Hollar y hoyar

Hace pocos días, a propósito del 12 de octubre, fecha que ha dado pie a muchas polémicas, el ministro de la Defensa de Venezuela, general en jefe Vladimir Padrino López, publicó en su cuenta de Twitter un mensaje alusivo al acontecimiento e hizo un paráfrasis sobre un pensamiento de Simón Bolívar, en el que el Genio de América cuestiona el carácter hegemónico de los Estados Unidos respecto de los demás países, sobre todo los del llamado «tercer mundo». Me hubiese gustado mostrar el contenido completo; pero de manera involuntaria lo eliminé.

A Samuel Gallardo, preocupado por el buen decir y activista político, le llamó la atención la aparición de la palabra hollar, y en consecuencia me planteó su inquietud, pues le pareció que Padrino López había incurrido en una impropiedad que debía ser señalada, dado que en ese nivel es intolerable una pifia de tal magnitud. Confieso que yo también pensé lo mismo, y le prometí a mi amigo dedicar un comentario al respecto, para cuestionar el supuesto yerro; pero resulta que luego de revisar el caso, caí en cuenta de que el mencionado vocablo estuvo y está bien utilizado en el contexto en el que el referido militar lo usó, y el equivocado era yo. No tengo ningún complejo en admitirlo.

Para satisfacer la inquietud de Gallardo y la de otras personas que se preocupan por hacer un mejor uso del lenguaje que emplean, decidí escribir sobre el tema, no para cuestionar al ministro, sino para reconocer que fue utilizado el verbo hollar de manera adecuada, lo cual es plausible, habida cuenta de que en la mayoría de los casos, por sus múltiples ocupaciones, las personas de alta investidura no son quienes elaboran los textos, y delegan la responsabilidad a los o a las que fungen de asistentes, que a veces no manejan muy bien el lenguaje oral y escrito, y en consecuencia incurren en errores que pudieran dejar muy mal parados a sus jefes. Este no fue el caso.

Hollar significa «pisar, comprimir una cosa poniendo sobre ella los pies». También es sinónimo de abatir, ajar, humillar, despreciar». Con ese último sentido fue que, sin dudas, el Libertador Simón Bolívar lo utilizó en el pensamiento al que aludí en el párrafo introductorio de este escrito.

Existe también hoyar, que sería algo así como abrir hoyos, y es allí donde se facilita la confusión, dado que hollar y hoyar son palabras homófonas, es decir, tienen idéntica pronunciación; pero su ortografía y significado son diferentes. La lista de palabras homófonas que frecuentemente son utilizadas de forma inadecuada es significativa, por lo que mencionarlas todas en una sola entrega no sería posible, si se toma en cuenta el poco espacio del que se dispone para escribir en un medio digital, en el que por lo general la regla es la síntesis.

Sin embargo, es prudente señalar la frecuencia con que algunos redactores confundan abrazar con abrasar, casar con cazar, bazar con basar y pollo con poyo etc. Se dejan llevar por el sonido y no se percatan de la impropiedad en la que incurren, como imaginé que le había ocurrido al general en jefe Vladimir Padrino López o al que redactó el mensaje que él debió revisar.

Abrazar es rodear o ceñir con los brazos; en tanto que abrasar es reducir a brasas. Por eso, a nadie en su sano juicio le gustaría morir abrasado, a menos que tenga obsesión por el fuego. Cazar es «buscar o seguir a las aves, fieras y otros animales», y casar es unir en matrimonio. De ese mismo tenor son casa y caza. La primera se refiere al edificio en el que se habita, y la segunda es la acción de cazar. Bazar es una tienda en la que se venden artículos diversos; mientras que basar es asentar algo sobre una base.

Pollo y poyo son usados de forma incorrecta por muchos usuarios habituales de las redes sociales, que desafortunadamente están plagadas de impropiedades. El primero de estos vocablos es «la cría que sacan de cada huevo las aves y particularmente las gallinas». Poyo es «banco o asiento de piedra, yeso u otra materia, que suele ponerse arrimado a las paredes o junto a las puertas de las casas de campo».

David Figueroa Díaz
David Figueroa Díaz (Araure, Venezuela, 1964) se inició en el periodismo de opinión a los 17 años de edad, y más tarde se convirtió en un estudioso del lenguaje oral y escrito. Mantuvo una publicación semanal por más de veinte años en el diario Última Hora de Acarigua-Araure, estado Portuguesa, y a partir de 2018 en El Impulso de Barquisimeto, dedicada al análisis y corrección de los errores más frecuentes en los medios de comunicación y en el habla cotidiana. Es licenciado en Comunicación Social (Cum Laude) por la Universidad Católica Cecilio Acosta (Unica) de Maracaibo; docente universitario, director de Comunicación e Información de la Alcaldía del municipio Guanarito. Es corredactor del Manual de Estilo de los Periodistas de la Dirección de Medios Públicos del Gobierno de Portuguesa; facilitador de talleres de ortografía y redacción periodística para medios impresos y digitales; miembro del Colegio Nacional de Periodistas seccional Portuguesa (CNP) y de la Asociación de Locutores y Operadores de Radio (Aloer).

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