Pueblos americanos antes de América

Los pueblos indígenas poseen sus sistemas de asociación, marcados por sus formas de organización social y política, sus formas específicas de familia o la organización del parentesco, su economía de convivencia, sus modelos de organización comunal, así como sistemas simbólicos, cuyo código matriz es el idioma, visión del mundo, su lugar en el universo, donde las interrogantes quiénes somos, de dónde venimos, dónde estamos, a dónde vamos, tienen respuestas fundamentada en su modo de vida.

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Xulio Formoso: pueblo Pemón

Estos pueblos poseen calendarios de orden social, cosmogónico, ecológico y productivo, que se organizan ubicándose ante el cosmos para calcular el tiempo de lluvia, de siembra, de recolección, de caza o de pesca, así conocen la fructificación y florecimiento de las plantas, la reproducción de las distintas especies de animales, poseen una taxonomía del mundo animal, vegetal y mineral.

En general, regula las formas de convivencia, su calendario social y productivo como inseparable de su cosmovisión total y su arte cósmico o telúrico, vinculado a la fecundidad de la Madre Tierra y de la mujer.

En Venezuela coexisten en la actualidad 44 pueblos, algunos muy fortalecidos en sus culturas como es el caso del pueblo yanomami, wayuu, yukpa, barí, warao; otros, en actitud de resistencia permanente mantienen un diálogo no siempre equitativo con la cultura ‘criolla’ o, incluso con otros pueblos más dominantes como por ejemplo, el pueblo pumé, ye’kuana, hoti, puinave, entre otros; y, también, quedan los pueblos en riesgo de extinción por tener su lengua ‘dormida’: warekena, baré, baniwa, añú, chaima, mapoyo y cerca de una decena más.

Es inevitable cada doce de octubre renovar el compromiso de solidaridad con sus luchas, mismas que se desarrollan día tras día para el reconocimiento efectivo y no solamente legislativo de sus derechos a sus formas de organización social, política y económica; sus culturas, usos y costumbres, idiomas y religiones así como a su hábitat y tierras que ancestralmente ocupan y que son necesarias para el desarrollo de sus formas de vida. Mantener y desarrollar su identidad étnica y cultural, cosmovisión, espiritualidad, valores, lugares sagrados y de culto constituye un estandarte imbatible.

Asimetría en la relación cultural

Cuando el poder detentado (efectivo y simbólico) no es simétrico, no se puede hablar de interculturalidad. Lo ‘inter’ supone diálogo, paridad, fluidez en la comunicación en doble o múltiples vías. Pese a los avances del derecho formal y políticas públicas afirmativas en materia indigenista, queda un largo trecho qué recorrer.

Curanao, indígena pemón así lo experimenta. Si bien Camarata, su comunidad pemón de origen, ha quedado atrás, Curanao sigue enraizado en la selva. Abandonó la dedicación ancestral a la caza, pesca y recolección y ahora su principal actividad es la comercial.

Sentados frente al Auyantepuy observando cómo el sol del atardecer se refleja en el Kerepakupai Vená (salto del lugar más profundo), él aprovecha para practicar conmigo su castellano y yo me nutro de sus confidencias.

Curanao no puede regresar a su comunidad porque la traicionó al partir pero sabe que no podrá ser feliz en una civilización extraña y fundamentada en el dinero.

Habla con nostalgia de su padre anciano y ciego quien aún mantiene su conuco: “cuando le digo que las hormigas o serpientes lo están invadiendo él responde que siendo que utilizó su territorio no las puede matar sino pedirles permiso para recolectar su siembra”.

Me refiere el impacto cultural de la educación criolla: “un niño pemón a los ocho años era capaz de pescar y recolectar, a los diez cazaba, los doce podía construir su casa y a los catorce ya podía tener pareja. Actualmente los niños van a la escuela a aprender cosas inútiles que otros señalan como necesarias. Nos estamos poniendo flojos”.

Las creencias y costumbres también han sufrido: “el pemón era un pueblo politeísta y poligámico. Cuando llegaron los misioneros nos volvieron monoteístas y monogámicos: nos fregaron la vida. Ahora hay que recurrir a un solo dios que no se da abasto y tener una mujer a la que le somos infieles. Los tepuyes son dioses que no se pueden observar fijamente porque tienen una energía que enferma a quien busca conocerlos con profundidad. Hay que mirarlos de soslayo como también a la gente para no descubrirse los secretos. En cambio yo llevo a las personas para que los vean y los fotografíen, eso es malo”.

Escuchándole me viene a la mente la imagen del síndrome de feto atrapado; sin llegar al término de la gestación se ha roto el saco vitelino y el feto se asfixia sin líquido amniótico; no puede vivir dentro y se muere fuera del útero.

Seres macizos, espíritus líquidos

El pueblo pemón habita la región más antigua de Venezuela. El estado Bolívar se caracteriza por sus macizos, formaciones geológicas de y, también, por sus abundantes y caudalosos ríos. Curanao ilustra, mediante el relato mítico de Odo’sha ésta dualidad cosmogónica.

Nuestro planeta es agua que flota en un océano sideral. El cuerpo humano es agua que al secarse y convertirse en polvo muere. Somos de agua: la intimidad es líquida; el amor nos humedece en cuerpo y alma.

Odo´sha se ha hecho una piel pétrea para contener su alma de manantial. En tierra pemón nadie se engaña. La figura inmóvil solo oculta el constante movimiento de un rugiente caudal siempre a punto de estallar el cual se deshace a borbotones por la menor grieta en la pared ígnea.

Odo’sha vibra en la noche. Aprovecha la oscuridad y el silencio para estirar su musculatura de lajas. Bosteza ruidoso; silba un canto tenebroso para espantar de sí a los espantos de otros que sigilosos se aproximan. Hay que mirarlo de soslayo: si se cruzan con las pupilas divinas las humanas enceguecen.

Hay que encender el fuego y avivarlo con cuentos. Mientras el grupo duerme un vigía debe permanecer hablándole a la antorcha para evitar que se desvanezca, de lo contrario los espíritus vendrán y se beberán el agua de la sangre. Deberán ser historias de gracia y nobles proezas porque si la lengua pronuncia alguna malevolencia, Odo’sha la cortará con un puñal de pedernal.

Al amanecer la roca vuelve a aquietarse mientras se desagua. El crujido de la naturaleza fría cesa con la tibieza de los destellos solares. Voz incesante, ritmo circadiano, paisaje arcaico, Odo’sha esquivo. Nos aferramos a la vida gracias al ímpetu de las corrientes que llevamos dentro.

Somos un producto artesanal de las culturas.

Parte del territorio ancestral del pueblo pemón, es actualmente habitado también por comunidades jivi. Este es un pueblo originario de Colombia que ha sufrido desplazamiento debido a múltiples violencias. Aunque el jivi prefiere zonas bajas de los llanos de estados como Apure y Amazonas, también viven en el estado Bolívar.

El pueblo jivi se caracteriza por la belleza de sus creaciones literarias transmitidas oralmente que dan fe de una profunda espiritualidad. Así relatan el origen de la gente atribuyendo el trabajo creador a Kúwai:

  • ¡Qué trabajo da formar una persona! Kúwai quiso hacerla de cera pero el calor de la intemperie la derritió. Decidió hacerle primero un techo y paredes que le brindaran protección.
    La casa fabricada tuvo varas como el pecho costillas. La vivienda fue el primer ser viviente de carne terrosa adherida al hueso que, formando el músculo, no permitió que se derrumbara su nervio de hierba, la sabia de su alma.
    Dentro de este útero de bahareque Kúwai puso a habitar hombres y mujeres de madera. Eran seres recios, perfectos, esculpidos con la gubia afilada de la palabra. Pero el encierro tampoco le sentaba bien al corazón humano. El pequeño latido se llenó de rencor y tristeza y una noche se convirtió en un ratón que les royó los ojos y los genitales dejándolos ciegos de odio e infértiles de dolor.
    Kúwai no desmayó en su deseo de trascenderse en su arte. No basta plantarse frente a la obra inconclusa e interpelarse los arrebatos y sustos y suplicarle a la vida le bese la mejilla con una lágrima de felicidad. Sabiendo que el futuro está en el origen retornó a la sencillez del barro.
    Escogió la mejor cantera de arcilla, tomó el pico y arrancó los terrones del pezón de la tierra, la pulverizó con golpes contundentes como muele el olvido, la humedeció con escarcha de rocío y maceró en la humedad del perdón. La gente es hecha a mano por tanto imperfecta. Es cierto que existen seres crudos que se deforman bajo la presión y otros que la leña del tiempo ha vuelto trastos. Pero todos cobran vida, se tornan Jivi, es decir gente, cuando soportan la llovizna salada del llanto en la oquedad de su vientre, en el cuenco de sus manos o en la concavidad del abrazo. 

La mano de Kúwai acaricia su pasión hasta que se sosiega. El amor no es benévolo con nadie: es un producto cultural artesanalmente realizado.

Ileana Ruiz
Ileana Ruiz (Venezuela). Activista de derechos humanos, investigadora social y periodista. Asesora en resolución de conflictos, educación popular, participación ciudadana y derechos humanos y profesora de la Universidad Nacional Experimental de la Seguridad. Articulista en el semanario venezolano “Todosadentro” del Ministerio de la Cultura desde 2006. Premio Nacional de Periodismo de Opinión, 2013. Entre sus publicaciones: De la indignación a la implicación (2006); Pueblo de agua: Cuentos para la educación en derechos humanos sobre la identidad del pueblo warao (2009); Servicio de policía bajo la mirada ciudadana (2010); La clave del acuerdo. Practiguía para la resolución pacífica de conflictos (2011); Pasos dados poco a poco. Memoria y cuentos del proceso de constitución de los Comités Ciudadanos de Control Policial (2012).

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