Parece el título de una película de ficción y es una realidad que nada tiene de película. Hace más de tres meses que los medios en Estados Unidos no dejan de cubrir los avatares de esta odisea infantil.
“Ésta es una crisis humanitaria sin precedente y para la cual no estabamos preparados” me confiesa un asistente social que desea no ser identificado.
La llegada de miles de niños indocumentados que vienen desde Centroamérica -vía México- exige de las autoridades norteamericanas medidas extraordinarias de acción. En los últimos meses 47.000 menores han cruzado la frontera, solos, sin padres ni familiares. Llegan escapando del hambre, la pobreza y la violencia de sus países, especialmente de Guatemala, Salvador y Honduras. Las causas de esta migración incluyen también la falta de posibilidades de trabajo y desarrollo en sus países originarios, y a la ignorancia de los padres respecto a las leyes.
El reciente viaje del vicepresidente Joe Biden a una minicumbre con presidentes y representantes de la región muestra la densidad del problema. Por su parte, la exsecretaria de estado Hillary Clinton declaró a una cadena televisiva que hay que ayudar a Centroamérica para que ese flujo pare. Recordemos que ella viajó cuando la zona fue azotada por el gran huracán Mitch durante la presidencia de su marido y ha sido siempre sensible a los problemas de Centroamérica. No solo se trata de ayuda sino de educación a una población que se deja tentar por las sirenas de los coyotes que prometen que los niños no serán deportados y los padres pagan para que las criaturas lleguen a “la tierra prometida”.
Prometida para los que trabajan dos turnos, aceptan salarios disminuidos o se adaptan a todo tipo de exigencias. Sin documentos, corren riesgos y son sombras sin respeto social.
“Sin embargo, estamos mejor que en nuestro país”- me confiesa María, illegal que lleva más de diez años con documentos y nombre falsos. Y afirma con una fe que conmueve: “en algún momento llegará la reforma migratoria y podremos arreglar todo”.
Es cierto que décadas atrás llegó un blanqueamiento y miles de indocumentados adquirieron personalidad jurídica y lograron legalizar su situación. Asimismo, los niños que llegaron ilegales con sus padres, los dreamers, hoy, reclaman un status y han conseguido ser considerados.
Pero los tiempos han cambiado y Estados Unidos no está en las mismas condiciones ni económicas ni políticas para asimilar a más de 11 millones de indocumentados. La Reforma Migratoria sigue detenida en el Congreso.
Mientras tanto, estos niños pasan penurias, inseguridades y hasta peligro de vida. La pregunta es: ¿cómo un padre puede arriesgar a su hijo hasta este punto?
La respuesta: porque los coyotes los seducen con falsas illusiones de que no serán deportados, se beneficiarán de la posible reforma y se quedarán en el país.
La inmigración ilegal no es segura, ni correcta, ni recomendable para ningún ciudadano. Arriesgar a niños es una irresponsabilidad de parte de los adultos.
“Yo como madre jamás lo haría”- me dice Joanne Smith una americana que atendió a niños inmigrantes en centros comunitarios.
Actualmente, miles de niños están bajo la custodia de la Patrulla Fronteriza que busca albergues en distintas localidades del país, incluso en bases militares, ya que las instalaciones de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza no tienen capacidad y se han rebalsado los canales normales del flujo migratorio.
Aunque el Estado procura soluciones a esta invasión de menores que no comprenden la dimensión de sus hechos, no excluye la determinación del Gobierno que afirma que los menores no pueden acogerse a la posible Reforma Migratoria, y no estan exentos de deportación. Para facilitar a los padres que han perdido los paraderos de sus hijos se han habilitado varias líneas telefónicas y se activan los medios para que los pequeños se reúnan cuanto antes con sus padres o familiares.
Este fenómeno social y de antropología cultural está mostrando la mutación de valores en el concepto de la familia latinoamericana, siempre unida y ejemplo de solidaridad. Por otra parte, ha crecido el desarraigo y la desmoralización, en Latinoamérica, frente a la corrupción de los gobiernos, su incapacidad para reducir la injusticia y la pobreza. Pero si los ciudadanos no reclaman a los pertinentes, nada cambiará, por el contrario, al no pronunciarse colaboran con la corrupción y la impunidad. Exigir, reclamar, denunciar, concienciar para luchar contra la corrupción y la ineficiencia de los gobiernos, es uno de los caminos que tienen los ciudadanos para mejorar su país. Migrar no es una solución y menos exponer a niños a tan traumática situación.
Cuando enseñé español a los indígenas en México, aprendí de ellos el amor a los hijos y a la naturaleza. Las madres, en vez de separarse de sus hijos, iban a quejarse de los problemas al chamán de su grupo. No huían ni dejaban a su hijos en las ciudades más ricas. Reclamaban sus derechos al responsable.
Los problemas sociales de la inmigración no son nuevos, siempre hubo migraciones en el mundo, pero en el mundo contemporáneo hay muchos mecanismos y sistemas de prevención y planeamiento para saber lidiar con los problemas internos y encontrar soluciones dentro del propio país.
Es obligación de los gobiernos locales latinoamericanos velar por la vida de sus ciudadanos y más aún por la vida y el porvenir de sus niños.