En el Jardín Botánico

Cuaderno de Bitácora, décimo tercer día del cuarto mes

Mientras la parte de la tripulación que tiene vacaciones va abandonando la nave en los transportadores, quienes tenemos guardia nos preparamos para pasar estos días de pasión religiosa en nuestras ocupaciones. En estas fechas lo cierto es que la actividad se relaja y tenemos tiempo para distraer la mente de las labores profesionales y de las preocupaciones sociales que tanto nos atenazan.

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Jardín Botánico de Madrid, estatua de Carlos III ©Ana M. Ruiz Lucas

Uno de mis pasatiempos favoritos, ya lo he dicho, es perderme en la gran sala de realidad virtual y recrear los paisajes, ciudades, pueblos, monumentos, acantilados, puestas de sol o amaneceres de la Tierra. Al principio esas inmersiones virtuales las hacíamos provistos de grandes gafas, pero solo requería un pequeño ajuste para que lo que se veía a través de ellas pasara a envolvernos por las tres dimensiones, anchura, longitud y altura; pero ahora no sólo se recrea la visión, también otras sensaciones como los olores o el viento, el frío o el calor, la humedad o incluso la lluvia. 

Ciertamente se consigue una inmersión de todos los sentidos. Y se consigue simular un paseo por cualquier lugar, siempre que previamente haya sido grabado y actualizado, cosa que se consigue con relativa facilidad con la gran capacidad de envío de datos mediante la nanotecnología y los ordenadores cuánticos. 

Esta mañana hemos estado en el Jardín Botánico. Nos gusta visitar estos lugares en nuestros viajes por las ciudades, estos jardines son creaciones humanas, es decir, estas islas de vegetación exuberante no han crecido naturalmente sino por la voluntad de determinados personajes o autoridades.

Desde el principio de las civilizaciones más o menos desarrolladas y en asentamientos fijos, grandes poblaciones o ciudades, sus habitantes han sentido la necesidad de recrear el mundo natural con grandes jardines donde el agua tenía una vital importancia visible (fuentes, lagunas, cascadas) e invisible. A partir del Renacimiento italiano comenzaron a surgir, a crear, jardines para el estudio de las plantas con usos medicinales. Con la Ilustración y el surgir del naturalismo el objetivo también fue el conocimiento profundo de todo el mundo vegetal así como mostrar en las ciudades su gran y espectacular diversidad.

No es que hayamos visitado muchos, pero hay algunos de los que guardamos un especial recuerdo. El Jardín de Plantes de Nantes, o el Orto Botánico de Palermo que nos encontramos mientras paseábamos por la Avenida Lincoln camino del puerto y que fue un gusto visitar.

Pero sin duda, al que más cariño tenemos es al Jardín Botánico Marimurta en Blanes, no sé si habrá muchos jardines con una ubicación tan especial. Está situado sobre unos acantilados y su recorrido está lleno de miradores sobre la costa. A la hermosa vegetación se le une una de las mejores vistas de la costa mediterránea. Este maravilloso lugar fue obra de Carl Faust, un empresario alemán establecido en Barcelona en 1897, culto y sensible, con gran influencia de los naturalistas y humanistas alemanes del siglo diecinueve, quien dedicó gran parte de su fortuna a crear este lugar que merece, sin duda ser visitado y admirado. 

Otro Jardín que nos dejó maravillados fue el Jardín de Cactus situado en Guatiza, en la isla de Lanzarote, no está en una ciudad, pero es tan especial que su recuerdo permanece en nuestra memoria. Fue, al parecer, la última gran obra de César Manrique, el gran defensor de esta isla

Manrique consiguió que durante muchos años la especulación urbanística y turística se mantuvieran a raya, respetando y conservando un paisaje absolutamente espectacular y maravilloso. Últimamente parece que su legado y su influencia van desapareciendo con resultado desastroso para Lanzarote. Cualquiera que haya visitado la isla sabe del gran mérito que tuvo, y cómo supo compaginar la actividad humana con el respeto a la naturaleza dejando obras escultóricas y arquitectónicas impresionantes y perfectamente integradas en el entorno. El Jardín de Cactus es un gran ejemplo de ello.

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Jardín Botánico de Madrid, Bonsai ©LGC

Con estos antecedentes comprenderán mejor que esta mañana hayamos recreado en la Sala  de realidad virtual una visita al Real Jardín Botánico de Madrid. Otra maravilla. Tiene unas ocho hectáreas, originalmente diez pero la construcción del Ministerio de Agricultura se llevó dos. Fue mandado construir por Carlos III, a sus arquitectos Juan de Villanueva y Francesco Sabatini, trasladando el primer Jardín de Madrid, que estuvo por Puerta de Hierro, a su actual ubicación entre la cuesta Moyano y el Museo del Prado.

Este Jardín tiene más de cinco mil especies vegetales de todos los continentes y están expuestas y tratadas con rigor científico y estético, por algo de su gestión se encarga el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Es un lugar donde no sólo se puede apreciar la belleza del mundo vegetal sino también conocer su historia a través de todo el legado de las grandes expediciones científicas que ha patrocinado desde su fundación.

Recreamos la visita como si entráramos por la Puerta de Murillo, recorriendo la primera zona de plantas ornamentales, la rosaleda, la zona de huerta y frutales, las plantas aromáticas y medicinales, nos paramos en el estanque de las plantas acuáticas. Subimos por paseo de los olivos disfrutando de las esencias de las plantas y el ligero viento que las mece. Llegamos a la parte de atrás del edificio Villanueva para poder contemplar la impresionante colección de bonsáis.

Bajamos por el paseo que conecta el edificio Villanueva con la Puerta del Rey, haciendo una parada en la estatua dedicada a Carlos III para reconocer su contribución a este rincón de la ciudad de Madrid que nos reconcilia con la naturaleza.

Apagamos los interruptores de la sala y volvemos a nuestras habitaciones canturreando La estatua del Jardín Botánico, de Santiago Auserón y Radio Futura.

Luis González Carrillo
Cordobés de nacimiento y comunero al vivir en estas tierras de Madrid desde su infancia. Funcionario de la administración local, redactor de miles de informes y comunicaciones que le han permitido ganar la concreción y claridad necesaria, eliminando todo lo accesorio, para componer poemas con la métrica japonesa del haiku, tres versos de cinco, siete y cinco sílabas, habiendo editado dos libros con estas composiciones, Haikuario y En la frontera; esa misma experiencia, y sus lecturas, le han permitido comentar más de cien libros de novela y ensayo publicados en diversos medios locales. Desde hace dos años, además de seguir con el haiku, viene publicando de manera regular artículos bajo la denominación de Cuaderno de bitácora, en un claro homenaje a la serie Star Trek, consiguiendo un observatorio ideal para expresar sus opiniones sobre el presente, el pasado y el futuro de todo lo que acontece en el mundo natural, político, social o personal.

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