Un aporte a la educación intercultural bilingüe
Brindemos por la alteridad lingüística y de tradiciones, por el arraigo e innovación; por el conocimiento acumulado en cada una de las culturas de nuestros pueblos ancestrales, especialmente aquellos que están es peligro de extinción o menoscabo y que se robustecen en el intercambio de ideas, en las interacciones constantes, en su expresión libre y digna a través de los medios de comunicación tradicionales, alternativos y comunitarios y en una educación formal y no formal que valora su conocimiento expresado en su propia lengua. Hay que alegrarse porque las actividades, los bienes y servicios culturales son portadores de identidades, valores y significados por lo que tienen un valor que trasciende lo comercial, curioso o museístico.
“Dios dispuso de bastante tiempo/ para constatar que mi país estaba torcido/ y, pese a todo, no pudo enderezarlo/ o no se molestó en hacerlo/ cuando hubiera podido/ quizás convencido de que era tarde/ y dejó que siguiera como estaba”.
Con permiso del poeta venezolano Juan Calzadilla, quien escribió este aforema hace casi veinte años, esta constatación de torcedura no le es exclusiva a Dios; la percibimos toda vez que visitamos el territorio warao y trabajamos con uno de los grupos más excluidos.
La diferencia con el aforema estriba en que tenemos el convencimiento de que no es tarde aún y que no podemos dejar las cosas como están. Es por ello que celebramos que los Estados del mundo, primero reunidos en la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas (ONU) en su resolución 47/135 del 18 de diciembre de 1992 aprobaron la Declaración sobre los derechos de las personas pertenecientes a minorías nacionales o étnicas, religiosas y lingüísticas y, luego, en la Conferencia General de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), en su 33ª reunión, celebrada en París del 3 al 21 de octubre de 2005, reconocieron en la Convención sobre la protección y la promoción de la diversidad de las expresiones culturales, dos instrumentos legales que fortalecen el reconocimiento étnico y la educación intercultural bilingüe.
Festejemos la originalidad y pluralidad de las identidades de los pueblos y sociedades; bendita diversidad que somos y se expresa culturalmente; patrimonio indiscutible, valorado y cuidado de la humanidad; posibilidad de un mundo rico y variado, indispensable para el desarrollo humano, para la paz y la seguridad en todos los planos: local, nacional e internacional; elemento estratégico de todas las políticas públicas. Sociedad que tal como señala el Preámbulo de nuestra Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, es multiétnica y pluricultural.
Jo Arao
El pueblo Warao, pese a ser el segundo en número y extensión territorial de los pueblos indígenas que habitan el territorio venezolano, ha sido históricamente uno de los más relegados. La pobreza extrema pareciera ser parte de su identidad, así como la explotación y el abandono.
El territorio ancestral Warao se ubica al extremo oriente de nuestra geografía, fundamentalmente en lo que quienes somos “no indígenas” denominamos estado Delta Amacuro. En su idioma, “Warao” significa “gente de agua” aludiendo desde el nombre a la realidad de vivir a orillas (y en algunos casos, incluso sobre) los caños que forman el delta de desembocadura del majestuoso Orinoco sobre las aguas caribes.
Sin embargo, en la mudanza del tiempo, en este caminar empecinado salvando obstáculos, es una suerte verse en estas memorias en las que podemos protagonizar el cambio necesario. Es por ello que, a partir del 2008 con la cooperación del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), la Red de Apoyo por la Justicia y la Paz, organización para la promoción y defensa de los derechos humanos en Venezuela y la Alcaldía Bolivariana del Municipio Antonio Díaz convinieron en la realización de un proceso de formación en derechos humanos y estrategias metodológicas para la educación en derechos humanos y salud de educadores y educadoras waraos y no indígenas.
El objetivo fundamental de este convenio es apuntalar el reconocimiento étnico mediante la educación sobre el derecho a la identidad y la diversidad cultural. Para el logro del mismo se desarrollaron talleres de formación en derechos humanos, se elaboró un libro, Jo Arao – Pueblo de Agua, el cual compila nueve cuentos creados e ilustrados por los mismos educadores y educadoras y activistas de derechos humanos que participaron en el proceso formativo así como también se realizó un mural en la fachada del Liceo Bolivariano de Curiapo.
La primera preocupación lo constituye el tema de la salud. En la población de Curiapo, capital del municipio “Antonio Díaz”, pequeña población palafítica ubicada en el delta orinoquense, las cifras de mortalidad infantil se ven ilustradas en la desproporción existente entre la cantidad de tumbas donde reposan niños y niñas fallecidos antes de cumplir los tres años de vida y las destinadas a las personas adultas en el cementerio de dicha población, siendo las primeras significativamente más abundantes.
No basta que se haya construido un Centro de Diagnóstico Integral y una Sala de Rehabilitación Integral: hace falta una real integración; para la mejora de procesos nutricionales y la lucha contra enfermedades endémicas, no basta el trabajo asincrónico de equipos de salud cubano y venezolano: los programas de prevención y atención, la prescripción de medicinas, la educación integral en cuanto a nutrición y prevención de enfermedades diarreicas deben superar la desconfianza y xenofobia.
Para alertar sobre esta realidad, en el libro Jo Arao se presentan dos cuentos. “La hormiguita enferma” en el cual la protagonista, la pequeña Maraisa, expresa: “No importa que vivamos muy lejos y que seamos muy pequeñitos, mi maestra en la escuela me enseñó que todos los seres tenemos igual derecho a vivir sanos y a que nos curen cuando nos enfermemos”. En “Gagos los dos”, el autor refiere con preocupación que “cuando un médico viene a Tucupita, recién graduado, piensa que tiene la misma condición con la que ellos viven en el centro de la ciudad y cuando ven esta realidad ellos se ponen a pensar: y ¿qué es esto? ¡Mucha agua para mi solo! Algunos sienten la necesidad de conocer cómo viven los indígenas y se vienen a convivir con ellos. Otros llegan y ven la situación y, en vez de terminar su contrato, se rascan la cabeza y en la misma tarde se regresan para su ciudad”.
Educación incluyente
La identidad cultural, la tolerancia y solidaridad deben estar siempre presentes en la propuesta educativa. Mucho se habla del costo que debe comprometerse para la preservación de la diversidad lingüística y del derecho de todas las comunidades indígenas a vivir con su cultura y su lengua. Pero la reflexión que debería tocarnos es ¿Cuánto cuesta la marginación? ¿Cuánto cuesta la pérdida que representa destruir la lengua y con esta herramienta la adecuación al medio ambiente? ¿Cuánto cuesta la enseñanza criollizada, occidentalizada, que utiliza un código lingüístico inadecuado a la población que asiste? ¿Cuánto cuesta un aprendizaje instrumental de la lengua dominante que no capacita para el uso real de la misma? Realmente, de cara a nuestras culturas indígenas esta es la mayor preocupación ya que ciertamente el desarraigo es más costoso, el fracaso escolar tiene un costo y el enfrentamiento entre dos o más realidades y sociedades tiene un costo.
Este aspecto medular fue tratado en la realización del mural en el liceo de la población de Curiapo. Lo pictórico debe rebasar los límites de lo estético y ser una propuesta ética. Ante el boom graffitero que nos agobia y aliena los y las adolescentes deben reconocerse en su cultura y hacer de su entorno motivo gráfico. Así, las paredes se convierten en soporte para las lenguas que son fundamentalmente orales: lo que veo es primero pronunciado y posteriormente escrito como testimonio de valor y aprendizaje y como resistencia a la desmemoria.
Un punto, que transversaliza los anteriores, corresponde a la educación. En el puerto de Volcán, en Tucupita, la primera lancha en llegar y en partir rumbo a las poblaciones del Bajo Orinoco es la de Misión Rivas. Río adentro, el mejor hanoko, palafito construido con tablas, es el de Misión Robinson y la mejor logística para trabajar en el terreno la aporta sin lugar a dudas la Misión Sucre. También hay unidades educativas y liceos.
Sin embargo, el warao es un pueblo nómada y muchas de las personas que inician su educación no concluyen por haberse desplazado a otro lado del río. ¿Qué tal si en vez de sedes en tierra firme se habilitan balajús capaces de ir donde están los grupos humanos, sobre todo en un territorio donde el acceso a embarcación, motor y gasolina ha sido fuente de desequilibrio del poder y dominación histórica?
Siguiendo las orientaciones de Freire quien nos enseñara que “nadie tiene derecho a desesperarse, todos tenemos el deber de la esperanza”, alegrémonos porque en la educación intercultural se mantiene la primacía del respeto de los derechos humanos y las libertades fundamentales: se consagran los principios de igual dignidad y respeto para todas las culturas, comprendidas las manifestaciones culturales de las personas pertenecientes a minorías y las de los pueblos autóctonos; de soberanía; solidaridad y cooperación internacional, complementariedad económica; desarrollo sostenible; apertura y equilibrio; acceso educativo, entre otros.
Así, pues, es necesario verse no sólo con los ojos sino también el corazón llenos de río y no perder el camino para volver al amor endógeno que posibilita el real desarrollo y permite llegar donde, hasta ahora, parece no haberse llegado ni aunque se llegue. Sólo así podremos celebrarlo como el pueblo manda.