La tragedia, los mitos  y sus máscaras

Roberto Cataldi¹

El teatro de la tragedia griega tuvo una evolución que se reconoce en la cronología de la trilogía Esquilo, Sófocles, Eurípides. El primero introduce las máscaras y un segundo actor para dramatizar el conflicto; el segundo con un tercer actor complica las tramas y le da un toque más humano con el que el público se identifica; el tercero presta mucha atención a las emociones de los personajes imprimiéndole un realismo alejado de los héroes invocados por los otros autores, introduce el mundo de la esclavitud, la víctimas de las guerra, y las mujeres (Andrómaca, Fedra, Medea), atormentadas, impulsivas, en lucha con la razón.

Halloween-Rafael-Torres-e1454405578875 La tragedia, los mitos  y sus máscaras

Este género trágico, centrado en la épica antigua del sufrimiento, las epidemias, la muerte, en fin, las  numerosas peripecias de la vida humana en su lucha perpetua contra el sinsentido de la existencia, se proyecta en todas las épocas del teatro de la vida, o como dijo Oscar Wilde: «La vida imita a la ficción, y en concreto a William Shakespeare».

Las máscaras aparecieron con Esquilo y siempre se usaron para ocultar la identidad, garantizando  así el anonimato. Dicen que en el pasado los aristócratas se mezclaban con el vulgo para divertirse, tener aventuras románticas, e incluso hasta para participar de conspiraciones. En efecto, la máscara es un símbolo de liberación y hasta de permiso para cometer oscuras transgresiones, por caso la lujuria.

Hoy las máscaras venecianas son uno de los complementos más demandados en todo tipo de celebraciones, ya no solo se trata de los carnavales. Y en estos días de pandemia la máscara más difundida en las publicaciones es la del Médico de la Peste, pues, la epidemia de peste negra fue un punto de inflexión en la historia de Europa. En realidad estas epidemias azotan a Occidente desde la Grecia de Pericles, quien murió a consecuencia de una de ellas, y luego el Imperio romano padeció varias y hasta se cree que fue uno de los factores de su decadencia.

El antifaz veneciano tenía un largo pico de pájaro, su origen se remonta a la epidemia de Venecia, que afectó seriamente  a la ciudad y sus habitantes. Los médicos las utilizaban para protegerse de la contaminación y del olor que emanaban los muertos.

Su fabricación se atribuye al  célebre médico francés Charles De Lorme, quien trabajó en varias ciudades de Europa y diseñó en 1619 un uniforme que incluía la máscara, gafas, bata y botas. Luego la ciencia lo perfeccionó. De Lorme, graduado a los veintitrés años y formado por su padre quien era profesor de la Universidad de Montpellier y médico principal de Marie de Medici, llegó a ser médico personal de varios miembros de la familia real de los Medici y médico jefe de tres reyes franceses (Enrique IV, Luis XIII y Luis XIV). También fue amigo del cardenal Richelieu, siniestro personaje de «Los Tres Mosqueteros» de Alejandro Dumas, y del canciller Pierre Séguier, quienes le otorgaron una pensión.

Los mitos funcionan en quienes creen, también las máscaras, y podríamos describir los mitos personales y las máscaras que hoy se utilizan en la tragedia impuesta por esta pandemia, que nos recuerda que la fragilidad moldea toda nuestra existencia.

Claude Lévi-Strauss sostenía que nuestras sociedades ya no tienen mitos porque para resolver sus problemas invocan a la ciencia. Mientras los pueblos sin escritura esperan que los mitos les expliquen el orden del mundo, nosotros apelamos a la historia para explicarlo, justificarlo, y hasta para acusarlo. En las sociedades sin escritura, los mitos legitiman un orden social y una concepción del mundo. Si bien es cierto que cada mito parece contar una historia diferente, con frecuencia descubrimos que se trata de la misma historia, pero con sus episodios ordenados de otro modo.

El mundo moderno ha transcurrido entre los sueños de libertad, igualdad y fraternidad impulsados por la Revolución Francesa y las vergonzosas consecuencias del colonialismo. En efecto, la Ilustración y el colonialismo, de signo contrario, terminaron siendo pesadillas, porque desembocaron en una sociedad poco racional, fuertemente individualista, carente de solidaridad y de justicia. De todas maneras, ambas tradiciones dejaron una fuerte impronta en la Modernidad y, no hemos podido superar sus consecuencias negativas que algunos ven como un lento descenso a los infiernos

Carlos Monsivais comentaba que durante la Guerra Fría no solo intentaron repartirse el mundo sino que también se repartieron los mitos, así la libertad le tocó a Occidente, la igualdad a la URSS, y la fraternidad fue a parar al asilo.

Tras la caída del Muro de Berlín se propusieron liquidar la herencia comunista. La religión y el nacionalismo se afirmaron, mientras las dirigencias se lanzaron a una reescritura del pasado. Las nuevas repúblicas de la antigua URSS debían construir «democracias electivas», pero no contaban con organizaciones políticas fuera del partido único. Con la apertura de los mercados se eliminaron miles de empleos, surgió la inseguridad, el miedo al futuro, los valores familiares se erosionaron,  y sobre todo el dinero y los bienes materiales cobraron desmesurada importancia.

En fin, para algunos fue el precio que debieron pagar esos pueblos por adoptar la occidentalización que anhelaban.

Hoy China, con régimen autoritario, partido único y capitalismo de estado, busca reconquistar el lugar central que tuvo en el Siglo quince y reemplazar a los Estados Unidos en el orden mundial, apelando a mitos y máscaras, y conjugando la represión interna que impide la libertad de expresión (campos de reeducación, trabajos forzados, esterilizaciones involuntarias) con una política externa agresiva de libre comercio.

Desde antes de la pandemia nos hemos acostumbrado a que se cancelen vuelos, espectáculos teatrales, recitales, proyectos, pero ahora asistimos a una «cultura de la cancelación» que anida en las redes sociales. En efecto, se censuran o proscriben artistas, políticos, intelectuales, periodistas. Claro que los censurados son individuos que gozan de cierta fama y en consecuencia tienen acceso a los medios, ya que los otros al no formar parte de la agenda pública son invisibles.

La historia revela que siempre hubo amplios sectores sociales excluidos de todo debate, aunque la retórica de los políticos declare que se busca incluirlos.

A los excluidos Eduardo Galeano los llamaba «los nadies», pues él decía que no hablan idiomas sino dialectos, no profesan religiones sino supersticiones, no hacen arte sino artesanía, no practican cultura sino folklore, no son seres humanos sino recursos humanos…

En tanto Haruki Murakami, piensa que todos estamos más tranquilos cuando somos parte del bando de los que excluyen que cuando pertenecemos a la minoría de los excluidos…

Andrew Cuomo, un cancelado reciente que debió renunciar a la gobernación de Nueva York por múltiples denuncias de acoso sexual y para evitar ser sometido a juicio político dijo: «En mi mente, nunca crucé la línea con nadie». La mente sin duda es demasiado compleja. Como ser, quién no ha vivido en un sueño cosas aberrantes, de allí que la mente deba separar lo onírico de la realidad. Los humanos nos preocupamos por trazar líneas divisorias, entre los sueños y la vigilia o entre lo correcto y lo incorrecto.

De todas maneras, Cuomo seguramente tiene presente que somos juzgados por nuestros actos, no por los contenidos libérrimos de nuestra mente. En fin, está claro que en el teatro de la vida, la tragedia, los mitos y las máscaras se entrecruzan, mientras el poder continúa construyéndose con viejas fórmulas pero nuevos actores.

  1. Roberto Miguel Cataldi Amatriain es médico de profesión y ensayista cultivador de humanidades, para cuyo desarrollo creó junto a su familia la Fundación Internacional Cataldi Amatriain (FICA)

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