El santo y seña de la corrección cultural

Roberto Cataldi¹

El santo y seña es un símbolo que para un colectivo o conjunto de personas con sólo intercambiarlo, aún sin conocerse,  permite que se reconozcan como del mismo bando. En el pasado cuando dos grupos se encontraban, uno decía el santo, y el otro más le valía que respondiera con la seña…

En efecto, el santo y seña era lo último que un buen soldado llegaría a confesar, y si lo hacía era porque ya había revelado todo, hasta el último detalle. En el ámbito de la cultura como en el de la política, también funciona esa dinámica del santo y seña.

Cada época tiene su talante cultural, es decir, su disposición o manera de ser, con las  tensiones propias de la época. El arte y la literatura desde siempre estuvieron sujetos a ese talante o si se prefiere a ciertos mandatos de época, incluyendo las censuras. Y en el trasfondo está la búsqueda del reconocimiento de aquellos que tendrían la misma identidad, pues, de no ser así solo resta el enfrentamiento.

El campo literario es muy vasto, difícil de limitar y, en el caso específico de los autores de cuentos y novelas, es preciso aclarar que la ficción, es, el mundo de la libertad sin límites.  La mente de todo ser humano tiene la capacidad de imaginar o fantasear lo que le dé la gana. Los deseos, a veces inconfesables, anidan en esa facultad de la mente, encriptados para los demás, ya que forman parte de la vida íntima.

Vivimos en un mundo surcado por distintas cosmovisiones al calor del poder, de deseos intensos y vehementes, coreografías, actitudes cuestionables, escenografías y lenguajes, en suma representaciones que pueden ser consideradas correctas o incorrectas, en consecuencia toleradas o no. Y lo grave es que la violencia verbal o física está presente.

Recuerdo que en el año 1976, con el Proceso Militar en la Argentina, fue allanada la casa de quien era mi jefe de hospital en un procedimiento nocturno, clandestino, y antes de llevárselo encapuchado a una base militar, revisaron su biblioteca… En menos de veinticuatro horas el tema fue aclarado, pues todo se debía a que habían encontrado una tarjeta suya en manos de un subversivo. Durante su estancia en la base, siempre encapuchado, oyó los gritos desgarradores de alguien a quien torturaban, luego él fue interrogado. Me contó que querían saber qué «zurdos» conocía en la universidad ya que se combatía el «delito ideológico». Al comprobar que no conocía a nadie lo soltaron de noche en una calle de la periferia de La Plata, dejándole un trauma psicológico.

Ariana Harwicz, escritora nacida en Buenos Aires pero que vive en Francia, en una entrevista denunciaba por qué un artista o un escritor debería acoplarse a la mentalidad de su tiempo cuando las mejores obras se adelantaron o se atrasaron al pensamiento de su época, y considera que la corrección política termina engendrando un «arte infame»,  a la vez que se cancelan obras por la mirada actual y no desde la perspectiva del autor. Estoy de acuerdo, pues siempre hubo y habrá académicos e intelectuales con mentalidad  de  inquisidores, comisarios culturales e inspectores de las «buenas costumbres» al igual que campos de reeducación o sucedáneos, y lo peor es que lo sabemos pero preferimos desentendernos.

Me recuerda el título de una película que vi en los años ochenta, una trama  de infidelidad matrimonial interpretada por Mónica Vitti y Alberto Sordi: «Io So que tu Sai que Io So» (Yo Sé que tú Sabes que Yo Sé). El título me quedó grabado y a menudo suelo emplearlo para describir diferentes situaciones que nada tienen que ver con el tema de la comedia. También tengo presente a Cortázar cuando en Rayuela sostiene que no es fácil decir lo que uno quiere decir sin que por ello lo acusen de que lo ha dicho.

La corrección política tiene su poder punitivo, le pasó al futbolista uruguayo Cavani quien en su cuenta de Instagram le envió un saludo afectuoso a un amigo llamándolo «negrito».  La Federación Inglesa de Fútbol lo suspendió por tres partidos, le impuso una pena de cien mil libras y debe asistir a un curso obligatorio sobre racismo. En realidad, en ambos lados del Río de la Plata esa expresión de ninguna manera es ofensiva. A Mercedes Sosa sus admiradores la llamaban la Negra (aunque no lo era). Pero cuando en aquellas latitudes un blanco dirigiéndose a un negro emplea la palabra «nigger» es un insulto. Por eso hay que tener mucho cuidado con las traducciones literales, los contextos culturales y sobre todo los malentendidos.

Algunos regímenes políticos que dicen ser progresistas están empeñados en una batalla cultural, a la que llaman «revolución cultural», comenzando por el lenguaje inclusivo (todes por todas y todos) hasta el empleo de eufemismos, como ser  «interrupción voluntaria del embarazo» (IVE) en vez de aborto, o «concentración del capital» en lugar de «capitalismo salvaje».

Las llamadas derechas alternativas también han escogido a la cultura para defender la patria, alentadas por Donald Trump. Sus seguidores decepcionados con la democracia procuran rescatar la libertad secuestrada y dicen ser «políticamente incorrectos». Ellos  combatirían la dictadura del mundo, la corrección política, el socialismo y el marxismo fracasados, la ideología de género, el feminismo, el aborto, el cambio climático al que niegan. Sostienen la supremacía blanca, el racismo, la misoginia, la ayuda social solo dentro de sus fronteras, hablan de un  pasado que nunca existió y, son conservadores,  pero como decía un analista no tienen nada que conservar. Se presentan en sociedad como una suerte de anti-política o anti-sistema y tienen una visión economicista del mundo (la retórica de la pobreza siempre estuvo en boca de los ricos). Además, las conspiraciones no faltan en sus discursos y ponen en duda la ciencia. Pues bien, si algo está claro es su vocación autoritaria y creerse superiores.

En esta ola de populismo que jaquea a las democracias se elude la verdad, se apela al pragmatismo en una supuesta eficacia que carecería de límites fácticos, morales, éticos y formales, que llega a justificar lo que sea.

Tanto la izquierda como la derecha incurren permanentemente en flagrantes contradicciones, a veces pienso que no han aprendido nada de la historia, pero la novedad es que ahora las contradicciones son tolerables. Paralelamente y en consonancia con la pandemia, si bien el fenómeno comenzó mucho antes, estamos cambiando las preferencias, las rutinas y la forma de ver el mundo. Con la pandemia y más allá de la digitalización, el teletrabajo, el confinamiento y el estado de excepción (a menudo exacerbado con fines políticos), hombres y mujeres hemos dejado atrás el fenómeno cultural de la moda e incluso sorprende cierto travestismo cultural.

La globalidad de esta pandemia es mucho mayor que las que se verificaron en el pasado. Todo el planeta está afectado, en distinta medida, y como lo estamos viviendo día a día no tenemos la verdadera dimensión del fenómeno, pero sin duda se proyecta como uno de los eventos más importantes de la historia. Lo cierto es que cada país o nación procura  resolver el problema a su manera, como si no fuese algo que compromete a todos, por eso nunca existió un planteo de conjunto. Fareed  Zakaria sostiene que finalizada la Segunda Guerra Mundial los involucrados se mostraron más idealistas porque comprendieron que no cooperar, no construir un futuro en común tenía un alto costo, por eso sostiene que, «A veces los más grandes realistas son los idealistas».

  1. Roberto Miguel Cataldi Amatriain es médico de profesión y ensayista cultivador de humanidades, para cuyo desarrollo creó junto a su familia la Fundación Internacional Cataldi Amatriain (FICA)
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