La exposición itinerante del fotógrafo gallego José Suárez es una de las atracciones del festival PhotoEspaña
Algunas veces, en los primeros años treinta del siglo pasado, se veía pasar por las llanuras y los paisajes agrestes de León a un caminante que recorría a pie la distancia entre la ciudad de Salamanca y el pueblo ourensano de Allariz. Iba cargado con una mochila ligera y llevaba colgada al cuello una máquina de fotos en la que registraba los escenarios por los que transitaba y las personas que se cruzaban en su camino.
En realidad lo que buscaba era una Galicia que había perdido hacía años, cuando la vida le llevó a estudiar la carrera de Derecho en Salamanca y a trabajar y vivir en esta ciudad a la que también inmortalizó en sus fotos.
Al recorrer la gran exposición que el Instituto Cervantes de Madrid dedica estos días a José Suárez se tiene la impresión de que el fotógrafo nunca se hubiera movido de su tierra natal, de la que registró paisajes, personas, objetos y escenas que lo acompañaron toda su vida. En las fotografías de Suárez los gauchos del Altiplano y la Patagonia no son muy diferentes a los campesinos del mundo rural gallego, ni los marineros de las Rías Baixas se diferencian de los trabajadores del mar de las costas del Japón o de los de Salvador de Bahía, cuyos veleros podrían ser las dornas que la cámara de Suárez atrapó atracadas en un muelle de cualquier villa marinera del Morrazo. Incluso los paisajes nevados de los Andes podrían ser las cumbres coronadas de nieve de Cabeza de Manzaneda.
La Galicia más auténtica
José Suárez (1902-1974) fue un fotógrafo que obtuvo en vida un cierto reconocimiento. Cambió su carrera de Derecho y más tarde su trabajo para arriesgar su futuro atendiendo a la llamada de una profesión que lo atrajo desde muy joven.
Antes de iniciar sus estudios en Salamanca había publicado en 1921 sus primeras fotografías en “Vida Gallega”, una revista local de su pueblo natal de Allariz. En Salamanca, donde trabajó hasta 1935, frecuentó el círculo cultural de la “Revista de Occidente” y se hizo amigo de Miguel de Unamuno, José Bergamín, Ramón Pérez de Ayala y Rafael Alberti, a quienes inmortalizó en retratos magistrales, como hiciera con Eduardo Blanco Amor, Luis Seoane o Laxeiro. Unamuno prologó en 1932 su primer libro, “50 Fotos de Salamanca”, que publicó en una edición artesanal de pocos ejemplares en cuyas páginas las fotografías estaban pegadas.
Además de un trabajo de fotografía industrial dedicado a la fábrica de fertilizantes de los Mirat, parientes de su mujer, y de fotorreportajes de etnografía y tauromaquia, su obra más importante fue la que llevó a cabo en Galicia para sus series “A malla”, “Oleiros”, “Beiramar” y sobre todo “Romería de San Vitoiro” y “Mariñeiros”, una obra cuya estética está a la altura de la de los fotógrafos alemanes de la Nueva Objetividad, la de los documentalistas norteamericanos o la de los constructivistas rusos. “Romería de San Vitoiro” es un gran fresco fotográfico de esta celebración del mundo rural gallego, entre lo religioso y lo pagano, con sacerdotes presidiendo la procesión, el fogueteiro, el cantor de romances de ciego, la pulpeira, la pareja de la guardiacivil, la banda municipal, los toldos bajo los que se cobijan los puestos de ventas de rosquillas y aguardiente, los asistentes comiendo en amplias mesas corridas…
Por su parte, en “Mariñeiros” se resume la épica de los trabajadores del mar en las figuras de los marineros y en los útiles de pesca que utilizan, fotografías que Suárez hizo en diferentes puertos de la península del Morrazo. En algunas imágenes hombres y trebejos se funden en una figura única, como la de los pescadores que cargan a sus espaldas las redes que a veces los envuelven totalmente. Suárez retrató a los marineros en composiciones en las que utilizaba los picados y contrapicados para enfatizar sus figuras y destacar sus labores, junto a un rico lenguaje de recursos expresivos tomados de las vanguardias: iluminación, fragmentarismo, planos-detalle… con los que elaboraba composiciones en las que utilizaba la experimentación formal para reivindicar la reafirmación de la identidad gallega.
Nadie registró con más autenticidad y más realismo las artes de pesca de los marineros gallegos que este fotógrafo que al mismo tiempo que fotografiaba a los hombres de la mar filmaba los materiales para una película documental, en gran parte rodada en Bueu, cuya finalización frustró la guerra civil. En 1935 una exposición en el Círculo de Bellas Artes de Madrid y otra en el Salon de l’Office National Espagnol de París dieron a conocer a nivel nacional y europeo la obra de José Suárez. Sus trabajos en las revistas “Atalaya”, “Ciudad” y “Mundial”, eran ya muy valorados en el mundo de la fotografía.
El mundo en una patria
Al estallar la guerra civil José Suárez, antifranquista de ideas liberales, salvó la vida en un doloroso exilio que lo apartó de su país y de su familia, con la que nunca volvió a reunirse. Su esposa Mary Santiago Mirat no quiso acompañarlo cuando abandonó Galicia acompañado del pintor Manuel Colmeiro, y a su regreso en 1959 apenas tuvo la pareja un fugaz reencuentro.
En su exilio en Argentina publicó sus fotografías en “Galicia Emigrante” y “De mar a mar”, que dirigía Luis Seoane, y colaboró en las ilustraciones de la “Historia de Galiza” de Ramón Otero Pedrayo. En los Andes fotografió los paisajes nevados de la cordillera y a los trabajadores del ferrocarril transandino con la misma técnica utilizada en “Mariñeiros”.
En 1946 cambió su residencia de Buenos Aires a Punta del Este, en Uruguay, y realizó sus series dedicadas al campo, en las que los gauchos son ahora trasunto de los campesinos y los marineros gallegos. Sus colaboraciones en la revista uruguaya “Entregas de la Licorne”, dirigida por Susana Soca, le dieron un gran prestigio en el mudo del arte.
Publica sus reportajes en “La Prensa” de Buenos Aires y “El Día” de Montevideo, que le envían como corresponsal a Japón, de donde regresa fascinado por su cultura, sobre todo por el teatro Noh al que dedica una serie, y por sus tradiciones, que sorprendentemente le recuerdan a Galicia: “Donde más cerca de Galicia me sentí fue en Japón el día que vi a una niña corriendo por un camino que parece una corredoira”. En “Vislumbre del Japón” se puede apreciar esta identificación que Suárez hace entre su país de origen y el lejano oriente.
A su regreso a España, animado por un proyecto de Pedro Laín Entralgo sobre el Quijote, recorre La Mancha buscando las rutas de un Caballero de la Triste Figura que ya no encuentra. Sólo ve Sanchos en un paisaje desolado de pueblos vacíos. Afectado por la soledad y la tristeza, busca una nueva vida en Mojácar y en Ibiza, pero ya no puede vivir lejos de aquella Galicia de sus primeros años que retrató con tanta autenticidad.
A su definitivo regreso a los orígenes se encuentra de nuevo con las ferias, el marisqueo, la montaña y el mar, y redescubre Santiago de Compostela, una ciudad por la que había sentido un cierto rechazo al identificarla con el nacionalcatolicismo franquista. Continúa con sus reportajes fotográficos y asiste a las tertulias con sus amigos de Ourense, donde se instaló temporalmente, hospedado siempre en hoteles y pensiones humildes, acuciado por una precaria situación económica y afectado por frecuentes depresiones. Se suicidó en un hostal de A Guarda la víspera del día de Reyes de 1974 en busca, una vez más, de aquella Galicia que le fuera arrebatada por un golpe de estado fascista.
Vida Gallega no era una «Revista local de su pueblo, Allariz», sino una revista ilustrada regional https://es.wikipedia.org/wiki/Vida_Gallega