Monika Zgustova: Svetlana Stalin fue víctima de la guerra fría

La escritora checa Monika Zgustova publica una biografía novelada de la hija de Stalin

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Portada de «Las rosas de Stalin», de Monika Zgustova, publicada por Galaxia Gutenberg.

El 22 de noviembre de 2011, en una residencia del condado de Richland, estado norteamericano de Wisconsin, moría a los 85 años de edad una anciana llamada Lana Peters. El nombre puede que les resulte desconocido, pero tras él estaba la mujer que protagonizó uno de los mayores escándalos políticos de la guerra fría.

Lana Peters fue el nombre que adoptó, después de su matrimonio con William Wesley Peters, viudo de la hija del arquitecto Frank Lloyd Wright, Svetlana Allilúyeva Stalin, la hija del dictador soviético que se exilió en los Estados Unidos en 1967 tras una fuga rocambolesca. A su llegada a Nueva York publicó unas memorias que conmocionaron al mundo por su contenido crítico con el régimen comunista de la URSS y con la figura de su propio padre.

Svetlana tenía fuertes motivos para odiar a Stalin, a quien culpaba del suicidio de su madre Nadezhda Allilúyeva y de haber ordenado el traslado a Siberia de Alekséi Kapler, un director de cine judío de quien estaba enamorada cuando era muy joven. También culpaba a su padre del fracaso de sus matrimonios con Grigori Morózov y Yuri Zhdánov, padres de sus dos hijos.

Después de la muerte de Stalin en 1953 el régimen impidió a Svetlana casarse con Brayesh Singh, el amor de su vida, un comunista indio al que conoció durante una convalecencia en un hospital de Moscú, quien murió por la desidia de las autoridades soviéticas. Fue durante el viaje a la India para lanzar al Ganges las cenizas de Singh cuando decidió pedir asilo político en la embajada norteamericana en Delhi después de fracasar sus gestiones para que el régimen de Indira Gandhi le permitiese quedarse en el país.

Para entonces ya había escrito sus memorias con el título de “Veinte cartas a un amigo”, cuyo manuscrito original llevaba permanentemente consigo por temor a que le fuese incautado en cualquier momento.

Después de más de quince años en los Estados Unidos regresó a Rusia, pero se arrepintió pronto y pudo volver de nuevo a América gracias a que conservaba la nacionalidad de este país.

La escritora checa Monika Zgustova publica ahora “Las rosas de Stalin” (Galaxia Gutenberg), una biografía novelada de Svetlana Stalin, fruto de una profunda investigación sobre los avatares de esta mujer cuya existencia fue siempre objeto de una gran polémica.

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Monika Zgustova, firma un ejemplar de «Las rosas de Stalin», publicada por Galaxia Gutenberg.

Francisco R. Pastoriza: ¿Qué le llevó a escribir este libro sobre Svetlana Stalin ahora cuando, a punto de cumplirse cinco años de su muerte, parece una figura ya olvidada?

Monika Zgustova: En octubre de 2011, un mes antes de la muerte de Svetlana, yo estaba en Nueva York y allí compré sus dos libros autobiográficos. Empecé a leerlos enseguida en el avión de vuelta a Europa. Me interesó mucho el primero, “Veinte cartas a un amigo”, sobre su vida en el Kremlin, pero me interesó más el segundo, “Sólo un año”, sobre su huida de la Unión Soviética y su exilio en los Estados Unidos.

Al poco de leer los libros murió Svetlana y eso hizo que me obsesionara aún más con el personaje. Y me di cuenta que tenía que escribir sobre ella porque había algo más, y era el paralelismo con lo que había pasado con mi propia familia. Svetlana se refugió en los Estados Unidos a través de la India en 1967 y mis padres hicieron lo mismo siete años más tarde. También se fueron de un país comunista, en su caso Checoslovaquia, a la India, con un viaje organizado. En Delhi, en la misma embajada norteamericana donde lo había hecho Svetlana, pidieron también asilo político. Y desde allí, como Svetlana, accedieron a los EEUU, a Nueva York. Y, como ella, tampoco pudieron regresar a su país, tampoco pudieron volver a ver a los suyos. Mi hermano y yo, que éramos adolescentes, no volvimos a ver a nuestros abuelos.

Eso es lo más trágico del exilio: cuando no puedes volver a tu país y tienes que sacrificar a tus parientes y a tus amigos. Y lo único que esperas es que todos esos sacrificios merezcan la pena en tu nueva vida. En mi caso fue así y estoy muy satisfecha de que mis padres hubieran tomado esa decisión. Como Svetlana, quien en el fondo también estaba satisfecha de haberlo hecho porque era una persona a la que le gustaba conocer gente nueva, descubrir mundo, buscar nuevas posibilidades y nuevas identidades.

FRP: Después de la lectura de “Las rosas de Stalin” uno tiene la sensación de haber leído una biografía más que una novela

MZ: No, no es una biografía, es una novela. Lo que tiene de biografía son los hechos biográficos, para los que hice una investigación muy rigurosa, pero está novelada allí donde hacía falta novelar, sobre todo al final de su vida porque, aunque se sabe que vivía en una residencia, no se sabe mucho más, nadie sabe cómo era la gente que estaba allí con ella, y en la novela yo hago que se relacione con esas personas.

Marina, la amiga de Svetlana con quien mantiene una fuerte correspondencia, sí que existió, pero los contenidos de las cartas que se intercambian son totalmente inventados. Y en cuanto a la correspondencia con sus hijos, las cartas que le escriben a la madre son transcripciones de cartas verdaderas, pero para las de la madre a los hijos me inspiré en apuntes y dietarios de Svetlana.

FRP: Utiliza una estructura literaria en la que mezcla esa correspondencia con la narración en tercera persona.

MZ: Es la primera vez en mi obra novelística que uso la tercera persona, y me costó mucho porque aunque la primera persona siempre le resulta más cercana al lector, no me atreví a escribir sobre Svetlana en primera persona. Utilicé, eso sí, una tercera persona lo más cercana e íntima posible y una primera persona en las cartas, a través de las que doy a conocer los estados de ánimo por los que pasa Svetlana.

FRP: En el personaje real de Svetlana que se refleja en la novela hay una dicotomía en dos sentidos. Por una parte, Svetlana es una persona que siempre está huyendo de algo y al mismo tempo siempre está buscando algo. Algo que casi nunca encuentra.

MZ: Las dos cosas. Esta es una novela de huídas, pero también de venganzas. Svetlana huye de la sombra de su padre, pero también de aquellos ambientes que le recuerdan la falta de libertad. Las huidas la llevan al descubrimiento de algo nuevo, incluso al descubrimiento de nuevas facetas de sí misma. Ella se propuso que en su exilio tenía que ser otra Svetlana, romper con la que había sido antes. Tenía que haber un antes y un después y el después tenía que ser superior al antes, porque si no, tanto sacrificio no hubiera valido la pena. Pero no siempre lo conseguía. A veces se daba cuenta de que su vieja forma de ser volvía una y otra vez pero ella se esforzaba por ser distinta y unas veces lo conseguía mejor que otras.

FRP: La otra dicotomía se produce en la doble consideración con su padre y con sus hijos. Criticaba a su padre pero también recordaba momentos de ternura pasados con él. Y estaba también muy permanente el remordimiento de haber abandonado a sus hijos en la URSS.

MZ: Esto lo llevaba mal. La verdad es que estos sentimientos encontrados por fuerza han de causar un desdoblamiento a cualquier persona y sobre todo a ella, que intentó ser siempre muy sincera consigo misma, incapaz de decirse cosas que no fueran verdad.

En relación con su padre, muchas veces pensaba que tal vez no fuese el monstruo que ella pensaba que era, aunque luego al considerar todo lo que hizo y al ver las opiniones sobre las responsabilidades que se hacían caer sobre Beria como el que llevaba a cabo todas aquellas monstruosidades, se preguntaba que si Stalin sabía todo eso de Beria por qué no lo había destituido o hecho fusilar, como a miles de personas.

Había pequeños momentos en los que intentaba cubrir a su padre o a los sentimientos que tenía por su padre, pero luego se daba cuenta de su autoengaño y por eso hacía abiertamente declaraciones calificándolo de genocida, trataba de verlo desde la objetividad aunque al mismo tiempo, en un rinconcito de su mente, aparecieran aquellos momentos de ternura.

Pero claro, recordaba también cómo Stalin había liquidado su primer amor mandando a su novio al gulag durante diez años, o lo cruel que era con ella cuando la humillaba en público siendo una adolescente, diciéndole que era fea, que no valía para nada. Había todos esos contrastes que ella llevó mal, como los llevaría cualquier persona y que llegaron a causarle un desdoblamiento de personalidad hasta el punto de que yo creo que de hecho llegó a padecer un fuerte trastorno bipolar. Estoy convencida de que Svetlana tenía una bipolaridad que en aquella época todavía no se conocía ni se llamaba así a esta enfermedad mental, y que estaba causada por esa doble sicología.

FRP: ¿Cómo fue utilizada Svetlana Stalin por occidente tras su exilio en los Estados Unidos?

MZ: Durante la guerra fría Svetlana fue utilizada totalmente por los unos y por los otros. Primero fue utilizada por los soviéticos como hija de Stalin que era: tenía que salir en la televisión, le decían exactamente el mensaje que tenía que trasladar… no podía decir realmente lo que pensaba.

Luego, cuando se refugió en Estados Unidos, los americanos evidentemente también la utilizaron porque era un símbolo muy potente del poder soviético, como hija de Stalin. Un símbolo que no quiere vivir en el régimen comunista sino que se viene al capitalismo y a la democracia porque prefiere vivir en occidente… esto lo utilizaron y mucho. Y al mismo tiempo los soviéticos también jugaron su partida contra eso.

Después de la huida de Svetlana, al registrar su casa encontraron una copia manuscrita de su libro “Veinte cartas a un amigo”, lo manipularon de una manera absoluta eligiendo los fragmentos que dejaban peor a la propia Svetlana y lo filtraron a occidente, donde lo publicaron algunos periódicos con el consiguiente escándalo.

FRP: ¿Ha llegado a sentir empatía por el personaje?

MZ: Es que yo creo que un escritor no podría escribir sobre un personaje sobre el que no sintiera empatía. Es lo que decía Flaubert: “Mme Bovary c’est moi”. Tienes que sentir empatía aunque sea un asesino, que no es el caso de Svetlana ni mucho menos. Svetlana era muy humana y yo llegué a comprender todo lo que ella hizo, incluso las cosas más absurdas.

Muchas veces mientras escribía sobre estas cosas, sobre los errores que iba cometiendo a lo largo de su vida, de lo que tenía ganas era de que no hiciera todo lo que realmente hizo. Pero al final llegué a comprenderla muy bien y a empatizar con ella porque los errores que iba cometiendo al mismo tiempo le iban dando mucha riqueza a su vida.

Francisco R. Pastoriza
Profesor de la Universidad Complutense de Madrid. Periodista cultural Asignaturas: Información Cultural, Comunicación e Información Audiovisual y Fotografía informativa. Autor de "Qué es la fotografía" (Lunwerg), Periodismo Cultural (Síntesis. Madrid 2006), Cultura y TV. Una relación de conflicto (Gedisa. Barcelona, 2003) La mirada en el cristal. La información en TV (Fragua. Madrid, 2003) Perversiones televisivas (IORTV. Madrid, 1997). Investigación “La presencia de la cultura en los telediarios de la televisión pública de ámbito nacional durante el año 2006” (revista Sistema, enero 2008).

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