El precio de la vida

Conviene recordar, porque así es, que una vida no tiene precio. Es evidente que vale todo el oro del mundo, si fuera el caso. Sí, es una forma de hablar, pero en el sentido de esta expresión se alberga la realidad de que no podemos jugar con nuestras existencias en función de parámetros economicistas. No, rotundamente no.

Un responsable de un laboratorio, pero podríamos poner otros ejemplos, ha confesado recientemente que lo suyo es un negocio. No niega su carácter vocacional, pero reconoce que la premisa es ganar dinero, y lo ganan a cuenta de sanar, o de intentar curar, o de paliar daños, o de mejorar, más bien, la estancia terrenal de los seres humanos. Al llevar a efecto esto en base a obtener un beneficio “contante y sonante”, dejamos en el otro lado de ese planteamiento a miles, a millones de personas, también seres humanos, como aquellos que tienen “riquezas”, que no pueden consumir esos medicamentos que contribuyen a una transformación positiva.

Alguien dirá, con simplicidad, que es la vida, que es el panorama social, que es lo que hemos hecho entre todos. Hay razones para decir esto, pero también es cierto que este modelo de crecimiento carece de suficiente caridad. Escuchábamos, y veíamos, en “Las sandalias del pescador”, que, aunque tengamos todas las riquezas del mundo, aunque habláramos todos los idiomas posibles, si nos falta amor, nada poseemos. Así es. Cuando pensamos exclusivamente en lo crematístico es que nos falta mucho cariño. Mediten, meditemos.

Hay insuficientes valores en aquellos que se procuran un ánimo de lucro sin pararse a pensar en los que se quedan en el camino cuando afortunadamente contamos con remedios para afrontar algún problema. Las industrias se introducen en dinámicas y metodologías, en sendas inhóspitas, que pueden y son lícitas, esto es, pretenden su supervivencia, su continuidad, pero, en paralelo, deben contemplar y defender que la medida de todo es lo humano, la preservación de la humanidad misma. Es nuestro objetivo antropológico.

Todos sabemos que hay medicinas que valen demasiado, protocolos que nos superan por sus fauces financieras, y tratamientos que disparan sus cifras tanto que ponen en riesgo el utilizarlos o no, el que los empleemos para mantener vidas: éste habría de ser (reiteremos, por favor) su objeto primordial, y no ganar dinero, que también, pero en segundo término.

Hay que mudar, sin duda, la hoja de ruta. Si algunos medicamentos han de pagarse en un más largo plazo, habrá que tomar medidas en esa dirección. Estamos poniendo (si pensamos como el Consejero Delegado del Laboratorio que no hemos mencionado) en riesgo vidas humanas y el sostenimiento de un planteamiento universal que no se fundamentaba en números sino en la supervivencia personal y colectiva. Al menos, eso pensábamos.

Algo más que costes

Por otro lado, si queremos hablar de cifras y de estadísticas, pensemos que es bastante más costoso el embrutecimiento del sistema que sólo piensa en ganar dinero por los costes del comportamiento social que se brinda en otros frentes, esto es, en otros menesteres. Además, no sabemos si muchas de las personas que no saldrían adelante por ser tratadas como números podrían haber aportado (seguramente sí) un bien intangible que obviamente nos perdemos también. Como dice Eastwood en “Sin perdón”, cuando no permitimos vivir a alguien le quitamos cuanto es y cuanto podría haber sido. Eso lógicamente es un perjuicio individual y societario. Estos parámetros, por desgracia, no se suelen tener presentes.

Somos almas, como quiera que las entendamos; somos corazones; somos ideas, recuerdos, actualidad, futuros; somos amor. También somos genéticas, y nos mostramos cada día como herederos de unas personas que se esforzaron para que estuviéramos aquí de la mejor manera posible. Les debemos el respeto de conformarnos con dignidad, y de tratarnos con la suficiente estima, desde el afán de ser mejores con nosotros y con los demás.

Predicar el amor es algo más que una frase. Por las obras, por el quehacer de cada jornada, se nos conoce, y, asimismo, por lo que no afrontamos. En salud, como en educación, todo es poco. El freno del dinero o la búsqueda obsesiva de él pueden acarrear mucho dolor. Así sucede, y así, entiendo, debemos verlo. Ahora tocaría pactar entre todos, sin polémicas estériles, cómo llegar al bien común. Queremos decir de todos.

Juan Tomás Frutos
Soy Doctor en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Complutense de Madrid, donde también me licencié en esta especialidad. Tengo el Doctorado en Pedagogía por la Universidad de Murcia. Poseo seis másteres sobre comunicación, Producción, Literatura, Pedagogía, Antropología y Publicidad. He sido Decano del Colegio de Periodistas de Murcia y Presidente de la Asociación de la Prensa de Murcia. Pertenezco a la Academia de Televisión. Imparto clases en la Universidad de Murcia, y colaboro con varias universidades hispanoamericanas. Dirijo el Grupo de Investigación, de calado universitario, "La Víctima en los Medios" (Presido su Foro Internacional). He escrito o colaborado en numerosos libros y pertenezco a la Asociación de Escritores Murcianos, AERMU, donde he sido Vicepresidente. Actualmente soy el Delegado Territorial de la Asociación de Usuarios de la Comunicación (AUC) en Murcia.

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