obra estaba dispersa en varias publicaciones de circulación restringida. Los lectores solo tuvieron al alcance un libreto de poemas publicado unos pocos años después de su repatriación. Elegía de la guerra, con prólogo de Joan Maragall, es la obra poética más consistente de Conangla.
Leídos como documentos, los poemas son un comentario sólido sobre el acontecimiento, revelan su ideología pacifista y constituyen un avance de su ideal independentista, junto con la sincera admiración por Cuba, de la que haría su patria adoptiva.
Complementariamente, Conangla consiguió, ya muy viejo, terminar un volumen de sus memorias, un documento narrativo, descriptivo y pleno de juicios sobre su experiencia a la guerra.
Un siglo después de los acontecimientos, cuarenta años después de que él pusiera su firma a este volumen, era ya disponible por los lectores en español, que ahora aparece en la versión en inglés. Tanto en los poemas como las memorias es posible hacerse un panorama de las etapas históricas y de las experiencias personales del propio Conangla desde su llegada a hasta su repatriación después de la derrota del 98.
Es verdaderamente impresionante el esfuerzo que Conangla hizo los últimos años de su vida para cumplir con una invitación tácita que Joan Maragall le hizo más de medio siglo antes.
El año 1904 le contestó en Barcelona una carta en que Conangla le había pedido unas palabras como introducción de su obra poética.
Maragall veía claramente que los sentimientos del recluta que narraba su paso por la guerra de Cuba necesitaban un vehículo diferente para completar la expresión de los hechos que daban base a las imágenes: «Muchas cosas que usted las ha sentido demasiado fuertemente hirientes para poder decirlas con la santa serenidad de la poesía… y de otras que las ha sentidas demasiado con la cabeza, pero que salieron en florecimiento espontáneo de canción.
- Joaquín Roy es catedrático Jean Monnet y director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami.
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