La revolución de los paraguas, el reto a Pekín

En Hong Kong los paraguas protegen de la policía.

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Carol Chan es la autora del cartel del “movimiento de los paraguas”, que incluye la leyenda “Taiwán tiene el movimiento de los girasoles, Hong Kong el de las sombrillas” (Global Voices Online)

Desde que empezó la ultima semana de septiembre de 2014, las famosas sombrillas chinas, que son parte integrante del paisaje del antiguo protectorado británico, tienen un uso distinto: ya no protegen del sol sino que hacen las veces de escudos para evitar los gases lacrimógenos que generosamente lanzan las fuerzas del orden contra los cientos de miles de manifestantes que, con gran asombro de las autoridades de la República Popular China, ocupan el centro de la ciudad pidiendo que se respete la democracia que forma parte de su vida cotidiana desde hace muchas décadas.

Y también para evitar mojarse cuando la policía ataca con cañones de agua. Muchos manifestantes llevan además gafas oscuras y han envuelto sus objetos electrónicos –teléfonos móviles, tabletas y miniordenadores, no olvidemos que es uno de los lugares donde la tecnología punta se vende a mejor precio- en material plástico para protegerlos de los efectos de los gases, según cuenta el diario South China Morning Post.

Después de la revolución de los claveles, la revolución naranja, los indignados españoles y las primaveras árabes, estamos en la hora de la revolución de los paraguas. Un hermoso nombre para designar el movimiento pro-democracia que agita Hong Kong. En Twiter e Instagram se siguen los acontecimientos callejeros al minuto pinchando en #UmbrellaRevolution. El mismo slogan aparece pintado en las pancartas que exhiben los manifestantes y se repite, en bucle, en las redes sociales: es la manifestación de la rabia tras el anuncio de que el muy dictatorial gobierno chino ha designado, para las elecciones por sufragio universal previstas para 2017, a dos candidatos que deben competir por el puesto de Jefe del Ejecutivo local de una de las ciudades más pobladas del mundo (7,5 millones de habitantes), devuelta a China en 1997.

Muchas calles famosas por su frenética actividad financiera permanecen inertes, se ha suspendido la circulación de autobuses y tranvías, hay bancos cerrados…“algunas fotos de los últimos días parecen salidas de una película de ciencia-ficción” (Libération, 30 septiembre). A fuerza de concentraciones y paraguas, los hongkoneses “han dado vida a un movimiento de desobediencia civil contra el poder opresivo de Pekín, cuando ya han pasado más de 15 años de la retrocesión de la ciudad a la República Popular de China” (Europe 1), que desde 1997 administra Hong Kong con un grado bastante elevado de autonomía, siguiendo el principio “un país, dos sistemas” que figura en el acuerdo de retrocesión.

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Los estudiantes abriendo brecha

Todo comenzó con los estudiantes boicoteando el inicio del curso escolar. La revuelta, transformada desde el domingo 28 de septiembre en una coalición de grupos e intereses progresistas denominada Occupy Central, en referencia al barrio de los emblemáticos rascacielos ocupados por sociedades financieras, y dirigida por dos profesores universitarios y un cura, reclama “la retirada” de los candidatos y el relanzamiento “de un proceso de reformas políticas”. Por su parte, el actual gobernador, Leung Chun-ying (el hombre, la “marioneta” de Pekín en Hong Kong que se niega a dimitir, pese a la exigencia de la calle, pero que desde el jueves 2 de octubre quiere “negociar con los estudiantes”, a pesar de que en Pekín ya le han dicho que esas negociaciones “están condenadas al fracaso”, según declaraciones de altos cargos del Partido Comunista Chino, PCC, publicadas en el muy oficial Diario del Pueblo), repite su “determinación de acabar con las acciones ilegales de ocupación” y desde el poder central de Pekín reiteran el apoyo al gobierno local y se declaran “firmemente opuestos a cualquier actividad ilegal que pueda perjudicar el estado de derecho (?) y poner en peligro la paz social”.

Una frase típica y tópica de todas las dictaduras que en el mundo han sido; nosotros la hemos oído durante 40 años. El régimen comunista ejecuta en este momento un número de equilibrista, estima Jean-François Huchet en el semanario conservador L’Express, entre el respeto a las reglas de derecho y la demostración de fuerza, para evitar que este arranque democrático no irrite, o se propague al resto de la población china.

Según los organizadores, son cientos de miles las personas que han invadido las calles desde que se produjo la primera intervención de la policía contra los estudiantes, en la noche del 26 al 27 de septiembre 2014. De momento no existen estimaciones independientes que puedan confirmar o desmentir las cifras de “Occupy Central”, el nombre que ha adoptado la concentración permanente. Pero les estamos viendo en todas las pantallas y estamos asistiendo en directo a la forma en que se preparan hacer que el movimiento dure en el tiempo, haciendo acopio de frutas, botellas de agua, galletas, impermeables, toallas, máscaras y retretes portátiles. En una de las plazas del centro han aparcado camionetas en círculo para bloquearla. También hemos admirado la disciplina de una población que se manifiesta y se instala en la calle pero recoge la basura que genera, e incluso la separa para que pueda reciclarse. Todo un modelo a seguir en próximos acontecimientos.

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En Hong Kong, los estudiantes se han apropiado de una de las más hermosas consignas de mayo ’68 –“Sed realistas, pedid lo imposible”- y han contagiado de ese espíritu libertario al resto de los habitantes de la megalópolis. Para empezar, siendo “realistas” en Internet, echándole fantasía para eludir la inexorable censura china (un ejército de 10.000 ciberpolicías vigilando al segundo lo que aparece en las redes sociales, filtrando mensajes en teléfonos móviles, tabletas y ordenadores, haciendo desaparecer la palabra “umbrella”, paraguas. La Gran Muralla de la censura digital china, que ya se manifestó ampliamente en los Juegos Olímpicos de 2008, continúa en todo su apogeo). Métodos que, por otra parte, son cada vez menos eficaces (en tecnología los inventos envejecen rápidamente) porque ya existen aplicaciones que no necesitan ni Internet, ni redes telefónicas, para hacer circular textos y fotos (lejos quedan los tiempos en que la primavera árabe, o los indignados de la madrileña Puerta del Sol se servían de Twitter para pasar los mensajes).

El “invento”, en este caso, se llama FireChat y es idea de un francés, resultado de una genialidad, lanzada en marzo de 2014 por una empresa californiana: “Recrear una red descentralizada, haciendo que los datos reboten de un usuario a otro, siempre que la distancia entre ambos sea inferior a 70 metros, mediante ondas Bluetooth”. Esta aplicación se pensó originalmente para sustituir a la red telefónica cuando se encontrara saturada, o para cubrir zonas que se conectan con dificultad, como los subterráneos o el metro. Pero, según el New York Times, su uso está aumentando en progresión geométrica ante “los rumores que dan a entender que el gobierno de HongKong podía cortar Internet”: de hecho, entre el 28 y el 29 de septiembre de 2014, 100.000 hongkoneses se descargaron Fire Chat.

Miedo al contagio (*)

«Evidentemente –escribe Pierre Haski, periodista experto en China, en el digital Rue 89- el poder chino no tiene la menor intención de permitir a Hong Kong lo que niega al resto de la República Popular. Sobre todo, en un momento en que debe hacer frente a los peligros en Tibet, y sobre todo en la provincia de Xinjiang, donde se niega a conceder la autonomía que disfrutan Hong Kong y Macao. Conceder a Hong Kong el sufragio universal que reclama la calle es correr el riesgo de generar idéntica demanda en el resto de la población china, perfectamente informada de lo que ocurre en la antigua colonia, gracias a Internet y las redes sociales. Solo Taiwán, en el universo chino, funciona hoy con reglas democráticas que ya han permitido dos alternancias políticas pacíficas, mediante las urnas. Taiwán, que Pekín desearía que algún día volviera al redil de la madre patria pero que sigue negándose a aceptar el principio de ‘un país, dos sistemas’ que hoy muestra sus limitaciones en Hong Kong (…) y que supone, para el presidente Xi Jinping, un test político que va a tener repercusiones en el conjunto de China, e incluso más allá”.

Aunque, según este analista que fue corresponsal del diario Libération en China durante muchos años, también parece improbable que pueda tener efecto sobre la población el “espectro de Tiananmen” que algunos opositores airean, preconizando que pueda darse “una intervención del ejército chino estacionado en Hong Kong. 2014 no es 1989 y Hong Kong no es el centro simbólico del poder chino, como lo es la Plaza de Tiananmen en Pekín”.

Pekín se niega a reconocer la independencia de Taiwán y considera la isla como un territorio disidente. Mientras, los taiwaneses ven en las manifestaciones pro-democracia de Hong Kong lo que puede ser su futuro en China. Según la prestigiosa organización no gubernamental Global Voices, “mientras miles de manifestantes siguen reclamando en las calles de Hong Kong elecciones auténticamente democráticas, en medio de gases lacrimógenos y sprays a la pimienta, muchos taiwaneses están convencidos de que la fórmula «un país, dos sistemas» es un fracaso, y la ’autonomía’ de Hong Kong una impostura”.

El 27 de septiembre, más de un millar de personas se concentraron en la Plaza de la Libertad de Taipei, protestando por la violenta actuación policial durante la concentración gigantesca de Occupy Central. Juventud de la Isla Negra (Black Island Youth), un activo grupo militante del Movimiento de los Girasoles (**), ha escrito en su página de Facebook : «La Juventud de la Isla Negra protesta contra el partido Kuomintang (en el poder, favorable a la unificación) que persiste en ignorar la voz de la ciudadanos taiwaneses, y sigue resistiendo al ‘factor China’, que cada vez pesa más sobre el Kuomintang. Manifestamos enorme respeto por el valor y el compromiso que la juventud de Hong Kong ha mostrado en su protesta contra el PCCC »

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Joshua Wong: la cara de la protesta

Pierre Haski ha sido también el primero en presentarnos a Joshua Wong: un adolescente de 17 años, la edad de la retrocesión de Hong Kong a China, “por lo que en su corta vida no ha conocido otra cosa que la soberanía china”. Pese a un físico que le hace parecer menor, hoy es el líder de la revolución de los paraguas aunque, por edad, todavía no tiene derecho a votar: “se ha convertido en la cara y la voz de los protestatarios”. Detenido el domingo 28 de septiembre, durante el primer enfrentamiento entre los activistas de #OccupyCentral y la policía, el juez le puso en libertad el martes y volvió a su lugar entre los jóvenes que están acampados en las calles.

Se unió a los contestatarios hace dos años “cuando los estudiantes de secundaria se levantaron contra un “programa de patriotismo chino” introducido en las escuelas y que muchos hongkoneses consideraban autentico “lavado de cerebro”. Decenas de miles de habitantes salieron entonces a protestar, y entre ellos estaba Joshua Wong; ganaron esa batalla y Pekín renunció al programa. Joshua Wong es todo lo opuesto a lo que el poder chino espera de la nueva generación: “Lejos de ceder a los cantos de sirena de un patriotismo chino ampliamente alimentado por el crecimiento económico, destaca los valores de la libertad, que es una de las marcas de fábrica de Hong Kong.

Entrevistado ahora por el New York Times, coincidiendo con la fiesta nacional china que se celebra el 1 de octubre, aniversario de la fundación del PCC en 1921, ha dicho. “Cuando he oído sonar el himno nacional he sentido tanta emoción como rabia. El himno dice “levantaos, todos los que os negáis a ser esclavos, pero ¿de que manera nos tratan que no sea como a esclavos?”. En su muro de Facebook, asume mal el papel de héroe que le han adjudicado. Cuando acabó su detención, dijo que mucha gente le paraba en la calle: “Me disgusta y me enerva escuchar las alabanzas que me dedican. Cada uno de los ciudadanos de Hong Kong es un héroe en este momento”.

Raíces profundas

La protesta, según el juicio de diferentes analistas encontrados en los grandes diarios internacionales, tiene raíces históricas muy profundas que datan de la dominación británica durante 156 años sobre ese territorio insular, la ciudad más rica del imperio, cuyo nombre significa en cantonés “puerto perfumado” y cuya definición política es “región administrativa especial (RAS) de la República Popular de China”; situada en la orilla oriental del Río de las Perlas, en la costa sur del país y bañada por el Mar de la China Meridional.

«En 1984-seguimos leyendo a Pierre Haski-, para sorpresa general, la ex primera ministra británica Margaret Thatcher y el número uno chino Deng Xiaoping se ponen de acuerdo para que la colonia británica de Hong Kong regrese al seno de China, estableciendo una retrocesión para 1997 con un estatuto de autonomía para el territorio. El pragmático Deng, el ‘pequeño timonel’ que sucedió a Mao Zedong, aceptó una considerable innovación política bautizada como ‘un país, dos sistemas’. Lo que significa que efectivamente Hong Kong vuelve a pertenecer a China pero conservando durante cincuenta años un sistema político y económico original. El mismo principio que después se aplicará a la antigua colonia portuguesa de Macao, en 1999”.

En 1997, cuando el Londres devuelve a Pekín la colonia de Hong Kong –que lleva más de ciento cincuenta años con un modelo de vida y de cultura muy distinto del resto de la República Popular y muy influenciado por la dominación occidental, las tres partes (China, Hong Kong y Gran Bretaña) están conformes con el principio de “un país, dos sistemas” que deja una amplia autonomía a la ciudad-región. Hong Kong no tiene que acatar el régimen comunista, sigue siendo capitalista, conserva sus libertades públicas fundamentales y su gestión corresponde a los hongkoneses. Pekín, por su parte, garantiza la defensa del territorio y todos los atributos de la soberanía nacional.

En la Ley Fundamental de la “Constitución” de Hong Kong se lee que sus habitantes están gobernados “por unos poderes ejecutivo y legislativo y una justicia independiente”, y establece también que “llegado el momento” los habitantes podrán votar en sufragio universal, un derecho inexistente en China. Esa votación debió producirse en 2012, pero en diciembre de 2007 el gobierno de Pekín aplazó la consulta prometiendo que los hongkoneses podrían llevarla a cabo en tres años, es decir en 2017.

“En el momento de la retrocesión, Hong Kong disfrutaba de amplias libertades –de asociación, de prensa, sindical, religiosa, etc.- pero no tenía derecho a elegir a sus gobernantes. En la época colonial había un gobernador británico –Chris Patten fue el último- y un parlamento local, el Legco, con poderes consultivos y elegido parcialmente. El gobernador colonial fue sustituido por un Jefe del Ejecutivo, nombrado por un colegio electoral totalmente dominado por el gobierno central de Pekín. Y a pesar de que han aumentado los miembros elegidos por sufragio universal, el Legco no funciona como un parlamento democrático porque otra parte de sus componentes los siguen eligiendo las corporaciones profesionales, sin ninguna trasparencia”.

Diferencias políticas celosamente cultivadas

Desde 1997 los habitantes de Hong Kong ponen especial interés en “cultivar su diferencia política (…) es el único lugar bajo soberanía china que conmemora todos los años el aniversario de la masacre de Tiananmen, el 4 de junio de 1989, desafiando la ley del silencio en vigor en el resto de China”; asimismo, todos los 1 de julio organizan una manifestación “pro-democracia”. También en 1997, “todos los hongkoneses que disponían de medios para hacerlo compraron un ’seguro de vida’, un pasaporte canadiense que les costó varios millones de dólares. Luego regresaron a vivir a Hong Kong, dispuestos a marcharse si las cosas se ponían feas. Hasta ahora no han tenido que marcharse, Hong Kong sigue siendo una sociedad próspera, viva, donde se respetan las libertades individuales y colectivas (…) lo que representa una auténtica frontera con la China continental (…)”. Pero “la euforia de 1997 ha cedido progresivamente el lugar a la irritación, el resentimiento y finalmente las reivindicaciones”; una parte de la sociedad civil y de la oposición democrática reclaman la elección en sufragio universal del Jefe del Ejecutivo, y la libertad de que puedan presentarse todos los hongkoneses.

Las cosas empiezan a complicarse cuando, en junio de 2014, el poder central chino da marcha atrás en sus promesas: la propuesta ahora es que los electores solo tengan la opción de tres candidatos, avalados por Pekín, para gobernarles, lo que confirma el sentimiento generalizado de que Pekín cada vez se arroga mayor poder sobre la vida local. La manifestación “pro-democracia” que los habitantes de Hong Kong llevan años protagonizando, ha reunido en julio de este año más gente que nunca.

Copiando el nombre del movimiento neoyorquino “Occupy Wall Street”, Occupy Central (Central es el barrio de negocios de Hong Kong) intenta agrupar a las decenas de miles de contestatarios, que incluso han celebrado un “referendum oficioso” a finales de junio, para reclamar elecciones auténticas, en el que ha participado más del 10% de la población. Dos meses más tarde estamos en la “revolución de los paraguas” (***), cuando los estudiantes han tardado una hora en romper las negociaciones con el segundo de Leung Chun-ying, el Jefe del Ejecutivo local, acusándole de dividir a la población, enfrentado a la protesta con los ciudadanos que empiezan a acusar las molestias, y propiciar que las mafias de la “triadas” estén infiltrando un movimiento que de momento evita el peligro de ir perdiendo fuelle, como esperaban las autoridades chinas, y que este sábado 4 de octubre ha concentrado a decenas de miles de manifestantes en las calles del barrio Admiralty de Hong Kong, cerca de donde se encuentra la sede del poder de la antigua colonia británica, a los gritos de “Paz” y “Anti-Violencia”.

Mientras las autoridades, tanto locales como las del PCC de Pekín, continuaban negándose a escuchar las reivindicaciones del Movimiento, y cuando habían trascurrido diez días desde que comenzó, la prensa internacional empezaba a barajar seriamente la hipótesis del “desinflamiento” y destacaba que en la noche del domingo al lunes, 6 de octubre, Hong Kong “parece recobrar progresivamente una calma casi normal” al tiempo que descendía el número de manifestantes en los barrios de Admiralty y Mong Kok, donde tuvieron lugar los enfrentamientos más violentos. Una vuelta a la normalidad que, al parecer, apoyan los activistas de Occupy Central, mientras que las organizaciones de estudiantes se mantienen, de momento, en sus reivindicaciones iniciales. “Lo que ocurra hoy –decían los articulistas- tendrá valor de test para la continuación del movimiento pro-democracia en Hong Kong”. Pero el lunes no ocurrió nada que no estuviera previsto, y en la mañana del lunes el líder estudiantil, Joshua Wong, volvía a colocarse frente a las cámaras y repetía las mismas reivindicaciones de hace dos semanas.

Para algunas analistas, lo ocurrido hasta ahora podría incluso servir para avalar las tesis del presidente chino, Xi Jinping, confirmando la necesidad urgente de “hacer reformas en el aparato del Estado que, en los últimos años, ha perdido la capacidad de vigilancia y de responder a las expectativas de la población”.

  • (*) ¿Una protesta? No, una reunión patriótica según las televisiones favorables a las tesis de Pekín, que no dudan en manipular las imágenes: dos internautas han denunciado que algunos de esos canales, entre ellos uno de Taiwan, emitieron imágenes nocturnas de los manifestantes de Occupy Central asegurando que eran “patriotas que estaban preparando la celebración de la fiesta nacional del 1 de octubre”.
    En China continental, con los medios de comunicación siempre sometidos a censura, solo conocen lo que pasa en Hong Kong quienes, cada vez más numerosos, conseguir eludir la censura de Internet. Toda la información que se refiere a la protesta está controlada, filtrada y censurada, para que solo aparezca la opinión « oficial ». Según los periódicos chinos, los manifestantes están en la calle “para sembrar el caos”.
    El corresponsal en Pekín del diario Le Monde, Brice Pedroletti, explica que el 30 se septiembre y el 1 de octubre, la televisión nacional se ha centrado en emitir los actos patrióticos del “día de los mártires” (festividad de reciente creación) y de la fiesta nacional que conmemora la creación del PCC y el nacimiento de la República Popular. En cuanto a la prensa escrita, el Global Times, diario nacionalista que sigue la línea oficial, llevaba en portada “Hongkong asfixiada por las protestas” pero el artículo destacaba los problemas de circulación que están causando los contestatarios, mientras que el editorial titulado “Occupy campaign adds merely noise” (La campaña Occupy, mucho ruido para nada) denunciaba a “los extremistas que se han atrevido a manipular el juego político con medios ilegales”. En cuanto al South China Morning Post, diario hongkonés independiente que refleja lo que ocurre en las manifestaciones, no se vende en el continente, aunque se puede acceder a su versión digital en Internet.
    China Media Project, el observatorio de medios de la Universidad de Hong Kong, solo encontró el martes 30 de septiembre, en toda la prensa china (que es mucha), 20 artículos que mencionaban el movimiento Occupy Central, la mayoría con un contenido similar; a saber, que la contestación va a costar miles de millones y va a debilitar la posición de Hong Kong como polo financiero mundial
    En cuanto a la Red, Instagram se ha sumado a las aplicaciones bloqueadas habitualmente en China (Facebook, Google, Twitter) ; no se encuentra prácticamente nada relativo a Hong Kong en Weibo (el twitter chino, sistema de microblogs) mientras que en la red comunitaria Weixin es posible ver algunas fotos, textos y copias de artículos sobre el tema.
    La organización no gubernamental China Human Rights Defenders (CHRD) cuenta en su página web el caso de cuarenta activistas chinos que han manifestado en las redes sociales, de diferentes maneras, su apoyo al movimiento de Hong Kong, y han sido detenidos por la policía.
  • (**) El Movimiento de los Girasoles, o Movimiento 318, es una corriente contestataria que comenzó el 18 de marzo de 2014 cuando los estudiantes ocuparon el anfiteatro del Parlamento de Taiwán, en señal de protesta por la votación favorable a la firma del Acuerdo de Libre cambio Comercial de Servicios con China, sin que previamente se hubiera efectuada la lectura y discusión de todos los artículos del tratado, uno por uno, como estaba previsto, y que en su opinión “pone en peligro la soberanía de Taiwán” al autorizar la entrada de capital chino en los sectores estratégicos. El girasol, la flor grande y amarilla emblema del movimiento, simboliza el sol que debe llegar y es también el sol blanco de la bandera taiwanesa “que ahora ha dejado de brillar”, y que simbolizaba la democracia y la equidad.
    La canción “Island’s Sunrise”, que en 24 horas se convirtió en un exitazo de escuchas, es la contribución al Movimiento del grupo de pop/rock Fire EX (diminutivo de Fire Extinguisher, literalmente “Extintor”), creado en 2000 y que tiene una producción destinada al mercado local. Fue escrita en 48 horas, tras la ocupación del Parlamento y la ocupación abortada de la sede del gobierno de Taipei, el 23 de marzo, cuando por las calles de la isla marcharon hasta medio millón de personas, y grabada en el mismo Parlamento, con los estudiantes haciendo el coro; los alumnos de Comunicación participaron en la elaboración del videoclip. La letra de la canción, en taiwanés en contra de la “normalidad” que es cantar en mandarín, evoca el momento de la noche (una democracia pisoteada) que precede a la esperanza del alba naciente, encarnada por una generación, llamada “de las fresas” (equivalente asiático de la Generación Y del mundo occidental), de jóvenes frágiles y superprotegidos como las frutas crecidas en invernaderos, que ahora despiertan y se rebelan.
  • (***)Occupy Hong Kong: apoyemos la movilización pacífica
    El 1 de octubre, decenas de manifestantes se concentraron en las calles del mundo, de Seul a Montreal, enarbolando paraguas de mil colores convertidos ya en el símbolo de la contestación en China. Cerca de cuatro mil personas se manifestaron en Taipei, capital de Taiwán; otras dos mil se concentraron ante la embajada china en Londres. En nueva York, unos centenares gritaron «Hongkong, sé fuerte” en Times Square.
    La Red Mundial de Activista, Active Generation, ha puesto en marcha una recogida de firmas internacional para exigir más democracia y libertades políticas, y reivindicar el derecho de los hongkoneses a elegir libremente a sus representantes. Se puede firmar en: http://occupyhk.wesign.it/fr .

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