Al cumplirse dos años del gobierno actual, el dólar costaba poco más de 12 pesos. Hoy, a punto de acabar el sexenio presidencial, el cambio oficial está por las nubes: 19,25 pesos, y subiendo. El senador del PRD Pablo Gómez explica la influencia del endeudamiento, del superávit primario, la fuga de capitales, los recortes económicos, los intereses elevados, el capital especulativo, en esta situación.
Pablo Gómez Álvarez[1]
El presidente de México, Enrique Peña Nieto, decidió que la economía iba a crecer y, por tanto, ejerció un mayor endeudamiento con el apoyo del Congreso. Sin que se produjera el esperado aumento del PIB ni, por tanto, de la masa de contribuciones, el resultado ha sido un río de dólares que se marchan. Es por ello que el peso se ha venido devaluando durante el sexenio.
Para hacer frente al pago de requerimientos financieros, el gobierno quiere un superávit primario pero éste es insuficiente y dañino. Los agresivos recortes sólo conducen a reducir un poco el ritmo de endeudamiento pero son recesivos; es decir, llevan a un menor crecimiento económico. Tener un sobrante de ingresos antes del pago del servicio de la deuda no garantiza poder estabilizar las finanzas públicas, ya que con anterioridad se había elevado demasiado la cuantía relativa del débito. En pocas palabras, el país tiene un grave desequilibrio.
El Banco de México supone que con mayores tasas de interés se puede frenar la compra de dólares. Esa medida eleva la prima de riesgo que paga el país a los poseedores de bonos, pero sin aminorar la salida de capitales líquidos. Por otro lado, aumenta el rédito y obstaculiza la inversión privada. Un desastre.
En casi todos los países pobres, las deudas se han convertido en una limitante para el ejercicio de la soberanía nacional. El capital dinero concurre a las economías en pos de obtener seguridad y renta. Su cuantía ha servido para estabilizar las cuentas nacionales, pero cuando los ingresos por exportaciones bajan, o los gobiernos hacen pésimos cálculos, los dueños del dinero emprenden la emigración. Funciona como una presión para reducir el gasto público con el propósito de servir a la deuda acumulada. Así opera el capital-dinero especulativo en manos de extranjeros y de nacionales.
El modelo de adelantar inversiones, es decir, financiarse con débito, es impecable teóricamente, pero el capital especulativo ha demostrado que puede llegar a ser un elemento de la crisis. El problema es mucho mayor cuando los países cubren con deuda parte de su gasto corriente, y cuando las inversiones en infraestructura no dan los resultados macroeconómicos esperados, tal como ha ocurrido en México, donde ya empezó el galope de aumento de la tasa de interés, con lo cual se ofrecen altos réditos ante la falta de “confianza”, aumentando con ello la sangría económica.
El mundo tiene que cambiar. Se hace indispensable que los países pobres modifiquen el modelo de financiamiento del desarrollo, repudien la contratación de deuda en mercados abiertos y rescaten ingresos de sus grandes empresas y capitalistas para promover la inversión. Esto quiere decir que sí es indispensable aumentar impuestos y crear nuevos.
La bandera de no afectar a los grandes ricos (en México son muy pocos pero demasiado ricos) mantiene a los países pobres en su desdichada condición. Lo estamos viendo ahora, el gobierno está pagando más intereses a sus acreedores con tal de que no saquen su dinero, pero lo van a seguir sacando. De esa forma trabajamos para el capital especulativo y no realizamos las inversiones que se requieren para expandir la economía: es el peor de los escenarios. Estamos a las puertas de otra crisis.
- Pablo Gómez Álvarez es senador mexicano por el PRD.