Hemos bajado a la Tierra para nuestra visita anual a Jaca, en la provincia de Huesca. Allí, desde hace catorce años, la Asociación Sancho Ramírez organiza unos talleres de pintura al fresco en colaboración con la empresa Artesa, cuyos maestros, Pilar Cano y Juan Manuel Bote, transmiten sus conocimientos para que quienes participaran en los cursos puedan experimentar de primera mano cómo se elaboraban esas pinturas en las iglesias y catedrales románicas y góticas. El fin de la Asociación no es otro que conservar y difundir el patrimonio cultural aragonés.
Los maestros medievales nos han dejado un legado de edificios, religiosos y civiles que han llegado hasta nuestros días, algunos en magnífico estado de conservación, otros no tanto y otros se han perdido para siempre. En esos edificios, pero sobre todo en los religiosos, no solo era importante la construcción en sí misma, la decoración tanto de tallado de la piedra como de su decoración con pintura jugaban un papel clave en el mensaje que se trataba de transmitir.
Como los propios edificios, algunas pinturas han llegado hasta nuestros días en un magnífico estado de conservación, otras menos, ahí Pilar y Juanma tienen mucho que decir y hacer como restauradores que son, y otras pinturas, desgraciadamente, se han perdido para siempre.
Conocer cómo los maestros medievales seguían un riguroso proceso para dejar sus pinturas al fresco en esos templos nos hace valorar todavía más si cabe estas obras de arte, auténticas joyas de nuestro patrimonio. Utilizar estas técnicas te transporta en el tiempo y mientras lo hace en completa concentración sientes que estás en uno de esos escenarios.
Es una experiencia fantástica, en estos cursos se consigue que las personas que participan, incluso sin conocimientos previos ni práctica en la creación pictórica, marchen con una reproducción hecha en el taller en los dos días programados. ¡Supone una gran satisfacción ver de qué se es capaz con un poco de ayuda!
Antes de poder pintar al fresco las paredes donde se situaban las distintas escenas que se querían representar debían estar preparadas. Para ello se debían dar varias capas de mortero, las primeras más porosas con un grosor que irá disminuyendo a medida que se aplican capas más finas y consistentes. Sobre la última capa aún fresca se procedía a fijar el dibujo trasladándolo desde un papel o tela en la que previamente se habían señalado las grandes líneas del motivo a reproducir. Con un punzón romo se repasaban esas líneas del dibujo sobre el mortero fresco de la pared.
Una vez hecha la impresión de las líneas del dibujo se repasaban con una pintura ocre que fijaba el motivo a grandes rasgos y sobre el que ya se pueden dar los colores de fondo que le irán dando solidez. A continuación con los distintos colores, obtenidos con el tratamiento de vegetales, minerales o insectos, diluidos con agua y con distintas densidades según la fuerza que queramos dar al color, se va configurando la escena a representar. Se utilizará huevo batido mezclado con los colores para fijar en la pared ya seca el dibujo deseado. Por último y en el último día del curso, se terminarán las pinturas marcando los negros y blancos del motivo dibujado para obtener definición y profundidad.
Este proceso lo llevan a cabo los participantes en los talleres sobre un soporte de madera en el que previamente se han colocado las distintas capas de mortero para que puedan secar debidamente; siendo la última, la más delgada y fresca dada por ellos mismos con una llana para obtener una superficie fina y uniforme.
Si al contemplar una pintura románica sobre la pared de una iglesia nos quedamos admirados por su belleza, por su contenido y significado, imagínense poder hacer ese trabajo con tus propias manos, la satisfacción no puede ser mayor, al igual que la humildad con la que desde ese momento volverás a contemplar esos dibujos que nos explicaban la vida en la Edad Media, con sus miedos y alegrías, con sus trabajos cotidianos, con el mensaje religioso que querían transmitir para explicar el mundo, el temor y la alabanza al Dios que representaban.
Asistes al curso y si tienes tiempo puedes visitar la Catedral de San Pedro de Jaca con su Museo del Románico, o desplazarte un poco hasta el Monasterio de San Juan de la Peña, que está situado en la sierra próxima a Jaca, justo debajo de una inmensa peña, de ahí parte de su nombre, es un lugar sin ninguna duda extraordinario y merece ser visitado, no defraudará en absoluto.
Parte de la arcada del claustro se puede ver junto al edificio de entrada. Solo con eso ya te puedes imaginar la grandiosidad, pero una vez en su interior no deja de sorprender y maravillar todas las dependencias del monasterio excavadas en la roca, incluidas sus dos iglesias originales. Serán tres ejemplos magníficos para contemplar ese arte que se ha intentado reproducir en el curso en todo su contexto histórico.
Finalmente, en ese viaje también fuimos a ver cómo había quedado la restauración de todo el conjunto de la estación de Canfranc, que más allá de gustos o incluso del uso que se le ha dado como hotel de lujo, nos parece que se ha desarrollado una buena actuación urbanística, recuperando no solo la estación sino todo los alrededores, convirtiendo dicho espacio en un lugar público idóneo para un paseo por la historia de este lugar que tuvo una importancia capital en las comunicaciones con Francia y que durante la Segunda Guerra Mundial tiene un relato muy interesante que contar.