Tras un año en proceso de restauración, el Museo Nacional del Prado vuelve a exhibir desde el 28 de mayo de 2018 la obra más famosa de Pieter Brueghel el Viejo: El triunfo de la Muerte, datada en 1562, un óleo sobre tabla claramente influenciado por El Bosco, quien un siglo antes había sido el creador de un estilo lleno de simbolismos y metáforas sobre temas terrenales y bíblicos.
La muerte fue un tema recurrente a lo largo de la Edad Media, tanto en literatura como en pintura, con el sentido moralizante e incluso atemorizante propio de la época, con la religión de fondo.
La restauración ha afectado tanto al soporte como a la pintura. En el primer caso ha permitido recuperar la estabilidad estructural de la obra mediante la supresión de engatillados que habían alterado la curvatura original de la madera. En el segundo han revelado la auténtica composición y técnica, el colorido, la transparencia de los fondos gracias a una pincelada maestra y la nitidez en los primeros planos.
Proceso de restauración
La obra estaba pintada sobre cuatro paneles de roble que en algún momento fueron separados y vueltos a unir, lo que requirió el cepillado de los cantos internos con el consecuente arrastre de pintura. No hubo un buen nivelado en esta unión y para disimularlo se añadieron estucos y repintes que ocultaron parte de la pintura original. El panel superior sufrió grietas en varios niveles.
Una vez niveladas las grietas y los paneles y liberado el movimiento natural de la madera, se ha añadido un bastidor de madera de haya, como soporte secundario, con la forma exacta de la curvatura del soporte original.
En cuanto a la pintura, estaba sepultada bajo gran cantidad de repintes de malas restauraciones anteriores, enmascaradas por barnices para dar una idea de unidad, por lo que tanto el concepto de dibujo como la terminación de los detalles desaparecieron. La imagen ocre, monocromática que presentaba el cuadro antes de la restauración era falsa.
Se ha hecho una limpieza completa, atenta a no dañar la tenue capa de pintura original al eliminar repintes gruesos y endurecidos. La reflectografía infrarroja ha sido de gran ayuda para recuperar no solo la nitidez cromática original, particularmente de los tonos azules y rojos, si no también la estructura de las perspectivas de la composición.
La simbología en la obra
La crueldad y falta de sentido común del hombre, que una y otra vez se recrea en el horror de las guerras está muy presente. Ejércitos de esqueletos cuyos escudos son tapas de ataúd rodean la parte central por dos flancos que conducen a la gente a un túnel – ataúd flanqueado de cruces. La ciudad ardiendo, recuerda los infiernos de El Bosco. El esqueleto a caballo que destruye personas con su guadaña es la Muerte, a la que es inútil tratar de escapar o siquiera luchar.
Campesinos, soldados, nobles y reyes; todos están atrapados por la Muerte. La Muerte es omnipresente, es la protagonista única en esta panorámica de juicio universal. Otro guiño al Bosco es la pareja de enamorados situados al fondo derecha de la tabla, felices y ajenos a lo que sucede a su alrededor.
No faltan aspectos de la vida cotidiana de mediados del siglo XVI. Las ropas, los juegos de cartas, la rueda instrumento de ejecución de la época. Instrumentos musicales, los primeros relojes mecánicos o la escena de una misa de difuntos ilustran el estilo de vida de hacia 1560.
Como en El Bosco, el lenguaje es satírico a la par que moralizante. Las múltiples escenas pintadas con extremo detalle; los demonios de El jardín de las delicias aquí son esqueletos. Esto es muy significativo, parece que predomine un pesimismo sobre la esperanza de un más allá, de una redención. Quizá es lo que espera detrás de esta alegoría de los horrores de la guerra.