El escritor canario publica “Un golpe de vida”, un recorrido por su biografía humana y profesional
En la línea memorialista de algunos de sus libros anteriores, en “Un golpe de vida” Juan Cruz utiliza la memoria para elaborar una reflexión sobre el ejercicio del periodismo al hilo de sus circunstancias personales, como desgrana en esta entrevista.
Paco Pastoriza: Cuando García Márquez escribía las crónicas de “Relato de un náufrago” para “El Espectador” de Bogotá, el director del periódico, Gabriel Cano, le preguntó: “¿Eso que está usted escribiendo es novela o es verdad?”. García Márquez respondió: “Es novela porque es verdad”. En este mismo sentido, Nabokov señala que sólo la ficción dice la verdad. En tus libros de memorias también hay episodios que parecen de ficción. A lo mejor son los más reales. ¿También en este?
Juan Cruz: En ningún caso es ficción. En este libro hasta lo que hay de ficción, que es la historia de un poeta, en realidad es una mezcla de dos personajes reales, que son Domingo Pérez Minik y Arturo Maccanti. Se trata de un símbolo de cómo se puede insultar a la memoria de alguien, incluso en su realidad. Macanti era un poeta bastante desvalido, que sufrió la burla de un escritor canario notorio que decidió que porque Macanti no le había votado para un premio literario institucional podía semanalmente, igual que a otros miembros del jurado, zaherirlo de manera innoble y despiadada. No he dicho nunca por escrito el nombre de este escritor ni lo voy a decir. La gente es libre de imaginar cualquier cosa. Lo cierto es que ese insulto semanal yo no lo puedo olvidar porque fui también víctima de esos insultos. Y quise personificarlo también en alguien que sufrió persecución, de otro tipo, durante la República y después de la República, en la posguerra, que era Pérez Minik. A esa mezcla de Maccanti y Pérez Minik, en el libro lo llamo poeta. Y es lo único que yo me invento en el libro. Todo lo demás ocurrió. En algunos casos lamentablemente. Y, efectivamente, algunas cosas parecen mentira porque son verdad.
PP: En una obra memorialista anterior, “Muchas veces me pediste que te contara esos años”, cuentas que un día leíste en una inscripción en la isla de Lobos, frente a Fuerteventura, un verso de Josefina Pla que define nítidamente en qué consiste la literatura: convertir en sueños las sombras. ¿También aquí intentas convertir en sueños las sombras?
JC: Aquí lo que pasa es que los sueños son pesadillas. Hay un montón de cosas que están ocurriendo que a mí me parece que no ocurren. Y eso me lleva al miedo y me lleva a algunas situaciones extremas de ánimo. Cuando no sabes cómo reaccionar ante un suceso personal te parece que estás en un túnel de sombras. Luego, por fortuna, las personas, también las que te rodean, son capaces de levantarte el ánimo y despertarte. En este sentido, las dos protagonistas casi secretas o diluidas del libro son mi hija y mi hermana. Mi hija arrostró durante este tiempo que dura el libro dos desprendimientos de retina y en todo ese tiempo sólo un día la vi triste. Me recuerda aquella frase de Hemingway que decía “conoció la angustia y el dolor pero no estuvo triste una mañana”. Y mi hermana, hasta el final, creyó que vivía una pesadilla y siempre buscaba razones para recuperarse. En esa situación, yo tenía también que sobreactuar y hacerle la vida alegre. Yo soy una persona aparentemente alegre pero cuando escribo soy una persona más bien ensimismada y melancólica. La melancolía es la nostalgia sedimentada.
PP: Este libro es fundamentalmente una profunda reflexión sobre el periodismo y sobre el ejercicio de esta profesión.
JC: Todas estas historias personales vinieron a mi mente cuando yo estaba tratando de contar mi relación humana con el periodismo. Y de alguna manera me di cuenta que yo no sé vivir sin referirme al periodismo. Todas las cosas que he hecho en la vida nacen del periodismo, de mi manera de ver el periodismo. En los últimos tiempos sobre todo he desarrollado un disgusto por el insulto, que se ha instalado en nuestro oficio vía redes sociales. También me irrita lo no contrastado, lo que se dice sin haberlo comprobado. En el periodismo y también en la vida cotidiana. Y me irrita el desprecio a la esencia de las personas. Me irrita el grito, me irritan las conversaciones basadas en lugares comunes, por ejemplo “todos los periodistas son iguales”, “todos los médicos son iguales”… todo lo que olvida el matiz o la duda, me irrita. Este libro trata el periodismo desde el ser humano que es todo periodista. A mí me gustaría ser muy humano como periodista.
PP: El libro repasa toda tu trayectoria como periodista desde tus inicios en los periódicos canarios como “El Día” y tu entrada en “El País” desde el mismo año de su fundación hasta ahora mismo. Tu trayectoria en “El País” es uno de los hilos conductores de “Un golpe de vida”.
JC: Yo me siento muy orgulloso de pertenecer al periódico. Comprendo que en los últimos tiempos ha sido costumbre zaherirlo y elegir ciertos elementos del periódico para derruirlo. Pero esto no es nuevo. Ya pasó en el 82 y en el 83 cuando Cebrián se sentó en el banquillo acusado por Barrionuevo, ministro del Partido Socialista, secundado por todo el gabinete de Felipe González, mientras paralelamente Luis María Anson, publicaba en “ABC” que el País era el diario gubernamental. Cuando el referéndum de la OTAN, “El País” publicó editoriales muy sonoros contra Felipe González, aunque al parecer seguíamos siendo el periódico gubernamental y socialista. Roures [se refiere al empresario Jaume Roures] fue premiado con una cadena de televisión y con un periódico por el Partido Socialista en el poder. Para hacer la propaganda de su periódico, puso un cartel en la Gran Vía de Madrid que decía “La cultura es gratis”. El objetivo era decir que “Público” era un periódico de izquierdas y que él iba a poner gratis el fútbol. Antes el PP quiso meter en la cárcel a Polanco y quitarle las concesiones. La memoria, con respecto al “El País” es selectiva. Se le critica si publica un editorial que no le gusta a un grupo de personas, como si hubiera que leer el periódico con un solo ojo. La actual es una campaña para derribar a “El País” que creo que ha sido irrespetuosa con sus profesionales. La alternativa es notoria, está en las redes, en los periódicos digitales. Ya no hay guerra mediática. Ya el “ABC” no compite con “El País”, ya “ABC” y “El Mundo” no se enfrentan con “El País”. Ahora son todos los periódicos de las redes sociales que están esperando a que “El País” haga algo para denunciarlo. A mí no me pagan para decir esto. A mí no me dice el director del periódico que opine esto o lo otro. De hecho yo no opino, hago análisis del mundo periodístico y del mundo cultural, pero no escribo opinión, porque yo no creo que la opinión sea periodismo. Respeto que haya gente que haga opinión, pero que conste que no es periodismo. La esencia del periodismo no es la opinión.
PP: ¿Y en esta situación cómo ves el futuro del periodismo?. En este libro llamas a la de periodismo una profesión invencible.
JC: El oficio del periodismo es invencible porque es imprescindible. Ahora bien, el periodismo tal como está hoy, con las amenazas aceptadas que se mantienen en torno a él, sí que está en peligro si nosotros no somos capaces de confrontar ese periodismo de las redes con el uso de los elementos del periodismo para impedir que naufrague. Si el periodismo acepta el rumor, si acepta el lugar común y el tópico, el periodismo se puede ir deteriorando. Cuando el lector crea que el mejor periodista es el que grita más opinando, es que ya no tendremos nada que hacer. Y está pasando. Que subsista en el periodismo gente como Inda [se refiere al tertuliano Eduardo Inda] significa hasta qué punto ha llegado la consideración del periodismo que tienen las grandes cadenas.
PP: En “Un golpe de vida” se detecta también un cierto aroma de despedida, de tu despedida de la profesión. Y una aproximación a sentimientos que han estado un poco abandonados, como las relaciones con la familia y con los amigos.
Pero yo creo que mi porvenir es aún el periodismo. A mí lo que me gustaría hacer ahora, después de tantos años, es reportajes y entrevistas. Es lo que llevo haciendo toda la vida pero me lo planteo como si fuera mi porvenir porque en el periodismo he encontrado la felicidad. En cuanto a las relaciones personales ahora veo que la felicidad está también en mi nieto, en mi hija, por quien dejaría todo. Por ayudarles en lo que fuera. Hay un poeta canario, José Luis Pernas, que dice “descubrí que había que había que buscar la esperanza para seguir viviendo”. Yo todos los días, desde niño, he buscado algo, aunque sea mínimo, que me alegrase el día. Y ahora, lo que me alegra la vida es saber que mi hija está bien, que he recuperado con ella la sensación de paternidad y de orgullo. Porque yo estaba muy distraído.
Memoria de Juan Cruz
Juan Cruz es escritor y es periodista, aunque en él nunca se sabe dónde termina una profesión y empieza la otra, tal vez porque las dos sean una misma cosa. Su periodismo es muy literario y sus libros tienen mucho de periodismo. Ha convertido su memoria en un género, aunque en sus libros muchas veces tampoco se sabe muy bien dónde termina la realidad y dónde la ficción. “La foto de los suecos”, “El territorio de la memoria”, “Retrato de un hombre desnudo”… son algunas piezas del mejor memorialismo que se hace actualmente en nuestro país. El periodismo, la memoria, la vida en fin, están también en su último libro, titulado precisamente “Un golpe de vida”.
Vida de periodista
Desde un castillo medieval situado en la Umbria italiana, un retiro creativo que comparte con otros doce artistas, Juan Cruz comienza a escribir el relato de una vida que esta vez tiene como eje conductor el ejercicio del periodismo. La estancia se interrumpe por cuestiones familiares y obliga a que la narración continúe en otros lugares, Madrid sobre todo, donde vive y donde trabaja, y luego allí donde la profesión le ha llevado persiguiendo la noticia. El recorrido concluye en El Médano, en la isla canaria de Tenerife. A lo largo de este itinerario Juan Cruz va construyendo su memoria de recuerdos y olvidos y preparando el último tramo de una carrera profesional para la que intuye un final al que no se atreve a poner fecha pero que habrá de producirse en cualquier momento, aunque en esta profesión el final nunca suele llegar de manera abrupta y casi nunca es definitivo.
El libro está escrito en flash-backs donde las escenas de la madurez se alternan con las de la infancia y la juventud en un relato que discurre en paralelo a algunos de los acontecimientos que vivió como periodista. El hilo conductor es su trabajo en el diario “El País”, desde su entrada el mismo año en que nació el periódico hasta ahora mismo, cuando está y no está, cuando se ha jubilado sin jubilarse, cuando aporta al periódico tanto como siempre ha aportado sin que parezca que cumple con horarios y obligaciones burocráticas. Y al mismo tiempo que rememora acontecimientos que en su día fueron grandes noticias y rescata recuerdos de su trabajo en ese periódico, este libro es también una profunda reflexión sobre el oficio de periodista y su deriva, un oficio amenazado por las nuevas tecnologías y las redes sociales pero sobre todo por la manipulación y la mentira y también por la opinión que se impone a la información. A lo largo de estas páginas Juan Cruz manifiesta sus dudas sobre una profesión que atraviesa una de sus crisis más serias pero sobre cuyo futuro no pierde la esperanza porque es, dice, “un oficio invencible”.
“Un golpe de vida” es también una mirada melancólica al pasado, una reflexión sobre la vida y también sobre la muerte, que se ha llevado ya a padres y a familiares, siempre en su pensamiento, y a tantos amigos y compañeros evocados aquí con nostalgia y con ternura porque “uno es sentimiento más recuerdo más pérdida”: García Márquez, Cabrera Infante, Umberto Eco, Saramago, Semprún, Rafael Chirbes, Vázquez Montalbán, Feliciano Fidalgo, Manu Leguineche…
En estos años en los que se plantea su futuro personal, Juan Cruz reflexiona aún desde el torbellino de una profesión sin horarios y sin previsiones, de las que más tiempo roban a la reflexión, a la familia y a los amigos. Es a la altura de sus 67 años cuando de pronto aparece un fantasma, el de la amenaza bajo formas diversas: una enfermedad, una lejanía, alguien que necesita de su presencia, de su protección. Y es entonces cuando el hombre que no deja nunca de ser periodista se plantea la necesidad de buscar la felicidad o algo que se le parece, más allá del periodismo con el que fue tan feliz. Y descubre que la felicidad puede encontrarse también regalando generosamente tiempo a la gente con la que se comparte la vida, una actividad que resume en una frase del último capítulo: “la felicidad es un verano que tiene nombres propios”.
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