Los irlandeses y Salamanca (II)

Por Román Álvarez[1]

El Colegio de los Nobles Irlandeses en Salamanca

Los seminaristas irlandeses llegaron a Salamanca de la mano de Thomas White, nativo del condado de Tipperary que se encontraba en España desde 1582. White pertenecía al clero secular e ingresó en los jesuitas al final de su vida. Desde Valladolid se desplazó a Salamanca con una decena de estudiantes católicos, no sin antes haber conseguido el apoyo de Felipe II, quien el 3 de agosto de 1592 firmó un decreto por el que se ordenaba a las autoridades salmantinas proteger a estos jóvenes y acomodarlos de la mejor manera posible.

Expresamente encarga “los tengáis por muy encomendados no solo para no consentir que en manera alguna sean maltratados, sino para que los amparéis, favorezcáis y ayudéis en todo lo que fuere menester, de manera que, ya que han dejado su propia tierra que tenían en ella por solo venir a Dios Nuestro Señor y perseverar en una Santa Fe Católica, y hacen profesión de ella después de enseñados a predicarla y padecer martirio por ella, tengan en esa Universidad el abrigo que con razón se prometen… y con lo que yo les mandare dar pueden vivir en ella con el alivio y consuelo que merecen y es justo que tengan, y conseguirse con ello el fin que se pretende”.

Mediante este decreto se sentaron las bases para el futuro funcionamiento del Real Colegio de San Patricio de Nobles Irlandeses en Salamanca, y se consolidó una dotación económica que, con altibajos, habría de mantenerse para el futuro. Pronto comenzaron a llegar donativos procedentes de importantes miembros de la nobleza y también modestas cantidades aportadas por gentes que deseaban contribuir al sostenimiento del colegio. Los colegiales dispondrían de su propio atuendo e insignias identificativas y permanecerían bajo la tutela de los jesuitas hasta su expulsión de España en 1767 y posterior disolución de la Compañía de Jesús por el papa Clemente XIV.

Jesuitas irlandeses serían sus rectores y jesuitas la mayor parte de sus subordinados y ayudantes, si bien no era obligatorio que los estudiantes profesaran en la Orden. El primer rector de Salamanca sería el jesuita James Archer, más asociado a Flandes que a Salamanca. Thomas White, por su parte, una vez iniciada la andadura del nuevo centro con garantías de continuidad y protección futura garantizada, fue trasladado a Lisboa. El tercer nombre relacionado con la fundación del Colegio en Salamanca fue Richard Conway. Un estudiante salmantino bien en la primera época de los irlandeses en Salamanca fue Fray Florencio (Florence) Conry (Conrrio o Conroy), nacido en 1560 en el condado de Roscommon. Este irlandés cursó sus estudios en Salamanca, donde tomó los hábitos de franciscano. Tuvo no pocos enfrentamientos con Thomas White, al que acusó de elegir la procedencia de los futuros estudiantes en función de las provincias de origen en Irlanda. Probablemente la rivalidad entre jesuitas y franciscanos no fue ajena a estas fricciones disfrazadas de lealtades a los principios del catolicismo.

Puede decirse que los jóvenes irlandeses que venían a formarse al colegio salmantino o a cualquiera de los otros existentes en España o en Europa, seguían añorando su patria, su “tierra de santos”, de la que sin duda tendrían una visión idílica e idealizada a causa de la distancia que separaba el lugar de origen y el de residencia temporal salmantina. El colegio donde se formaban pasó por diferentes ubicaciones a lo largo de los años. Los irlandeses alquilaban o compraban casas a medida que sus disponibilidades económicas lo permitían, hasta que tras la expulsión de los jesuitas les fue asignado un espacio en el edificio del Colegio Real de la Compañía de Jesús (hoy conocido como Clerecía). Allí dispusieron de una sede cómoda y espaciosa, la parte oriental de esa gigantesca mole donde habían vivido los jesuitas, la mejor dotada y acondicionada, que se conoció como “Irlanda”.

Después de la Guerra de la Independencia, y tras un tiempo de reformas, el Colegio Irlandés se trasladó al que sería durante décadas su lugar de referencia en Salamanca: el Colegio del Arzobispo Fonseca, todavía hoy conocido como Colegio de los Irlandeses. Esta joya del Renacimiento español se debe a don Alonso de Fonseca y Acevedo (1476-1534), gran humanista y benefactor de las universidades de Salamanca y Santiago de Compostela.

En el edificio Fonseca discurren los años hasta que un trágico acontecimiento viene a trastocar la rutinaria existencia de sus habitantes: la Guerra Civil española, que sorprende a los colegiales de vacaciones estivales en Pendueles (Asturias). Allí tenían una casa comprada a un rico indiano donde pasaban los veranos desde los años veinte. Ante el peligro que podrían correr en los inicios de una contienda que no se sabía cómo iba a evolucionar, colegiales y profesores fueron evacuados hacia su país, y ya nunca más regresaron a Salamanca. Excepto el último rector, el padre Alexander McCabe, que volvió a la ciudad del Tormes y vivió en soledad en el noble edificio compartiendo espacios con los funcionarios de la embajada de Alemania. Aunque esta legación se trasladó a San Sebastián en la primavera de 1938, los servicios de prensa y propaganda permanecieron en el Fonseca hasta el final de la guerra.

Por fin, tras difíciles y complicadas negociaciones con la conferencia episcopal irlandesa –negociaciones que llegaron hasta el mismísimo Jefe del Estado— y gracias a los buenos oficios del rector Esteban Madruga, el Colegio Fonseca pasó a mediados de los años cincuenta a formar parte del patrimonio de la universidad. Se llevó a cabo un inventario por parte de la Delegación de Hacienda, se valoraron las posesiones rústicas de los irlandeses, así como la Casona de Verines en Pendueles, y se firmó el documento de conformidad, mediante el cual los obispos de Irlanda se desvincularon definitivamente de Salamanca.

Al cerrarse definitivamente el colegio, los archivos, biblioteca y otros materiales, como cuadros y algún mueble, se trasladaron y depositaron en el Colegio de St. Patrick de Maynooth, perteneciente a la Conferencia Episcopal irlandesa. Allí están los llamados “Papeles de Salamanca” o “Salamanca Archive”, objeto de estudio y análisis por parte de investigadores tanto salmantinos como irlandeses. Los documentos abarcan más de tres siglos de historia civil y eclesiástica y constituyen una valiosa fuente de datos e información acerca de las relaciones históricas, sociales y religiosas entre España e Irlanda.

Puede decirse que los irlandeses siempre han gozado de buena imagen en España y que los lazos fraternales no se han debilitado con el paso de los siglos. En Salamanca, en concreto, dejaron una huella imperecedera. Y no solo porque el Colegio del Arzobispo se siga llamando “de los Irlandeses” o porque en sus proximidades ese sitúen la calle de San Patricio o la plaza de los Irlandeses, sino porque gozaron del respeto, la simpatía, el afecto y la generosidad del pueblo de Salamanca que no solo les ofreció hospitalidad en tiempos difíciles, sino que siempre los tuvo por modélicos avecindados de esta ciudad.

  1. Artículo difundido por José Antonio Sierra Lumbreras

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