Guernica. 88 años del bombardeo

  • – «Mi padre pintó el Guernica, antes del bombardeo»

Afirmación personal de la segunda de los cuatro hijos de Picasso, Maya Widmaier Picasso, para la publicación de un reportaje en la revista Interviú: «Lo que sí es cierto, es que, posterior al bombardeo, mi padre añadió al cuadro alguna imagen alegórica. Después, la exposición en París contribuyó al acontecimiento mundial del Guernica».

Maya-Picasso Guernica. 88 años del bombardeo
Maya Picasso

No obstante a lo que se cree, Picasso era ya un pintor conocido, por ser un innovador en el arte que había participado en movimientos como el cubismo. Pero, como bien señala Maya Picasso, el impulso fue a través de la Exposición Internacional de París, en mayo de 1937, en la que, a instancias del Gobierno Vasco, el cuadro, que aún no tenía nombre, fue llamado Guernica, y se presentó por primera vez al público en el pabellón de la República Española, con una intención clara; la de que el mundo conociera la tragedia de un pueblo a través de la pintura de un artista que iba camino de la gloria. Picasso y Guernica, van indefectiblemente unidos eternamente.

El montaje fue efectivo, pero, a día de hoy, la realidad simbólica del Guernica de Picasso es confusa para quienes tengan interés en que sea confusa. La auténtica realidad es que, el 26 de abril de 1937, Guernica, un pequeño pueblo, símbolo del autogobierno y de las libertades vascas, que celebraba su mercado, se vio sorprendido por las bombas de la Legión Cóndor alemana y la Aviación de la Legión italiana, para los cuales Guernica, suponía el centro clave de comunicación para las tropas republicanas.

Hoy, Periodistas, rememora la tragedia vivida por dos de los testigos que, también, tienen su versión, popular, sobre el Guernica de Picasso.

Juan José Guerrikabeitia: «La pintura contiene nuestros muertos»

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Era abril de 1984. Llegué a Gernika emocionada. Iba a entrevistar, para Interviú, a un superviviente del bombardeo.

Sin duda, un tema sensible del que teníamos referencia, pero nunca tan de cerca como de alguien que lo había vivido. Me esperaba Juan José Guerrikabeitia, un hombre de 91 años, con una voz, aún firme, que tenía en su memoria el tormento vivido aquel trágico 26 de abril de 1937. Como corresponde, tenía un precioso y marcado acento vasco. Su relato era pausado, denso, en un silencio que impresionaba.

– «Yo estaba en casa trabajando, cuando vino un vecino y.… Oye que se me han muerto las vacas, me dijo. Vamos a ver, dije yo, y al salir a la calle y ver aquel espectáculo de terror, ni nos acordamos de las vacas. Cerca de mi cayeron por lo menos tres bombas; la tierra me envolvió y en nuestro alrededor solo había muertos. No sabíamos adónde ir mi mujer y mis cinco hijos, todos pequeños, hasta que uno que andaba por allí nos ofreció su casa en Lequeitio. Así que, a las dos de la madrugada nos fuimos andando doce kilómetros. Íbamos en silencio; los niños ni preguntaban. Ya no teníamos ni miedo, nos daba igual morir con los otros viendo aquello. Perdimos las casas, el ganado. Todo lo perdimos. Fue el día más triste de mi vida y la noche más feliz cuando me di cuenta de que estábamos todos juntos».

Cuando terminó su relato, me quedé mirándole. Sin palabras. No quise preguntar; no lo hice. Le dejé que siguiera porque él era el cronista y, espontáneamente, se metió en el camino del Guernica.

– «Le he escrito una carta al Rey; claro ya sé que el Rey no me va a escribir. Yo iría a Madrid a hablar con él, pero yo, pues, no sé, me pilla un poco lejos y, en avión… a mi edad… pero ya le diría yo al Rey, aunque él ya sabrá, que el cuadro no se ha ganado con balones, eso está hecho con la sangre de los vascos. Desde aquí se lo digo» Majestad, el Guernica contiene nuestros muertos».

Claro, Juan José, cargado de razón, reclama el cuadro en base a lo que le han contado, sin saber que la realidad es otra. Maya, la hija de Picasso, se oponía, rotundamente, a que el Guernica estuviera en España. En varias ocasiones, el Gobierno Vasco se dirigió a la familia de Picasso, reclamando el cuadro para Guernica.

Después, afortunadamente, la realidad ha sido otra. Actualmente se encuentra expuesto en el Museo Reina Sofía.

Luis Iriondo: «La herida no termina de cerrarse»

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Luis Irirondo: El chico de Guernica

En 2017, cuando le hice la entrevista para Periodistas, Luis Iriondo tenía 94 años y una cabeza que para mí la quisiera. Era el segundo de los cuatro hijos de un padre socialista, Juan Iriondo y una madre monárquica, Elvira Aurtenetxea. El mayor de los hijos era Rafael, excelente deportista, quien pasaría a la historia del fútbol como Rafa Iriondo, componente de la llamada «gloriosa delantera» del Athletic de Bilbao junto a Venancio, Zarra, Panizo y Gainza.

A Luis, quien estaba en tercero de bachiller, le sorprendió el toque a rebato de las campanas de la iglesia de Santa María:

  • -«Nos pareció raro porque, desde que empezó la guerra, el aviso para ir al refugio era el de las sirenas y los signos de banderas que nos hacían los gudaris desde el monte Kosnoaga. Pero ese día empezaron a caer bombas y fuimos corriendo al refugio de Pasileku».

Me contaba Luis que en el refugio, al haber tanta gente se estaban quedando sin oxígeno y les dijeron que se tirasen al suelo para poder respirar mejor. Pero la preocupación de Luis, en su inconsciencia, se centraba en su puesta de largo:

«El domingo, víspera del bombardeo, había estrenado mis primeros pantalones largos y el lunes le pedí a mi madre que me los dejase poner, porque era día de mercado. No quería echarme al suelo, porque si se me ensuciaban los pantalones mi madre me iba a castigar: yo no quería volver a ponerme pantalón corto».

Me estremecía la inocencia de Luis en su relato, porque lo estaba reviviendo. El ruido atronador de las bombas les cortaba la oración:

«Fueron más más de tres horas; iban, cargaban y volvían. Empezamos a rezar el Señor Mío Jesucristo, pero era tan largo que no podía terminar porque las bombas no me dejaban».

Ese Luis que me hablaba era el niño de catorce años, y en su tono la presencia viva de aquel niño que, como cosas de niños, almacenó en su cabeza el equívoco físico de encontrar atractivas las bombas dañinas que arrasaron Guernica:

«Echaron más de cinco mil bombas. Las incendiarias eran pequeñas, y bonitas…, brillantes. Cuando salí del refugio el pueblo ardía; me fui corriendo y cuando llegué al refugio de Santa María, a la entrada había una hondonada llena de muertos y el gudari no me dejó mirar».

Luis no precisa cuántos muertos había en la hondonada, pero el dato me lo facilita José Ángel Etxaniz, miembro del Grupo de Historia Local Gernikazarra:

«El refugio de Santa María se había hecho con tablas sin ninguna consistencia; fallecieron las 45 personas que estaban en el interior».

Le observaba en un silencio que el rompió mientras derramaba una lágrima:

«La herida, no termina de cerrarse»

Luis deambulaba por el pueblo mientras su madre le buscaba por todos los rincones:

– «Me encontró mi madre en un caserío y nos abrazamos».

Ese momento lo ha plasmado Luis en un cuadro que está en el Museo de la Paz de Guernica. Porque Luis Iriondo es un artista, con mucha sensibilidad quien, después de 55 años, todavía dirige la escuela de pintura y dibujo Kultur Etxea (Casa de la Cultura) de Guernica:

– «Ya me voy retirando; tengo muy buenos alumnos y quiero que tomen el relevo».

Y Luis Iriondo, el Chico de Gernika, hace apenas dos años se retiró definitivamente partiendo hacia el infinito. Entre su legado, hay un libro que relata el horror, con la veracidad de quien lo vivió tan de cerca y pudo contar lo ocurrido en su querido pueblo, aquel 26 de abril de 1937, en el que una legión de aviones italianos y alemanes soltaron miles de bombas que pusieron a Guernica, muy a su pesar, en el mapa del mundo, en buena parte, por la magnitud del cuadro pintado por Picasso.

A día de hoy, se desconoce si quedan supervivientes. El ayuntamiento de Guernica no facilita referencia al respecto. De nuevo me dirijo a Txato Etxaniz quien, por su actividad de historiador, no tiene duda al respecto: «Si quedase alguno, estaría entre las muchas familias que salieron hacia Sudamérica con niños muy, muy pequeños, que no tendrán referencia más allá de lo que sus padres les hayan contado».

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