Deportaron a dos millones de mexicanos en los años treinta del siglo XX, en la época de la Gran Depresión. Al menos así lo escribe Claire Wang en las páginas del diario The Guardian. También recuerda que (en realidad) la mitad de ellos tenía la nacionalidad estadounidense.
Hace casi un siglo –sucedió en 1931–, aunque convenga ponerlo de manifiesto de nuevo. Porque Donald Trump ha nombrado ya a Tom Homan –expolicía y funcionario de inmigración, un duro entre los duros– como próximo responsable de su anunciada deportación masiva de inmigrantes al otro lado de la frontera del Río Grande.
El presidente electo ha prometido ordenar la mayor operación de expulsión de migrantes ilegales de la historia de Estados Unidos. Homan es conocido como el «zar de la frontera» y ya fue (2017-2018) responsable del Customs Enforcement, el departamento de aduanas e inmigración.
Bajo su mando, Homan aumentó las expulsiones de manera exponencial y no dudó en aplicar la separación de las familias, apartando a los hijos de sus padres y madres. El experto que acompañará a Homan como adjunto se llama Stephen Miller, quien ha sido hasta ahora consejero de Trump sobre políticas migratorias.
Al revivir los antecedentes de hace casi un siglo, la periodista Claire Wang lo hace así:
–Una tarde soleada de febrero, un amplio grupo de agentes federales uniformados bajaron al parque La Placita, en Los Ángeles, convertido en santuario y lugar de encuentro para la creciente diáspora mexicana. Los agentes llevaban porras y fusiles. Cerraron el parque y empezaron a pedir permisos de residencia a todos los allí congregados. Quienes no pudieron mostrar documentos, más de cuatrocientas personas, fueron llevadas por la fuerza a un tren y enviadas a México, donde muchos no habían estado nunca.
La redada masiva del parque de La Placita fue la primera de ese tipo en aquellos años. Ahora, el escenario que prometen Trump y su zar de la frontera se parece mucho a la descripción anterior. Y amenazan con utilizar unidades militares si fuera necesario para ejecutar su programa electoral.
En aquellas deportaciones masivas de hace casi diez décadas, los trabajadores del campo considerados indocumentados (illegal aliens) se convirtieron en chivos expiatorios de la mayor crisis de empleo del siglo XX, consecuencia del golpe financiero de 1929.
En aquellas circunstancias, el lema electoral de la campaña del presidente Herbert Hoover (1929-1933) fue sencillo y nos recuerda algo: American jobs for real Americans. Trump lo cita igual en estos tiempos.
No está de más recordar que muchos de aquellos deportados eran naturales de California, un territorio que antes de ser estadounidense había sido mexicano. Parte de las víctimas de la deportación eran incluso ciudadanos de EEUU, aunque fueran descendientes de mexicanos.
Las autoridades de la época impulsaron una legislación para dificultar el empleo de esos trabajadores y ordenaban frecuentes operaciones policiales. La policía «empezó a invadir distintos lugares de trabajo, lo mismo que parques, hospitales y asociaciones, deteniendo y expulsando hacia el otro lado de la frontera a muchas personas transportándolas en trenes y autobuses”.
Revivir las deportaciones
En la Convención Republicana de mediados de julio de 2024, en la que Trump fue definitivamente elegido candidato, muchos asistentes enarbolaron pancartas en las que estaba escrita una demanda a los dirigentes ultraconservadores del partido: Mass Deportation Now!
Hay que recordar que en 1931, cuando tuvo lugar la redada descrita al principio de este texto, no hubo trámites de expulsión, ni explicaciones. Las familias fueron separadas y muchos menores no volvieron a ver a sus progenitores nunca más.
En The Guardian, el profesor Kevin R. Johnson, de la Universidad de California, afirma que fue una auténtica limpieza étnica que impactó a largo plazo, durante varias generaciones y en distintos estados. El profesor Johnson dice que para los chicanos y mexicanos declarar que descendían de españoles europeos se convirtió en un hábito defensivo.
Incluso tres o cuatro décadas más tarde, algunos de esos ciudadanos estadounidenses de los estados del sur no olvidaban nunca en la casa sus documentos de identidad por si se encontraban en la calle con aquellas redadas policiales masivas.
Unos 400.000 mexicanos y californianos fueron deportados entonces (años treinta del siglo XX). En 2005, un senador del estado de California logró que se aprobara en la cámara californiana una disculpa oficial dirigida a las víctimas de aquellas medidas ignominiosas.
El antecedente de los ‘espaldas mojadas’
Durante su campaña, Trump ha citado esos y otros antecedentes similares de la historia de su país. Durante la Segunda Guerra Mundial y con posterioridad a ella, también hubo deportaciones masivas conocidas como Operation Wetback (los ‘espaldas mojadas’, una referencia al cruce ilegal del río fronterizo).
El mismo Trump ha recordado las deportaciones que sucedieron también durante la presidencia (1953-1961) de Dwight D. Ensenhower (1953-1961), considerado un héroe de la guerra en la historia del país.
El fiscal general de entonces, Herbert Brownell, declaró que la Operation Wetback era únicamente una respuesta «a la invasión de inmigrantes ilegales procedentes de México». Para controlarla, se encargó a tropas federales la impermeabilización y cierre de la línea fronteriza.
En poco tiempo, el propio presidente Eisenhower fue consciente de la brutalidad del comportamiento de su Administración y declaró que aquel fenómeno migratorio masivo había podido quedar reducidos, aunque los afectados hubieran pagado un alto precio:
–Algunas normas legales utilizadas hayan sido actos de fuerza con respecto a los extranjeros (aliens), actos en los que en algunas etapas no se ha respetado la igualdad [exigible] y se han producido actos discriminatorios (Eisenhower, 1955).
Hubo acuerdos entre los gobiernos de México y EEUU para la entrada legal de mexicanos destinados a trabajos de temporada agrícola (programa conocido como Bracero). Sin embargo, nos pocos empresarios siguieron contratando trabajadores sin papeles porque los pagaban menos.
Las expulsiones alcanzaron la cifra de tres mil diarias, una cifra que se redujo a una décim.a parte mediante el programa Bracero.
Pero siguió habiendo deportaciones y malos tratos. En algunos casos, hubo inmigrantes que resultaron muertos, al ser detenidos o durante el viaje hacia México en condiciones inhumanas. Hay diferentes cálculos sobre el número de deportados en la Operation Wetback, pero los historiadores estiman que pudieron ser entre trescientos mil y un millón de personas.
Y aunque se discuten las estadísticas de migraciones ilegales en el siglo pasado, sólo en 1953 las cifras gubernamentales ofrecidas por Washington señalan que 886.000 personas fueron detenidas por entrar ilegalmente por la frontera EEUU-México (lo que no implica que todas ellas fueran expulsadas al final de Estados Unidos).
https://www.britannica.com/topic/Operation-Wetback
Fue una política migratoria basada no tanto en las leyes estadounidenses –justas o injustas–, sino más bien en criterios raciales y de segregación.
Como en el período de entreguerras, en el discurso racista de Trump se asocian de nuevo conceptos distintos: los indocumentados, el tráfico de drogas, las armas y la delincuencia, los robos y la violencia en las calles. Durante su campaña llegó a decir que los haitianos inmigrantes se comían los animales domésticos de sus vecinos. Y el presidente electo ha utilizado varias veces el término shithole countries (países pocilga) para referirse a El Salvador, Honduras o a Haití.
Según Claire Wang, «Trump podría deportar a un millón de personas mediante el uso de medios militares que sigan el modelo de los utilizados durante el período de Eisenhower».
Aunque será difícil que pueda hacerlo hoy sin más con once millones de migrantes sin papeles, entre otras cosas por el coste presupuestario que eso supondría.
En realidad, quizás su principal objetivo es otro: sembrar el miedo entre actuales o potenciales candidatos a la emigración hacia los Estados Unidos.
En el texto de The Guardian se recuerdan, sin embargo, algunas diferencias entre esas expulsiones masivas de mediados del siglo XX (y el programa Bracero) y lo que podría suceder en nuestros tiempos.
Entonces, algunos grandes propietarios llegaron a acuerdos para que determinados trabajadores deportados pudieran regresar legal y temporalmente durante los períodos de cosecha. Trump no parece ofrecer ningún resquicio para ese modelo de emigración legal desde los que él califica de shithole countries.
Tampoco para quienes ya están en EEUU y podrían optar al pasaporte estadounidense. Ignora –o pretende ignorar– esos matices del pasado.
Ni en su programa ni en su memoria permanece la idea de que que aquellas deportaciones masivas terminaron castigando la economía de los territorios fronterizos y provocaron más bajadas salariales. Más desempleo.
Según diversas instituciones citadas por The Guardian (el National Bureau of Economic Research y el American Immigration Council), si se forzara hoy esa deportación masiva imaginada por Trump, la actividad de distintos sectores (hostelería, construcción, agricultura) caería en picado. En muchas ciudades y localidades del sur de EEUU, la catástrofe sería inconmensurable.
Así sucedió en los años treinta del siglo XX, sin que los procesos migratorios –legales o ilegales– se detuvieran o se vieran reducidos de manera significativa.
Quizá Donald Trump y quienes ha nombrado para atajar las migraciones que llegan desde el sur del continente son conscientes de eso. Pero probablemente piensan que bastará extender el miedo entre quienes tienen el objetivo de atravesar el Río Grande por unos medios o por otros.
Para explicar ese objetivo del trumpista, la periodista Claire Wang cita al excandidato presidencial republicano Mitt Romney quien declaró que todo lo anterior forma parte de una estrategia destinada a «convertir las vidas de los inmigrantes indocumentados en una experiencia tan desagradable que algunos se irán por sí mismos y desanimarán a los demás antes de que intenten llegar a Estados Unidos».
Una cuarta parte de las víctimas de la Operation Wetback fueron desembarcadas en el puerto de Veracruz. Fueron deportadas por mar, tras viajar a bordo de cargueros de mercancías sin que hubieran tenido la oportunidad de llevar consigo sus bienes y sin poder contactar previamente con sus familias.
Se conocen algunos casos de otros que fueron abandonados en el sur, sin comida y sin agua. Decenas murieron deshidratados en zonas desérticas a causa del calor extremo.
Quienes volvieron a pesar de todo, fueron considerados reincidentes. Y si eran capturados otra vez, podían raparlos y tatuarlos para marcarlos para siempre. Es imposible enumerar los encarcelamientos, golpes, palizas y torturas que sufrieron centenares o miles de aquellos deportados.
Sin embargo, contrariando los discursos trumpistas del siglo XXI, no han faltado los presidentes de EEUU que recordaron los orígenes migratorios de la mayor parte de sus ciudadanos. Por ejemplo, Franklin Delano Roosevelt dijo
–Recordad y recordadlo siempre: todos nosotros, usted y yo mismo, descendemos de inmigrantes y revolucionarios.
John F. Kennedy, descendiente de irlandeses, declaró que la inmigración era característica esencial de su país y lo llamó «su gran herencia».
En vísperas del segundo mandato de Donald Trump, esa tradición discursiva parece hoy subsumida por la contraria, la de las deportaciones masivas tradicionales. El modelo de Trump y los suyos es el de el despliegue militar, siguiendo el modelo de la redada sorpresa de La Placita. Su ejemplo es el de la época de la Gran Depresión: son los transportes de trenes de ganado y mercancías llevando a decenas de miles de personas hacia el sur, mientras atraviesan territorios desérticos.