Un libro debe hurgar en las heridas, provocarlas incluso. Un libro debe ser un peligro.
Cioran
En la línea de Kafka. Pero, ¿no se pueden contar con los dedos de la mano los escritores que piensan hoy, al escribir, en el libro, solo en el libro que desean crear, con la única vigilancia del lenguaje y el pensamiento?
Porque los más piensan en el editor, la publicidad, y el mercado, precisamente la trilogía que por sus intereses económicos asesinan la literatura y destruyen la creación.
La autocensura se ha impuesto a la censura. Ella crea el miedo. Miedo a expresar en público cuanto uno piensa. Miedo a definirse con opiniones sobre temas considerados delicados, no política o socialmente correctos. Miedo a la posible represión subsiguiente al escribirlas. O al aislamiento. Miedo a ejercer la otra crítica, incluso a despreciar las palabras vulgares, a dificultar con su lenguaje su comprensión fácil, a poblar con dudas las afirmaciones y expresiones catequísticas, religiosas, políticas o culturales que imperan en la sociedad. Miedo a la diferencia, la soledad, a ser apartado del rebaño que pueblan las televisiones y los grandes almacenes.
Porque la manada vulgar o profesional no acepta a quienes desafían las reglas mercantiles, en el patriotismo barato -todos lo son- o en las normas que rigen academias, premios literarios, investiduras universitarias, ferias y acontecimientos que tienen al libro por protagonista. Y miedo a la respuesta coercitiva, al dedo inquisidor sobre el disidente-delincuente.
Miedo: el gran corsé que asalta al escritor cuando pasea su mirada por el blancor de las páginas. Y el miedo es la antesala de la autocensura. El autor convirtiéndose en inquisidor de sí mismo. ¿Con quién estás, contra quién estás?, le gritan. Defínete. Esto que has escrito no rinde. Nadie se ocupará de tu obra. No saldrás en ningún medio ni aceptarán tus libros en los grandes expositores al servicio de los bestsellers.
La vida es un perpetuo examen, un interrogatorio continuo, una cédula de identidad desde que naces. Y el control ha de ser ejercido, en primer lugar, por ti mismo. Literatura. Creación. ¿Olvidas la mercancía? Ya no es solo el Estado, con sus leyes y policías de toda índole quién ejerce la censura, que también ahora, no lo olvides, es más importante que él, el mercado, y el mercado depende de la publicidad, y el editor de la publicidad y el mercado, y el público de la alienación a que es sometido desde pequeño por el mercado y la publicidad, y que solo obedece las reglas que ellos le fijan social y culturalmente, al fin quienes manejan esa nefasta industria del ocio, la cultura y la vida ciudadana.
Es una guerra peor que sucia: destructora de la civilización y el ser pensante, es decir humano. Y en ella no se puede ejercer de espectador crítico, No existen ambigüedades. Orden o desorden, violencia legítima o ilegítima, democracia o anarquía. He ahí la cuestión. En política o en literatura.
La duda:
Ni este mundo, ni el otro, ni la felicidad, están hechos para el ser abandonado a la duda.
Bhayavad Gita
Porque no olvidemos las palabras que integraron a gran parte de los escritores en el orden y la violencia de la democracia y del capitalismo ahora neocapitalista.
Son de Clemencau:
Un escritor, una palabra, es un acto público.
Y hoy el miedo que acomoda al escritor es el mercado. Sin el mercado no existe, no es nadie. Antes de escribir, dudar, no debe olvidar a quién sirve, salvo excepciones, el editor. El mercado es el gran policía que le vigila y controla, y puede darle la vida o conducirle a la inexistencia.
¡Desgraciados los ajenos al mercado y la publicidad!
Pero desde la soledad y la inexistencia, que placer sentirse acompañado por aquellos que, hace siglos o en nuestros días, escriben desconociendo que existen el mercado, la publicidad, los medios de comunicación y la democracia monárquica, eclesiástica y neocapitalista.