Atrapados en tránsito: refugiados, migrantes y solicitantes de asilo bloqueados en Libia
Desde que Médicos Sin Fronteras (MSF) puso en marcha en 2015 las operaciones de búsqueda y rescate en el Mediterráneo, sus equipos han rescatado a más de 25 000 personas de embarcaciones en peligro, y al entrevistarlas han constatado que, independientemente de su país de origen o de sus razones para tratar de llegar a las costas europeas, casi todas habían pasado por Libia.
“Libia es un lugar muy peligroso. Hay muchas personas armadas. Los asesinatos y los secuestros son algo frecuente. Al llegar a Trípoli, nos encerraron en una casa con unas 600 ó 700 personas. No teníamos agua para lavarnos, la comida era escasa y nos obligaron a dormir los unos sobre los otros. Fue muy duro para mi hija, enfermó varias veces. Había mucha violencia. Me golpeaban con las manos, con palos y con pistolas. Si te mueves, te golpean. Si hablas, te golpean. Pasamos meses así, siendo golpeados todos los días”, declaraba una mujer de 26 años procedente de Eritrea y rescatada del mar en agosto de 2015.
Cientos de entrevistas a las personas rescatadas en el mar por MSF durante 2015 y 2016 han puesto de manifiesto el alarmante nivel de violencia y explotación que sufren los refugiados, solicitantes de asilo y migrantes en Libia. Muchos de los rescatados relatan haber experimentado en el país la violencia en primera persona, mientras que prácticamente todos los informes dan testimonio de violencia extrema contra los refugiados y los migrantes, incluyendo palizas, violencia sexual y asesinatos, señala MSF.
Según las personas entrevistadas, los hombres, las mujeres y, cada vez con mayor frecuencia, los niños no acompañados (algunos de tan solo 10 años) que atraviesan Libia están sufriendo abusos a manos de traficantes, grupos armados y particulares. Estos están explotando la desesperación de los que huyen de conflictos, la persecución o la pobreza. Los abusos denunciados incluyen violencia (incluida la sexual), detenciones arbitrarias en condiciones inhumanas, torturas y otras formas de malos tratos, explotación económica y trabajos forzados.
Detenciones
El 50% de las personas entrevistadas por MSF en sus buques de búsqueda y rescate a lo largo de 2015 afirman haber sido detenidas durante meses en contra de su voluntad en el transcurso de su estancia en Libia, ya sea por la policía y otras autoridades, por las milicias implicadas en el conflicto, por bandas criminales que operan en las principales ciudades o por particulares. Encerrados en casas, almacenes u otros edificios, en condiciones humanitarias extremas y sin acceso a asistencia médica, estas personas nos relataron cómo fueron sometidas a violencia de forma constante o bien obligadas a realizar trabajos forzados.
Secuestros
Según muchos de los entrevistados, los secuestros son una forma común de obtener dinero, por lo general de la familia y amigos del país de origen del rehén, y los rescates suelen pagarse a través de hawala (un sistema de transferencia de fondos informal basado en una red de operadores internacionales). A veces, los rehenes son capaces de comprar su libertad con su propio dinero -a menudo billetes cosidos en su ropa-.
Trabajos forzados
De una forma similar a la esclavitud, muchas personas nos han descrito cómo fueron secuestradas para hacer trabajos forzados. Intercambiados entre intermediarios, encerrados por la noche en auténticas condiciones de detención en casas particulares o en almacenes, los hombres se ven obligados a trabajar en obras de construcción o granjas durante el día, a menudo durante meses, hasta que pagan su libertad. Muchas mujeres afirman haber sido mantenidas en cautiverio para trabajar en el servicio doméstico o forzadas a esclavitud sexual.
Un joven procedente de Somalia, que había vivido durante años en Yemen, relató a MSF poco después de ser rescatado en mayo de 2016: “Cuando alguien en Sudán me vendió a un libio por cerca de 1.800 euros, me sentí como una especie de mercancía valiosa. Los traficantes de esclavos de Sudán y Libia trabajan juntos, es como un negocio. Tras mi venta, me encerraron con otras personas en una especie de centro de detención. Durante el día trabajaba en granjas y por la noche volvían a encerrarme. Muchas personas murieron en ese lugar porque estaban enfermas y no recibieron tratamiento. Cuando consideraron que había trabajado suficiente, pude salir de ese lugar y emprender la travesía en barco”.
Los equipos médicos de MSF a bordo de las tres embarcaciones de rescate en el Mediterráneo siguen tratando y siendo testigos de las consecuencias de la violencia física y psicológica infligida a las personas que huyen de Libia. Aunque puede resultar difícil identificar de manera definitiva los traumas mentales en el corto periodo que permanecen a bordo de los barcos, los signos de la violencia física asociados a la detención, el secuestro o la violencia sexual son inconfundibles.
Además de las lesiones visibles, también están las mujeres que viajan en grupos y que miran en silencio al horizonte sin articular palabra durante el rescate o en los días posteriores, así como las mujeres en avanzado estado de gestación que viajan solas.
Está claro que las experiencias de las personas que atraviesan Libia o que han quedado atrapadas en el interior del país están provocando graves efectos psicológicos. Según los datos recogidos por MSF a lo largo de un año en el centro de recepción de Ragusa, en Sicilia, el 60 % de las 387 personas entrevistadas presentaba necesidades en materia de salud mental. Además de experimentar acontecimientos traumáticos en su país de origen, el 82 % de los pacientes tratados directamente por los equipos de MSF en Sicilia notificaron que habían experimentado acontecimientos traumáticos a lo largo de sus viajes, con más frecuencia detenciones, y por lo general en Libia; al 42 % de ellos se les diagnosticó trastorno por estrés postraumático (TEPT) y al 27 % trastornos debidos a la ansiedad.
Los refugiados, migrantes y solicitantes de asilo que tratan de salir de Libia deben abrirse paso hasta la costa mediterránea, donde se enfrentan a la perspectiva de una larga y peligrosa travesía marítima. Los barcos de traficantes son a menudo embarcaciones de pequeño tamaño y casi siempre están abarrotados, lo que eleva el riesgo de que sus ocupantes se vean expuestos a deshidratación, asfixia, ahogamiento y quemaduras de combustible. Los barcos no reúnen las condiciones de navegabilidad necesarias para alcanzar las costas europeas y, sin medios de rescate, los pasajeros se enfrentan a una muerte segura.