La Argentina y el huevo de la serpiente

Roberto Cataldi[1]

La Argentina recuperó el sistema democrático hace cuarenta años y, en unas semanas tiene la posibilidad de elegir un nuevo gobierno en un contexto inédito: cerca del 45 por ciento de la población hoy es pobre y más del 60 por ciento de la niñez está privada de derechos básicos.

bandera-argentina-desdibujada-900x600 La Argentina y el huevo de la serpiente

Alimentación, salud, educación, seguridad, trabajo y vivienda, entre otros servicios esenciales, están desprotegidos como nunca.

Y lo inaceptable es que en estos largos doscientos años de existencia como país no se haya logrado resolver los problemas estructurales, si bien es cierto que su diseñó fue meritorio, pensando en la educación, y que a comienzos del Siglo veinte figuraba como el país más rico del mundo (con una clase trabajadora que ganaba poco y tenía escasos derechos).

Pero la problemática social, la oscura trama del poder y sus violentas disputas, los negociados entre el Estado y las corporaciones, fueron y son una constante. En 1930 se produjo la primera interrupción del orden constitucional a manos de los militares y, de allí en más gobiernos de facto alternaron con gobiernos elegidos por el voto popular.

Hoy tenemos una democracia que es formal, ya que en gran medida la democracia como gobierno del pueblo aquí se agota con el voto, y nadie parece advertir que la sociedad está exhausta de tanta frustración y necesidades insatisfechas.

Venimos de años de fracasos, ansiedad y sueños rotos. Muchos están enojados, con razón, y desorientados, al extremo de querer darle el poder a un individuo emocionalmente inestable que con críticas certeras, pero a los gritos y con insultos resucita ideas malogradas del pasado, siendo promovido exitosamente por las redes sociales como si fuese un mesías.

En fin, un país donde con los dineros públicos, fruto en gran medida de los ciudadanos que pagamos nuestras obligaciones tributarias (unos 150 impuestos y tasas, sino más) se financia un Estado ineficiente en sus tres poderes, a lo que se suma la inflación más alta del mundo. Y hasta se financian las cosas más impredecibles, sin tener en cuenta lo que piensan los ciudadanos, porque la representatividad en casi todos los estamentos sociales es una farsa, mientras los mecanismos de control solo forman parte del decorado.

La corrupción brota por los cuatro costados, cotidianamente lo revelan los medios, y los responsables no pagan las consecuencias, pues, todo queda en la exposición pública, más allá de quienes procuran cumplir con su trabajo y hacer las cosas bien, aunque no suelen ser bien vistos.

El gatopardismo ya es folclórico, porque no solo es impuesto por la dirigencia (política, sindical, empresarial y las otras) sino que es aceptado por amplios sectores de la población como algo natural. Unos hablan de desorden, otros de anomia, también de extremo individualismo, pero si lo analizamos es una estrategia política de anarquismo que tiene por finalidad mantener el statu quo, con algunas variantes y matices, y está tan enraizada en las instituciones y en las dirigencias, que nadie, absolutamente nadie, por mejor intencionado se atreve tocar por temor a ser arrastrado por la marea. Un destacado historiador dice que no debemos hablar de corrupción sino de cleptocracia, y que el Estado está saqueado y desguazado.

Los escándalos en los tres poderes están a la orden del día, basta con leer los diarios o ver los noticieros. Las calles son cortadas todos los días por gente que vive de planes sociales, y esa muchedumbre sin duda necesitada ignora porqué está allí, pues si no concurren pierden los planes que se solventan con nuestros impuestos y que además están «tercerizados», en vez de ser manejados directamente por personal idóneo del Estado, y como si fuera poco un porcentaje de lo que perciben va a parar a las cajas de esas organizaciones gerenciadoras de la pobreza.

En efecto, podemos ver a mujeres pobres que concurren con sus niños que deberían estar en una guardería o en etapa de escolarización, no en la calle, pero que no son la causa del problema, son víctimas de canallas que a ambos lados del mostrador negocian en el ámbito de la política. La lógica del trabajo hoy es desconocida por millones de habitantes.

Pues bien, ante un problema de semejante dimensión social y humanitaria: ¿quién le pone el cascabel al gato?

Aquí tenemos una historia con varios puntos de inflexión que terminan siendo hechos traumáticos. Una sociedad marcada por tragedias colectivas pero también por pequeñas tragedias cotidianas e individuales. Tenemos sectores sociales con una descendencia cuyo destino infeliz está marcado para siempre. Una problemática que se transmite de generación en generación y que empeora con el paso del tiempo.

Como ciudadano libre e independiente no adhiero a ninguna ideología ni partido político, solo me remito a los hechos y sé que hay quienes los datos ofenden. Pienso que no tiene sentido pelearse con la verdad, y con amigos de un extremo al otro del arco político, o que profesan distintas religiones, puedo dialogar, con los fanáticos resulta imposible.

Voltaire consideraba una enfermedad incurable del cerebro al fanatismo, Einstein pensaba que nadie debe ser divinizado, y Bertrand Russell confesaba ser un fanático contra el fanatismo. Creo que si algo está claro es que el fanatismo ideológico, partidario o religioso destruye lo bueno que hay en el ser humano.

El país es una víctima crónica de los populismos, que si bien hoy están de moda en todas partes, la experiencia local no tiene parangón en la región. Aquí la apetencia de poder carece de límites. La escenografía política causa vergüenza ajena. La mecánica de los populismos es archiconocida, los grandes maestros la desarrollaron en el siglo pasado y en ese sentido no hay nada nuevo.

Nosotros tenemos una vasta experiencia, a partir de un partido que comenzó por apropiarse de por vida del movimiento obrero y de todos los reclamos sociales como bandera de su militancia partidaria, pero también con una oposición no precisamente angelical, pues, no supo mostrarse como una alternativa inteligente, capaz y dispuesta a solucionar los problemas de base, por eso caemos siempre en la misma trampa, y esto es tan predecible como un huevo de serpiente, cuya fina membrana permite distinguir al pequeño reptil.

En unas semanas serán las elecciones, repito, con un lamentable clima de convulsión social y escaso margen para el optimismo, en consecuencia no pocos pensamos en el diluvio que viene…

  1. Roberto Miguel Cataldi Amatriain es médico de profesión y ensayista cultivador de humanidades, para cuyo desarrollo creó junto a su familia la Fundación Internacional Cataldi Amatriain (FICA)

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.