El gasto público en la juventud es insuficiente y nos pone en riesgo. Mientras que en muchas partes del mundo la juventud está contribuyendo a transformar las realidades, en Guatemala la mayoría de jóvenes, hombres y mujeres, deben enfrentar la desigualdad, la pobreza, la falta de oportunidades y la inequidad.
El pasado 11 de julio se celebró el Día Mundial de la Población; el director ejecutivo del Fondo de Población, en su mensaje alusivo, aseguró que «este contingente de personas constituyen una fuerza poderosa, individual y colectivamente. Están configurando realidades sociales y económicas, desafiando normas y valores y echando los cimientos del futuro del mundo».
El llamado Bono Demográfico, esa franja de población en donde se incluye a los jóvenes, debería ser una ventana de oportunidad para países como el nuestro, dado el enorme potencial que tienen para asimilar, crear, aprender, transformar y producir, pero está en grave riesgo, dadas las condiciones en las que se encuentran.
Estudios han reportado que el 23.5% de la población guatemalteca está compuesta por personas de 10 a 19 años; 1.4 millones de adolescentes están fuera del sistema educativo; 55.1 es la tasa de homicidios cometidos contra personas entre 18 y 21 años; 98 % de las víctimas de explotación sexual tienen entre 15 y 17 años; y el Estado invierte apenas Q1.27 diarios en un adolescente. Entonces, cómo vamos a aprovechar ese tesoro, si lo que estamos provocando es que su única aspiración sea buscar otro lugar a donde ir a desarrollar su vida, en el mejor de los casos, pues algunos de ellos han sido atrapados en redes criminales o son víctimas de la demencial violencia.
La educación, un factor clave para el desarrollo, ha reportado, entre el 2012 y el 2013, una baja del 0.58 % en todos los niveles educativos, siendo el porcentaje más dramático en la primaria, con un 3.7 por ciento, Y si a eso agregamos que hay una gran brecha entre quienes tienen acceso a preprimaria y los que no, es evidente que llegan en condiciones adversas al primer grado.
Un ser humano que desde su nacimiento carece de los nutrientes básicos, que vive rodeado de pobreza, sin oportunidades ni accesos, empieza su vida en desventaja, si llega a la pubertad está marginado del desarrollo, pasa a la adolescencia y juventud con insuficiencias que se ven reflejadas en su presente y en su futuro.
Uno de los primeros efectos de la pobreza es que los y las niñas se incorporan al campo laboral. Un informe de la ODHA afirmó que existen aproximadamente 850 mil menores en esa situación, la cifra más alta en relación con otros países centroamericanos. O sea que cuando son jóvenes ya han abandonado la escuela y solo pueden optar a trabajos que no requieren conocimientos y destrezas especiales, generan muy pocos ingresos y continúa reproduciéndose el círculo de donde salieron. El cambio generacional cualitativo se esfumó. El desempleo, la economía informal e involucrarse en actividades ilícitas son algunas de las alternativas que se les dejan.
Jalapa es un ejemplo de este drama. Es el departamento con el mayor porcentaje de jóvenes que ni estudian ni trabajan, su sueño es migrar a Estados Unidos, Quiché, Escuintla, Santa Rosa, Alta Verapaz, San Marcos y Zacapa tienen similar problema.
La juventud quiere atravesar la frontera. Hoy ese drama se ha convertido en «crisis humanitaria» que cierra con doble candado esa puerta. En muchos lugares las economías familiares cuentan con el ingreso de las remesas, ahora quienes tenían esa esperanza deben descartarla. Esta herencia conducirá al suicidio colectivo.